31. Quedate

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En aquel salón, acariciando las teclas del piano como si se tratase de su piel y con los ojos hinchados luego de días sin dormir solo podía pensar en lo mucho que la extrañaba, en lo mucho que quería verla y en lo tanto pero, tanto que Extrañaba que sus besos quemasen en mi cuello como gotas de aceite caliente.

Hoy me estaba graduando, con la túnica azul y el gorro del que tanto nos habíamos reído al verlo por primera vez a través del grupo de padres.

Todo se asemejaba a lo que había imaginado, con las rosas de mi padre y con las miradas de confusión por parte de los profesores al ver que había conseguido avanzar cuando ellos juraban que iba a ser de las últimas personas en abandonar el salón de clases.

Había una sola fuga, una sola diferencia con la realidad y era que ella no se encontraba aquí para verlo.

Respiro profundo, rezando por que los demonios de mi cabeza no me devorasen.

Es que, ¡mierda! ¿Por qué ella no se encontraba aquí? ¿Por qué no había venido a buscar su diploma?

Tal vez era egoísta de mi parte el querer verla pero, nadie me iba a quitar de la mente que era el doble de egoísta de su parte el no dejarse ver.

¿Tanto le costaba quedarse? ¿O es que lo que costaba era quedarse conmigo? Que está bien que sea una persona difícil de tratar pero, ¿tan así como para armar sus valijas y fugarse en medio de nuestra luna de miel? ¿O es que sus pies iban demasiado rápido como para finalizar el vals?

Golpee las teclas con fuerza, por qué sabía que aunque en mi cabeza podía quejarme todo lo que quisiera, la que había cerrado nuestro cuento de hadas había sido yo y no ella.

Como cuando te niegas a leer el final de aquel libro por qué es demasiado predecible que acabará con tu paz mental y te hará reflexionar sobre la vida durante meses.

Por qué está bien, fui yo la que cerró el libro pero la que lo escribió había sido ella y estaba en todo mi derecho de no querer aceptarlo, de gritarle a fuerza que me de otro final y perderme en su perfume con olor a coco una última vez.

Por que cuando nos imaginamos una historia como la de Mac Miller y Ariana no me había imaginado aquellos novecientos veintiocho llamadas semejantes a apuñaladas de por medio.

Nadie nos prepara para cuando las mariposas de nuestro estómago comienzan a devorarnos desde dentro.

Y yo la podría odiar por aquello pero, ¿cómo hacerlo? Si ella es un ángel y los ángeles no tienen la culpa de haber nacido con alas.

—¿Puedo?

Había estado tan perdida entre mis pensamientos que ni si quiera me había percatado de que ya no me encontraba sola en aquel salón, me limpie las lágrimas de inmediato.

—adelante.

Sophia se sentó a mi lado, no me atreví a mirarla a los ojos. En su lugar, observé aquellos rizos dorados que ya no eran tan rizos pero, que jamás iban a dejar de ser dorados.

Por qué el oro jamás puede ser convertido en bronce por mucho que lo moldees.

Había estado tan ocupada en evitar caer al acantilado que ni si quisiera recordaba desde cuando su cabello había pasado a ser lacio.

Había estado tan ocupada cayendo dentro del acantilado que ni si quisiera recordaba en qué momento ella había dejado de ser ella.

O bueno, tal vez ella nunca dejó de ser ella pero, ella había dejado de ser la persona que yo recordaba y eso, eso estaba bien.

—sabes que en algún momento tendrás que bajar, ¿verdad?

— ¿Cómo supiste que me encontraría aquí?

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