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 Impacto mi puño contra la pared de la ducha, haciendo sangrar a mis nudillos

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 Impacto mi puño contra la pared de la ducha, haciendo sangrar a mis nudillos. ¿Por qué no acepté entrar a su remolque cuando me invitó?

Ella me había rechazado y apostaba mi mano hábil que eso era exactamente lo que haría. Sin embargo, fue muy clara: no era una mujer de una sola noche y a expensas de mis sospechas, confirmarlo me llenó el pecho de un tonto regocijo.

Sentir el calor de sus palmas atravesando la tela de mi camisa para estacionarse sobre mi pecho, el tenue roce de su mejilla contra mi espalda y verla confiada sobre mi motocicleta, me excitó de un modo animal.

Nunca había subido a alguien a mi Harley.

Una sensación de pertenencia y posesividad, las ganas de pasar por delante del idiota de Rusty para mostrarle quién la llevaba a casa esta noche, rugía en mi interior.

Cosas inexplicables. Cosas que no deseaba experimentar bajo ningún punto de vista. Cosas que no correspondía alimentar.

Sus grandes ojos castaño-verdoso con un intrincado patrón de motas doradas suplicaban cosas que su cabeza no estaba dispuesta a reconocer; el tono de plegaria en su voz, ambos puños junto a su cuerpo y el titubeo en sus pasos, me dieron a entender que estaba arrepentida de negarme una noche de puro placer.

Nadie me rechazó nunca y a pesar de vaticinarlo, fue duro de asumir.

¿En qué demonios estaba pensando cuando la dejé allí de pie, luchando con sus propias indecisiones?¡La idea era seducirla, arruinarla por completo y matar al cabrón de su padre con el dolor de su hija!

Cuando el agua comienza a salir fría, salgo del diminuto cuadro de ducha. Para un tipo grande como yo, la escasa superficie es más que incómoda.

Arrastro el vapor del espejo que cuelga sobre el lavatorio y observo la misma imagen otra vez: el rostro de un tipo que se mueve por instinto, sin corazón, que no recuerda un deseo más fervoroso que el de hacer justicia por el daño que le han hecho a su madre frente a sus ojos de niño.

Insistir sobre la sombra en el jardín trasero minutos antes de escuchar su agónico pedido de ayuda no fue suficiente para los peritos. Creían que yo era un niño que fantaseaba porque no podía soportar la muerte de su madre, que estaba en shock y que desconocía, obviamente, que mamá era una adicta.

La segunda noche en la que mi madre llevó a Albert Collins a cenar, ella me dio una extensa charla sobre cuán amble debía ser con la gente y que era imperioso tratar bien a los invitados. Que no estaba de acuerdo con las mentiras que había inventado la primera vez y que tendría que acostumbrarme a la presencia de su nueva pareja.

Yo era un chico de pocos amigos, introvertido, que se imaginaba siendo un policía al servicio de la comunidad.

Mamá nunca reprochaba mi comportamiento de niño ni tampoco criticaba mi analítica forma de ser, pero su anhelo por ser digna de su novio me llenó la barriga de malos presentimientos.

"Soy tu venganza" CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora