La vida de alguien puede ser demasiado loca y puedes no entenderla en ningún momento. Un día te parecerá agotadora y al siguiente pensarás que estás viviendo la mejor vida de todas.
Es confuso.
Rin no entendía para nada su vida. Su padre le había dicho que si aceptaba dar el discurso con él la noche anterior, al día siguiente sería libre de encargos y tareas, pero como dije, la vida es loca.
Cuando despertó, no pensaba en otra cosa que no fuera Isagi y su desayuno en el templo. De hecho, Rin nunca hacía ofrendas ni asistía al templo, pero lo haría si eso significaba estar más cerca del mayor.
La ducha fue rápida, tardó en elegir qué ponerse para salir y cuando decidió que estaba listo, su padre lo esperaba en la mesa del comedor con un par de invitados.
— Esto no está pasando — murmuró. Luego vio a Sae, que se acercaba para sentarse a desayunar con ellos y vio su momento para salir huyendo de ahí.
No había mucho que el emperador pudiese hacer, después de todo, nunca se le ocurriría buscarlo en el templo.
Todo fue demasiado rápido, salió corriendo, tiró del brazo de uno de sus sirvientes e hizo que lo acompañara todo el camino hasta el templo.
Al llegar, lo primero que vió fue una enorme puerta con talismanes pegados y colgados por todas partes.
— Señor, ¿compra un talismán? — El encargado de cuidar la entrada del templo estaba sentado detrás de una mesita blanca, con varios talismanes en ella, cada uno con diferente propósito. Miró cada uno de ellos, pensando si debía comprar alguno o simplemente pasar de ellos.
— Estudiar el pasado es la mejor forma de aprender para el futuro. — Un monje se puso detrás de Rin, sonriéndole con sinceridad. — entra por favor, estamos por comenzar.
Rin frunció el ceño, sintiéndose extrañamente conmovido por las palabras del monje.
— ¿Qué ha dicho? — Preguntó.
— Oh, que ya vamos a comenzar, pasa por favor.
— No, no... antes de eso.
El monje negó lentamente. — Tengo problemas de memoria a corto plazo, no sé qué dije, lo siento.
Rin bufó, había querido comprar un talismán pero no sabía cuál, así que tomó el primero que vió y dejó dinero sobre la cajita.
Dentro, habían personas recostadas sobre sus muslos, con la frente pegada al piso, orando por lo que sea que oraran, entre tantas espaldas, pudo distinguir la de Isagi con facilidad, que se encontraba en la esquina del santuario, Rin se acercó con cautela, tratando de no hacer ruido, en cuanto quedó al lado de Isagi, se inclinó hasta que imitó la posición de los demás y cerró los ojos. No era un hombre creyente ni mucho menos, pero estaba tratando de hacer lo que le gustaba a Isagi para comprenderlo un poco más.
Las oraciones terminaron en lo que él calculó, una hora y media después... más o menos, lo que si sabía con certeza era que le había aburrido de sobremanera.
— ¡Señor! — Habló Isagi demasiado alto, haciendo que su voz resonara con el eco del santuario, provocando que los presentes voltearan a verlos con enojo por haber interrumpido el silencio. — Oh... lo siento — se disculpó el mayor. — ¿cuándo ha llegado?
Rin carraspeó la garganta antes de hablar, se sentía aturdido.
— Hace muchísimo. — se quejó. — ¿haces esto cada fin de semana?
Isagi asintió. — y cada día festivo, por supuesto. Cada fin de mes también.
— Oh, eso será un problema... — murmuró el menor.
— ¿Perdone?
— Olvídalo. Hablé en voz alta. ¿Nos vamos?
— Jóvenes, ¿trajeron ofrendas?
Un hombre de mediana edad se acercó con una sonrisa y un canasto decorada con flores.
Rin negó, Isagi extendió la ofrenda que había llevado y se la entregó al hombre, este sonrió amablemente y siguió recolectando las ofrendas de los demás.
— Vamos, señor.
Se levantaron del suelo, se pusieron los zapatos que habían dejado afuera al momento de entrar y por fin salieron del templo.
El camino para ir a desayunar era corto y, aunque no sabían exactamente qué decir o cómo tratarse después de lo ocurrido el día anterior, se sentían bastante cómodos juntos.
— ¿Fue realmente mala la experiencia? — Habló Isagi con un tono preocupado en su voz.
— Oh, para nada. Fue... algo nuevo para mi, — comentó Rin. — lo volvería a repetir.
¿Qué? Por supuesto que no le quedaban ganas de repetir estar dos horas postrado en el suelo luchando entre orar o dormirse, pero tampoco quería decirle que si, fue una mala experiencia.
— ¿De verdad? Fin de mes ya se acerca, tal vez la próxima semana podríamos repetirlo.
La alegría en Isagi provocó que Rin lo odiara porque Rin solo quería ver feliz a Isagi, mientras más feliz estuviera, más sonreiría. Esa era la ecuación para verlo sonreír.
— Por supuesto.
•••••
El takoyaki estaba delicioso, los pedazos de jengibre y alga caían con cada mordida que Isagi daba y que luego volvía a tomar con los palillos y las ponía sobre el takoyaki sobrante.
— Tienes... — Rin alargó la mano, encargándose de limpiar el resto de salsa de anguila en la comisura de la boca del mayor, sin despegar la mirada de sus labios, se relamió los suyos, recordando el beso que habían compartido la noche anterior. El nerviosismo de Isagi eran tan encantador que al menor se le olvidó que estaban de día, a las afueras del santuario, desayunando en un restaurante lleno de gente con ideas totalmente arraigadas que no dudarían en juzgarlos si supieran lo cercanos que se estaban volviendo tan rápido y las intenciones que tenían. — listo.
— G-gracias...
Isagi dio el último bocado, sintiendo sus mejillas encenderse de sobremanera, temiendo que se notara demasiado.
— Isagi... déjame pintarte. — soltó Rin de pronto. — ven a mi casa.
— ¿Eh? — el mayor abrió mucho los ojos, — ¿cuándo?
— Hoy, mañana... cuando estés disponible.
— ¿Cómo me va a pintar el señor? — preguntó Isagi.
Rin sonrió porque Isagi pasaba de estar muy nervioso a soltar cualquier cosa que parecía estar coqueteándole y eso le gustaba muchísimo.
— ¿ Cómo te gustaría que lo hiciera? — decidió seguirle el juego.
— Sorpréndame...
— Vamos.
Rin se puso de pie, hizo un gesto para que el sirviente se acercara a pagar la cuenta y él se encargó de tomar la mano de Isagi, tirando de él con suavidad. Necesitaba llegar cuanto antes a casa y ponerse creativo.