XXXIII

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El encargo era sencillo: matar a Rin.

Los hombres de Kaiser tenían una orden y estaban preparándose para emprender la búsqueda del japonés. Por supuesto nadie debía enterarse.

Isagi estaba en la ducha, por lo que Kaiser tuvo libertad de hacer una reunión y crear un plan inquebrantable para llevar a cabo.

Entró a su cuarto secreto, se dejó caer sobre la silla roja de cuero y suspiró, la cabeza le dolía, Rin era un dolor de cabeza que debía eliminar lo antes posible.

Cuando se recompuso, salió del cuarto y fue directo a la habitación de Isagi, tenía que distraerlo para que no saliera del castillo, no podía dejarlo ver a Rin.
La puerta de la habitación estaba abierta, también la ventana que daba al patio, Isagi no estaba ahí ni en la ducha, revisó en su dormitorio y tampoco estaba, bajó las escaleras a toda prisa, sus padres habían salido a atender algo urgente así que no había nadie más en el castillo que él y los sirvientes, los ordenó a todos en una fila, les preguntó por Isagi y nadie supo responder sobre su paradero, ni las amas de llaves ni los jardineros lo vieron salir. Había comenzado a entrar en pánico, estaba híperventilando porque  no tenía a Yoichi cerca. Salió al enorme patio y no vió nada más que los caballos yendo de un lado a otro, también encontró una cuerda improvisada con sábanas colgando desde la parte trasera de la ventana de Isagi.

— Joder.

¿Se había escapado? No. ¿Rin? ¿Se había encontrado con Rin?

La mitad de sus hombres estaban en el pueblo buscando a Rin, la otra mitad salió con él a caballo en busca de Isagi, las instrucciones eran claras; encontrar a Isagi y matar a Rin, era todo.

El viento soplaba con fuerza ese día, las hojas volaban con el aire, se sentía un aura inusual en todo eso.

Los dos eran extranjeros en tierras desconocidas, no podían ir muy lejos.

Entonces Kaiser tuvo una idea: el muelle.

Dirigió la búsqueda al muelle, donde recorrió todo el mercado y las casitas pesqueras preguntando por dos japoneses, nadie dio respuesta alguna.

Maldito por todo lo alto, gritó, golpeó la pared con fuerza, se revolvió los cabellos y comenzó la búsqueda de nuevo.

••••

— Kaiser debe estar buscándome...

— Déjame explicarte, ¿bien? Te diré todo y si después de eso quieres regresar con él, adelante, solo déjame contarte todo.

Rin había aparecido por la ventana, le había tapado la boca por detrás y le pidió acompañarlo fuera del castillo. Burlar la seguridad no había sido fácil, tuvo que esperar el momento preciso para escabullirse y llegar hasta la ventana de Isagi. Desde la noche anterior había estado acechando hasta que descubrió dónde dormía.

Isagi estaba de brazos cruzados, estaban en medio del bosque, los pájaros hacían extraños cánticos y la espesa niebla hacia casi imposible la visión.

— Pudimos haber hablado ahí, ¿sabes? Kaiser no es un monstruo. Nos hubiera dejado hablar.

La risa de Rin no se hizo esperar, no sabía hasta qué punto Isagi había aprendido a creer en Kaiser y con esas palabras lo estaba descubriendo y dolía. Ese rubio temperamental había sabido jugar sus cartas.

— No conoces a Kaiser tanto como yo, Isagi. Crecimos juntos prácticamente y te puedo asegurar que...

— ¿Me trajiste para hablar mal de él o para hablar de ti?

Rin suspiró. — Bien... déjame explicarte por qué hice lo que hice...

Rin soltó todo lo que llevaba guardado comenzando por sus irresponsabilidades y faltas que había cometido en el palacio, había dejado de lado sus obligaciones, prefería estar con Isagi y había gastado una fortuna para liberar a Bachira de su encierro, también le contó sobre la desaparición de Kuon, él había mandado a asesinarlo después de torturarlo para sacarle la verdad, así supo lo que pasaba con Bachira y con todas las chicas que bailaban. Luego le contó el loco plan de Sae y cómo se encargó de manipular a todo mundo para que las cosas se hicieran como él quería, por último, también le dijo que Kaiser estaba al tanto de todo.

El hijo del emperador y yo [Rinsagi +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora