CAPÍTULO 6

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Izuku! Saluda a Katsuki.

El pequeño pecoso de 4 años se escondía tras las piernas de su madre, hasta las orejas de tímido pero con las pupilas brillantes que desviaban la mirada cuando aquellos pequeños y rasgados ojos rojizos le miraban con fastidio.

Inko Midoriya y Mitsuki Bakugou charlaban en la cocina de la peliverde con sus respectivos hijos pegados a ellas. La rubia recién llegada al vecindario lloraba con sus manos entrelazadas a las de la señora Midoriya, desahogando su pena por el recién fallecimiento de su esposo. Quién diría que tiempo después, hallaría secretamente el consuelo y nuevamente la felicidad en compañía de aquella encantadora y noble doctora.

-¿Kat... chuki? Yo me llamo Duku.

El pequeño rubio observaba con el ceño fruncido a ese estúpido niño que ni siquiera era capaz de pronunciar su propio nombre ni el suyo, así que decidió molestarlo y burlarse de él.

-¿Te llamas Iduku? Te queda mejor Deku, por tonto.

-¡Katsuki! No le digas así a Izuku, recuerda que él es más pequeño que tú.

La diferencia entre ambos era tan sólo de un año, pero Izuku lucía y se comportaba más infantil que el otro.

-¿Deku? Me guta.

A sus tiernos 5 años, Katsuki quedó enganchado de la forma en la que ese niño le sonrió y tomó su mano para darle un ruidoso beso en la mejilla.

-Juguemos juntos, Kacchan.

Katsuki se dejó llevar y desde entonces no soltó la mano de Izuku, hasta que éste se subió a aquel avión dejándole completamente solo, puesto que su madre había degenerado aún más después de la muerte de Inko, agudizando la depresión que le había dejado el trágico deceso de Masaru, su padre. Todos lo habían dejado atrás, pero el hecho de que Deku hubiera decidido por su propia cuenta vivir sin él, sin duda fue lo que más le había devastado.

Fue por eso que cuando conoció a Todoroki y éste le dio todo de sí confirmándole una y otra vez que se quedaría a su lado, pudo cerrar una mínima parte de la herida de abandono que permanecía abierta y latente aún. Jamás lo admitiría ante ellos pero Mina, Eijiro y Shoto eran su lugar seguro en el mundo.

Pero ahora, al ver de nuevo frente a él, a Izuku Midoriya, el mundo entero parecía haber frenado una milésima de segundo su frenética rotación, el suelo bajo sus pies hizo sonar un suave clic cuando pareció volver a la forma que era cuando aún caminaba de la mano de Deku.

El aura bicolor de su corazón fue cambiando poco a poco de tono como un caleidoscopio hasta retomar el verde aguamarina de las pupilas de ese pecoso.

Un puñado de girasoles nacieron del corazón de Bakugou y fue inevitable.

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