30. Cuando las luces se apagan

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Me consideraba fan del atardecer, de sus colores rojizos y de los destellos de luz que rebotaban sobre todo tipo de superficie espejada. Los ventanales de los edificios que nos rodeaban hacían que la luz brincase hasta mi bajo; Por ese y más motivos el ensayar en la terraza de Underground me parecía un plan mil veces mejor que el ir a encerrarse en una cabina.

Mis pies colgando fuera del sofá y el resto de mi cuerpo recostado sobre la cuerina amarronada, divagaba entre las nubes mientras el sonido viajaba a través de las cuerdas.

Ozzy se mantenía con la boca cerrada, observándome desde el borde de la terraza con una cerveza entre sus manos. No había nadie más en el lugar, por lo que la compañía del otro era lo único que teníamos en ese instante y para mi sorpresa, su presencia no me molestaba.

—¿qué canción era esa?

Preguntó el pelinegro al verme dejar una pua sobre la mesa ratona que habíamos improvisado con cajones de verdura.

—Stand by me.

—recuerdo perfectamente "Stand by me" y sé que no se toca así. Dime ya, ¿qué canción era esa?

—Stand by me.— repetí. —de Oasis.

—oh, claro.— asintió sorprendido mientras le daba un sorbo a su cerveza. —Oasis.

—¿qué creías?

—no lo sé, me dices "Stand by me" y se me viene la mítica de Benjamin Earl Nelson.

—oh, esa también me la sé. ¿quieres escucharla?

—de hecho...— puse mi atención en él al escucharlo carraspear. —me preguntaba si podíamos hablar de ti.

—¿de mi?

—¿cómo vas con el colegio?

Dejé mi bajo en suelo al comprender que no iba a poder seguir tocando. Me enderecé sobre el sofá.

—bien.

—¿bien?

Él frunció el ceño, yo encogí mis hombros.

—reprobé el último compensatorio de matemáticas pero, en el compensatorio del compensatorio seguro me va mejor.

Oswald me dio la espalda, dirigiéndose hacia el orizonte, hacia donde el mundo parecía acabar.

Llevaba el cabello recogido en una coleta, dejando al descubierto los tatuajes de su cuello; el número veintisiete transcrito al romano se podía leer sin dificultad alguna.

—¿recuerdas el trato al que llegamos con tu padre, niña?— Asentí aunque él no pudiera verme. —si descuidas los estudios, no podrás seguir tocando con nosotros.

—es solo una mala racha, no te preocupes, no te quedarás sin bajista tan pronto.

—eso espero, sería una pena que desperdicies tu talento dentro de un dormitorio.

—ni lo digas, tocaremos juntos hasta los veintisiete.

—¿solo hasta mis veintisiete? Que mal.— él le dio otro trago a su cerveza. —por qué ya me encuentro rumbo a los veintinueve.

—¿tú? ¿Veintinueve?

—la vida pasa volando, ¿no?

—si, supongo que si.

Él se dio la vuelta y relajó los músculos del brazo, lo poco que quedaba de cerveza se derramó en el suelo.

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