Kaiser tenía todo preparado, era demasiado obvio como para pasarlo por alto. Un camino blanco adornado con farolas pequeñas al rededor, un comedor en el centro del banco, (adentro) y uno más pequeño pero no menos ostentoso en la parte delantera.
El barco comenzó a moverse, Isagi casi cayó de espaldas de no ser por el rubio, que lo sostuvo con delicadeza y lo ayudó a recomponerse. No hubo un momento de tensión en el que se quedaran mirándose a los ojos ni estuvieran a punto de darse un beso ni mucho menos Kaiser intentó hacer algo más allá de agarrarle con firmeza la cintura y respirar sobre su cuello, ese aliento cálido que hizo que Isagi se recompusiera en un instante. De hecho, Isagi agradeció mentalmente a Kaiser por no aventurarse a hacer nada más. No quería empujarlo y dejar el barco a medio camino. No sabía nadar.
Cuando menos se dió cuenta, estaban sentados al frente del barco, en el comedor de madera que parecía fina, tenía muchos platillos delante de él, algunos ni siquiera los conocía, supuso que eran platos alemanes.
— Este de aquí es Sauerbraten —apuntó Kaiser en un perfecto acento alemán. — es como un asado de carne marinada, acompañado con bratwurst — señaló el siguiente plato, — es algo que debes probar una vez en la vida.
Kaiser le acercó la copa de vino tinto que había servido mientras terminaba de explicar.
— Y por supuesto, comida típica de aquí, por si los sabores de Alemania no son de tu agrado.
Cuando Isagi aceptó salir con Kaiser, por su mente pasaron muchísimos escenarios, uno menos alentador que el otro porque no sabía qué esperar del rubio, no sabía si sería incómodo, si Kaiser intentaría propasarse o burlarse de él, pero sin duda jamás pensó que la iba a pasar tan bien.
Mientras comían, el cielo comenzaba a teñirse de un naranja vivo, anunciando así, que el sol comenzaba a ponerse. Era lindo ver a las gaviotas pasar, el aire se volvía cada vez más fresco y con eso la brisa era más fría.
Cuando llegó el momento de irse, Isagi no quería. Se quedó tan embobado con el paisaje, que quería quedarse más tiempo para grabarse esa bella postal en la memoria, pero tenían un toque de queda especial para los barcos y embarcaciones más pequeñas, así que, aunque Isagi quisiera, no podían quedarse más tiempo. Kaiser intentó sobornar al encargado del muelle para que hiciera la vista gorda y les dejara quedarse al menos una hora más, pero el señor alegó algo como: «¿qué diría la gente si el amigo del emperador no respeta las leyes? Ellos tampoco la respetarían entonces».
Así que no se quedaron porque el mayor tampoco quería manchar la imagen de Sae.Una vez en tierra firme, Isagi sintió que el estómago se le revolvía y luchó con todas sus fuerzas para no devolver la comida. Todo había estado delicioso y no pensaba vomitarla, mucho menos hacerlo frente a Kaiser. ¡Que vergüenza!
De camino a casa, Kaiser compró unos dulces para hacer la digestión, también paró en un puesto de juguetes y compró un kendama ball* para ir jugando con el todo el camino, al llegar, se paró frente a Isagi y se lo regaló.
— Me gustaría que vinieras conmigo a Alemania, piénsalo. Me voy en unos días. — Mintió. En realidad pensaba quedarse hasta que Isagi lo viera con otros ojos.
Isagi suspiró, miró su casa y retrocedió.
— Buen viaje.
Abrió la puerta y entró, dejando a Kaiser en medio de la noche con una sonrisa de lado. ¿Isagi lo había dejado solo, así, sin más?
Era fantástico ese hombre.
Comenzó a caminar, mirando y agradeciendo al cielo por el fantástico día que había tenido y cuando estuvo a punto de salir de la propiedad de Isagi, la voz del menor lo detuvo.
Isagi se asomaba desde la puerta.
— Gracias. — le dijo. — me la pasé bien.
Isagi no sonrió, pero Kaiser pudo ver en sus ojos que lo odiaba menos.
— A ti, Isagi... descansa.
— Llegue con bien.
El menor cerró la puerta, ahora si definitivamente. Kaiser se llevó una mano al pecho, sintiendo su corazón loco latir acelerado.
Dentro, en la casa de Isagi, Bachira esperaba pacientemente a que su amigo le contara cómo había ido todo, tenía entre sus manos una taza de té de jengibre con miel y un plato con galletas que él mismo había hecho.
— ¿Y bien? — Preguntó.
— ¿Qué?
— Cuéntame.
Isagi rodó los ojos. — No hay nada que contar.
Subió corriendo las escaleras, esperando que su amigo no viniera tras él, cerró la puerta cuando entró a su cuarto y sintió a Bachira golpearse con esta.
— ¡Serás bruto! — lo escuchó gritar. — ¡me has abierto la cabeza! ¿Cómo vas a hacerte responsable por esto?
Isagi suspiró resignado y abrió la puerta, Bachira esperaba con una mano en la cabeza y cara como si le hubieran clavado una espada en el pecho.
— Ya, dramático. Pasa.
Bachira dio un brinco y palmaditas en el aire, entró corriendo y se sentó en la cama con las piernas cruzadas, listo para escuchar todo.
Cuando Kaiser llegó al palacio, todo estaba a oscuras, las farolas iluminaban el camino a seguir pero aún así, parecía como si en cualquier momento fuese a salir un demonio a jalarle las piernas.
— Kaiser.
Pegó un brinco cuando escuchó su nombre entre la penumbra y se llevó una mano al corazón, ahora no latía por Isagi, sino por el susto.
— ¡Mierda! ¡Joder! Me he cagado en los pantalones. ¿Qué mierda haces entre la penumbra, Rin?