13. Limerencia

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Los rayos de sol se empezaban a colar por la ventana de mi habitación. Proteste aún dormida y lleve una de mis manos a la zona superior de mi rostro, tapando mis ojos de cualquier rastro mínimo de luz solar.

El carraspeo de otra garganta al sentir mi mano abandonando su cintura me alertó de que no me encontraba sola.

Abrí los ojos con dificultad.

Ella.

Estaba aún dormida, con el ceño fruncido y el cabello alborotado. Su rostro tomaba un leve color anaranjado y sus pecas lograban resaltar más que de costumbre.

El recuerdo de ella acurrucandose en mi pecho la noche anterior llegó a mi mente en forma de pequeñas hojas otoñales cayendo de la copa de un árbol.

De forma lenta, armoniosa y serena.

Como si mis recuerdos fuesen acompañados por el sonido de las cuerdas de un violín vibrando por lo bajo.

Me concentre en ella, me dedique a conocer su rostro. Dudaba estar así de cerca en una ocasión próxima.

Dudaba de si quiera que lo que estaba presenciando fuese real. Si me encontraba en un sueño, planeaba contemplarla lo suficiente para recordarla despierta.

Verla dormir se sentía como caminar en la playa, con la arena colándose entre los dedos de mis pies y el olor a bronceado de coco impregnando el agua.

Se sentía como aquel hit de verano que no puedes parar de escuchar.

—¿quieres dejar de mirarme?

La voz somnolienta de Michelle me hizo sonreír.

—no te estoy mirando.

Sus manos seguían sujetas a mis caderas y sus ojos permanecían cerrados.

—observar a las personas mientras duermen es raro.

—¿no fuiste tu la que me dijo que tenia un lunar en el muslo bastante lindo?

—no recuerdo haberte dicho eso.

Una sonrisa apareció entre sus comisuras al terminar de hablar.

Senti mi estomago arder.

—observarle los lunares a una persona inconsciente es el doble de raro.

Michelle empezó a abrir sus ojos de a poco. El color miel que poseía se empezaba a hacer visible.

—dormirte en la cama de una desconocida también lo es.

—es lo mismo que estas haciendo tu ahora.

—Tu no eres una desconocida para mi.

Un cosquilleo recorrió toda mi piel.

—¿Que soy para ti entonces?— pregunte con interés.

—una conocida muy molesta.

Me deslice entre el mar de sábanas blancas para quedar un poco más cerca de ella.

—tu eres el doble de molesta que yo.

Los ángulos de nuestros cuerpos me hacían ver más alta que ella aunque la realidad fuese muy distinta. Sus ojos no se alejaban ni un segundo de los míos.

—también eres muy gruñona. ¿Sabias? Te irritas por todo.

Continuo, ignorando por completo mi comentario. Frunci el ceño.

—eso no es verdad.

—me agrada que seas así.— confesó. —me vuelves el día mucho más divertido.

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