La noche en que todo ocurrió:
En los días de descanso de Itoshi Sae no había más diversión que en Japón, él había decidido irse para cumplir su sueño de ser un ilustre artista, reconocido dentro y fuera de su país natal, también quería ser admirado por todos, quería ganar fama y dinero aunque no lo necesitara, en Osaka podría vivir perfectamente bien hasta el fin de sus días con el reinado de su padre y, posteriormente el suyo. Pero ahí estaba el problema, no quería ser emperador. No quería tratar con las personas pobres ni ser el encargado de administrar leyes y órdenes ni mucho menos pasarse horas haciendo papeleo.
Por eso, más que por ambición, buscó la forma de salir de Japón y visitar otros lugares.
No le importó irse cuando su hermano le suplicó entre llantos que no lo dejara solo, no le importó cuando su padre lo destituyó de su futuro cargo y se lo dio a Rin, tampoco le importó dejar todo atrás para empezar una nueva vida. Así que mucho menos le iba a importar arruinar la de su hermano.
Era tiempo de festividades y entre ellas estaba el cumpleaños de Rin, su padre le había pedido que se presentara al menos una vez y después podría regresar a su vida de nómada, Sae accedió a ir con la condición de que los gastos corrieran por parte del emperador, incluidos viajes y ropa nueva.
Entonces ahí estaba, de nuevo en su lugar natal, respirando aire fresco combinado con el olor a mar, cielos azules y el palacio más fructífero que antes.
En cuanto llegó, lo primero que hizo fue comenzar a buscar entretenimiento para el cumpleaños de su hermano, quería que viera y experimentara lo mismo que él.El día llegó, las bailarinas estaban contratadas, la fiesta prometía ser un éxito con la llegada de importantes personajes, nada parecía aburrido y todo gracias a él. Ese día, una chica llamó su atención, precia alta, de piel blanca y mirada retadora, si Rin no la escogía cuando su padre la compró por una noche, él seguro que si lo haría.
El tiempo pasó, la fiesta terminó y con ella, dejaría de ver a la chica porque su hermano la había aceptado, no había más que hacer. A la mañana siguiente despertó, salió a caminar mientras esperaba que le prepararan el desayuno y se sentó en una de las sillas del jardín que daban hacia la puerta delantera de este. Ahí, la forma peculiar con la que Rin protegía a la chica llamó su atención, intentó ver más allá de su cara cubierta y el kimono mal puesto, vio la escena entre ella y su hermano, podía apostar que no habían hecho nada. Después de todo Rin seguía siendo un aguafiestas.
La chica misteriosa estuvo bajo la mira de Sae durante esos días hasta que, en la fiesta del pueblo, bajo los fuegos artificiales y la penumbra del bosque, pudo ver dos siluetas perfectamente iluminadas, se besaban y abrazaban como si de ello dependiera su vida, Sae los acompañó en su aventura hasta que llegó a su fin porque el emperador había solicitado a Rin en el escenario. Al día siguiente preguntó en el lugar de residencia de las bailarinas por la chica que quería para él, dio santo y seña de ella, alegando que la habían enviado a un evento personal del emperador, nadie ahí pudo decirle bien de quién se trataba, unas chicas al verlo y saber que era hijo del emperador, se autoproclamaban ella, pero Sae sabía que no era cierto, así que siguió buscando hasta que un tipo raro dijo que había sido un amigo, no se trataba de una chica, era un chico. Rin había pasado la noche con un chico y sospechaba que era el mismo chico del puente.
— Pienso que es bueno que quieras recuperar tu puesto, hijo. Aunque no sé a qué viene tu decisión, pero me es mejor tenerte aquí que saberte en alguna parte del mundo, sin familia que te cuide.
Sae dejó la taza de té sobre la mesa de centro, miró a su padre y pensó que era tremendamente aburrido escucharlo, pero le siguió el juego porque a fin de cuentas, él había empezado la conversación.