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Cuando la gente – curiosos y pacientes – se marchan de mi remolque, descubro que Fabien no está

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Cuando la gente – curiosos y pacientes – se marchan de mi remolque, descubro que Fabien no está. Probablemente se haya ido desde hace más tiempo del que creo.

Entro a mi sitio de trabajo barra vivienda y limpio el desorden; hay residuos patológicos, cosas en el fregadero que necesitan lavarse y esterilizarse nuevamente y ropa que debo llevar a la lavandería cuanto antes.

Estoy agotada, me duele el cuello y con lo único que comulgo ahora mismo es con arrojarme a mi cama, preferiblemente, junto a un policía rudo y de cabello rubio oscuro ondulado abrazándome por detrás.

Suspiro cual adolescente cachonda y me pongo manos a la obra. Aviso que por el día de hoy no atenderé más consultas y que por la mañana ya estaré lista.

La gente es solidaria, comprendiendo que fue un día atípico para todos.

No sé cuánto me demoro en ponerme al día con la limpieza, pero ya es de noche y mis tripas hablan por sí solas. O rugen, si es que cabe el término.

Entro al cuarto de ducha que tengo aquí dentro y en cinco minutos me siento como nueva. Añoro cantar bajo el agua caliente, tomarme mi tiempo para exfoliar mi piel y humectarla para que quede tersa. Toda una ceremonia de belleza que he tenido que resignar; estos últimos meses han sido una locura y agradezco al menos tener voluntad de meterme en el baño.

Vestida con mis pijamas con estampado de corazones, uno de los único regalos de cumpleaños que me hizo mi padre, voy al refrigerador.

El panorama no es muy alentador; ir al mercado y abastecerme está en lo alto de mi lista de tareas a realizar cuanto antes.

―Huevos, tocino, guisantes...mmm...puede funcionar ―me convenzo en voz alta para cuando alguien toca la puerta. Frunzo el ceño y mi celular marca las diez de la noche. Ruego porque no sea Rusty; el chico es bueno y agradable a la vista, pero le cuesta comprender que no estamos en la misma sintonía ―. ¿Quién es? ―pregunto imaginando que de no ser un oso salvaje o un ladrón, me responderá.

―Soy Fabien ―mi corazón se paraliza. Uno, porque es él. El hombre que hace picar mi cuerpo y ha sido la recreación misma del pecado en mis sueños húmedos.

Y dos, porque sospecho que de seguir su patrón de rescatarme, ha traído comida y me ha liberado del triste intento de cena que estaba por preparar.

Abro sin demostrar cuán desesperada estoy por verlo – y cenar - y sonrío.

―Oh, ¿estabas en la cama? ―duda si entrar a mi móvil. Vacilo mientras lo bebo con la mirada. Sacudo la cabeza para limpiarla de pensamientos calientes.

―No, estaba resolviendo la cena en mi cabeza. ―Me corro de lado, permitiéndole el acceso.

―Entonces, ¡tema resuelto! Traje pizza de pepperoni, con extra de queso. El sujeto del hotel me recomendó este lugar y...―movilizada por la emoción de las últimas horas, por lo mucho que me gusta Fabien y por simples ganas de contacto humano, me arrojo a su cuello haciéndolo trastabillar ―. Wowo, estás...¿bien? ―su curiosidad me aparta.

"Soy tu venganza" CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora