14. Bailemos

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En otoño los árboles se desnudaban, se transformaban como las serpientes. Las hojas de distintos tamaños y colores se desparramaban por todo el suelo mientras el cielo agarraba aquella tonalidad anaranjada que solo es vista en aquella época del año.

Mi cuerpo se balanceaba hacia delante y atrás, el chillido del columpio se mantenía en bucle al igual que el gesto de mis piernas al levantarse y retroceder por inercia.

Sophia estaba sentada a mi lado, su cuerpo se movía al mismo ritmo que el mío, provocando que nuestros columpios se alinearan; como cuando caminas durante muchos minutos con alguien y sus pies empiezan a tocar suelo a la vez.

No había nadie a nuestros alrededores, éramos sólo nosotras dos y Francis sentado en el suelo. Buscándole forma a las hojas como si se tratasen de nubes.

Estábamos esperando a que Milton llegase a recogernos, habíamos planeado ir a una fiesta que quedaba por el centro de la ciudad y se nos había hecho buena idea hacer tiempo en uno de los parques de la zona.

—esta se parece a un elefante.

Frunci el ceño y ladee la cabeza intentando visualizar aquel animal. —podria ser un perro tranquilamente.

—¿un perro? ¡pero si se le ve claramente la trompa!

Francis alzó aquella hoja de tonalidad amarilla en el aire.

—yo veo una guitarra.— objetó Sophia con el ceño casi tan fruncido como yo, ninguna podía ver a aquel elefante.

El rubio bufo y tiro la hoja al suelo.

—como sea, tienen la imaginación por el suelo.

Puse los ojos en blanco, quitandole importancia al comentario de mi mejor amigo. Llevábamos casi una hora esperando a que nuestro amigo achinado terminara sus deberes, el sonido de los pájaros ya se habían vuelto parte del ambiente.

—lo único que imaginas a diario es una pelotita rebotando, eres el menos indicado para hablar sobre imaginación.— Sophia levanto una de sus cejas mientras con su dedo indice se golpeó la cabeza un par de veces. —podrías ser confundido con un orangután tranquilamente.

—y tu con un pez borrón.— retruco Francis a regañadientes. —aunque sería una ofensa para él ser confundido contigo.

Gire la vista hacia la calle que estaba en frente nuestro, los coches no frecuentaban pasar después de las siete, por lo que se encontraba vacía. A lo lejos se podía llegar a divisar el lago, con los rayos del sol rebotando en él, transformándolo en un enorme espejo de color azul.

No pude evitar pensar en la casa de Michelle al observar el agua moverse al ritmo del cantar de los pájaros; al pensar en la casa de Michelle no pude evitar pensar en ella.

Recordé el comentario que me había hecho hace unos dias atrás, recordé como mi rostro se torno de un color rojizo al no saber que responder, recorde como habia optado por quedarme callada, tragar saliva y seguir escribiendo. Recordé como ella no había hecho esfuerzo alguno por volver a sacarme conversación, la forma en la que una sonrisa de satisfacción logro formarse en su rostro y como el día simplemente se fue desintegrando de la misma forma en la que el papel se vuelve ceniza a la compañía de las brasas.

Sophia empezó a mover su mano de un extremo de su pecho al otro, persignandose.

—¿Que crees que haces?— cuestiono Francis, confundido.

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