ESPECIAL 1

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Una copa para olvidar

NICOLE

Si algo podía odiar con toda mi alma eran las películas románticas. Esas en las que el tío es perfecto en todos los aspectos, hasta que la caga de mala manera y la protagonista le perdona porque el amor que siente por él es mucho más grande que todo.

Eso, a mi humilde opinión, son gilipolleces del tamaño de Milán. Absurdas campañas de marketing para que todo el mundo crea en el amor idealizado y compren el merch de San Valentín del Flying Tiger especialmente diseñado con mil corazoncitos. Repugnante, muy pero que muy repugnante. Tanto que nunca iba a ese tipo de tiendas.

Por eso, bebía para olvidar. Aunque fuese una completa chorrada hacerlo, porque hacía ya un año desde que Paolo y yo lo dejamos. Pero seguía doliendo igual, incluso más, cuando ves que enseguida alguien a quien creías amar y era correspondido, tiene un hijo y se va a casar en dos semanas. Increíble. Tan rápido había olvidado todo y pasado página de manera radical. Siempre dijo que no quería casarse ni tener hijos... Supongo que no los querría tener conmigo, pero si con la modelo más conocida de toda Italia.

Pero no era ni el lugar ni el momento adecuado para autocompadecerme en medio de aquel luto que me había montado en la barra libre improvisada del restaurante favorito de mi familia en Barcelona.

Era el cumpleaños de mi hermana Gigi. Y ahí estaba yo, bebiendo un cóctel raro, Cosmopolitan creo que se llamaba. Si, se llamaba así. Solo recordaba el nombre por la revista de la cual me acordé cuando leí el nombre de la bebida en la carta. Por eso la pedí. Todo porque no tenían más ron del que me gustaba. Porque, obviamente, ya había arrasado con lo poco que quedaba de la pobre botella. No había dejado ni una gota en la botella y el camarero me había mirado de lo más mal.

Miraba desde la lejanía de la barra la bonita escena que protagonizaban mi hermana y el que creo que era su novio. Ni siquiera me había dado mucho tiempo a hablar con ella, porque al ser la cumpleañera era el foco de atención. Teniendo en cuenta de que media plantilla del FC Barcelona estaba aquí cenando, ella se llevó todas las miradas. Aun no sabía porque había tanto futbolista en el cumpleaños de mi morena favorita.

Había mantenido un contacto constante con mi hermana en estos cinco años de estudios en Milán, pero no sabía mucho sobre la vida que había construido en Barcelona. Nos limitábamos a hablar de la familia y del restaurante. Como mucho me hablaba de sus amigas, pero muy de vez en cuando. No podía culparla, yo hacía lo mismo. Le hablaba de mi trabajo, que era lo único que hacía en nuestra ciudad natal, Milán.

Quise acercarme, pero la vi tan feliz que sentía que sobraba aquí. En la vida de mi hermana había adoptado un rol secundario, olvidado. No solo en la suya, sino en la de mi hermano Enzo también. Con él sí que hablaba poco. Estaba en plena pubertad y según mi padre seguía recordando que tenía una hermana en Italia. Yo le decía que no pasaba nada, que era más que normal que no quisiese saber mucho de mí porque tampoco es que nuestra relación fuera de lo más estrecha.

Un chico se sentó a mi lado. No les presté atención, no me importaba mucho. Sería alguno de los jugadores del equipo. Al estar de lado, no pude reconocer quien era. Hasta que habló.

–¿Qué hace una chica como tú aquí sola? – preguntó.

Su acento canario me encandiló desde el primer minuto. Era suave, y los canarios eran mi debilidad. Paolo era canario, pero mitad italiano. Como yo, mitad española mitad italiana. Me giré para mirarle, ahora sí que estaba girado. Supe quién era. Porque no seguía mucho el fútbol español, pero el nombre de Pedri González era conocido en todos lados.

ANGELO | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora