ESPECIAL 3: Te van a odiar

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PEDRI

Era ya la segunda vez que veía esa imagen en tan poco tiempo.

Nicole, desnuda en mi cama, tapada con esa fina sábana blanca con la que la vi por primera vez dormida en mi cama a la mañana siguiente.

Ya era la segunda vez que nos acostábamos. Quizá esta vez fue más tranquila, no sabría definirla con un simple adjetivo. Lo que si sabía era que a la mañana siguiente seguiría aquí, no pensaba volver a irme. Llegaría tarde al entreno, pero ni me importaba. Pagaría trescientos euros o más de multa sí, pero esta sería la última vez que tendría así a Nicole. La italiana se marchaba a Milán hoy mismo, en unas pocas horas. Y no iba a desperdiciarlas bajo ningún concepto.

El cuerpo de la rubia se movió, mirándome. Acababa de pillarme mirándole directamente. No dijo nada, solo esbozó una sonrisa sin mostrar los dientes.

–¿Qué tanto miras Pepi? – preguntó, con la voz algo ronca de recién levantada.

–Mirando las buenas vistas de mi lado quizá.

Soltó una sonrisa sarcástica y se acercó a mí. Le di un pico en los labios y sonreí también.

–Idiota – murmuró.

Seguimos en la cama tumbados, mirándonos, sin decir nada. Besándonos, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Comencé a besar su cuello, poniéndome encima de ella.

Ella accedió enseguida al contacto, posando sus manos en mi espalda.

–Tengo que irme a hacer la maleta – murmuró entre suspiros.

Ignoré eso y la besé, no quería que se fuera de allí. Quería tenerla conmigo.

–Quédate, por favor.

Mi voz ronca en su oído hizo que se estremeciera. Besó mi mejilla y posó su mano en mi pecho. Mi suplica fue de lo más real, aunque sabía que se iría. Por mucho que intentase retenerla ahora, era absurdo. Se iría. Y yo quedaría aquí como un tonto que se había pillado de una chica que se marcharía a otro país y tardaría mucho en volver al mío.

–Pedri...

Sabía lo que significaba ese Pedri. Ese tono, todo. Tenía que irse y no quería que sucediera eso. La distancia nunca era buena. Ya no solo como bueno, este leve rollo que teníamos, sino como amigos.

No dije nada. Mi modo frío llegó, ese que sin duda no quería usar con Nicole. Pero su marcha me dolía. Dolía tanto que no tuve otra opción. Ojalá no hubiera hecho eso.

–Vete. Es lo mejor para ambos – dije, levantándome de la cama y yendo directo a por algo de ropa.

Lo notó, claro que lo notó. Mi frialdad era motivo para que no quisiera volver a hablarme. O cosas peores que preferí no pensar.

Sin decir nada, los dos nos vestimos. Yo fui más rápido y fui directo al baño. Me miré al espejo, culpable. Lavé rápidamente mi rostro e hice mis necesidades. Una vez fuera del baño, vi como Nicole salía se la habitación donde la noche anterior habían pasado demasiadas cosas. Vi en sus ojos dolor. Pero no dijo nada hasta tenerme a centímetros.

–He llamado a un taxi – informó – llegará en nada. Esperaré fuera.

Pretendió irse cuando la cogí del brazo. Ella giró su cabeza y me miró, esperando claramente que dijera algo. Pero de mi boca no salió palabra alguna, haciendo que ella se librara del agarre y bajara las escaleras con rapidez. No le vi hacer eso, pero si lo oí. Me quedé estancado en el pasillo de la segunda planta. Como un tonto.

La puerta principal se abrió cuando se oyó un claxon al otro lado. Se acababa de ir y yo seguía ahí, estancado. Sin poder moverme, sin poder decir nada. Asimilando que Nicole se había marchado para siempre. La noche anterior la conocí, conocerla de verdad. Además del sexo de más tarde, claro. Pero conocí sus miedos, mientras mirábamos como Barcelona dormía.

También se abrió otra puerta, pero esta vez de la otra habitación de la casa, la de mi hermano. Pensé que no estaba en casa, pero, todo lo contrario. Al menos no nos cortó el rollo la noche anterior. Era el mejor hermano del planeta y no tenía duda.

–¿Así de rápido la has dejado ir? Gigi y Gavi te van a odiar.

La voz de mi hermano detrás de mí no me sorprendió. El comentario era de lo más lógico. Porque sí, así de rápido la había dejado ir.

...

–Tío, he hablado con Gigi, Nicole ya se ha ido – comentó Pablo, mientras volvíamos al vestuario tras un duro entreno.

Había llegado tarde, como era de esperar. Me llevó mi hermano, ya que él tenía clases de cocina y le pillaba de paso. Pero al ser la primera vez que me retrasaba no me impusieron ninguna multa, pero si más tiempo de entreno luego. Solo que me dejaban bajar con los demás durante un rato ya que tenían que comentar como habían visto el entreno y cual sería la estrategia para el próximo partido el sábado próximo.

–Ya – dije, escueto.

–¿Solo vas a decir ya?

Parecía extrañado, aunque yo también lo estaba en cierta manera. Pero así iba a ser ahora, yo en Barcelona y ella en Milán. A distancia.

–Sí, solo voy a decir ya – respondí, con demasiada sequedad.

Gavi no se la merecía. Lo sabía, pero en ese momento mi mente solo pensaba en la rubia. En como la había dejado ir.

Mi mejor amigo no me dijo nada, es más, se marchó de mi lado. Tras la leve charla, yo volví arriba junto a los lesionados del equipo. Estuvimos un rato y después nos fuimos de nuevo a nuestras casas. Al menos ellos, porque yo iba a otro destino.

Pedí a Ronald que me llevara y el uruguayo no dudó en acceder y dejarme en mi destino.

Angelo. Si, Angelo.

Crucé la calle cuando me bajé del coche de mi compañero. Enseguida, cuando puse un pie en la cafetería, Enzo, el hermano menor de los Angelo, me vio.

–¡Pedri! – exclamó.

Enseguida su hermana Gigi se giró, que estaba sirviendo unas bebidas en una mesa. Los dos hermanos se acercaron.

–Nicole no está – dijo Gigi, algo seca.

Enzo no entendía nada, pero a los segundos cambió radicalmente de tema y me enseñó la cafetería a fondo. Había partes en las que no había estado, ya que solo me limitaba a estar en la zona de la barra las pocas veces que había venido.

Después de hablar un poco con el pequeño ya no tan pequeño, Giorgia vino hacia mi y me paró.

–¿A qué has venido exactamente canario?

Suspiré. Ella no dijo nada y me cogió del brazo, subiendo unas escaleras del fondo del local. Llegamos a la despensa, una llena de barriles y paquetes de latas.

–Siento – comencé. Pero no supe como continuar.

¿Qué sentía?

–No hace falta que me digas a mi esto. Pero – suspiró –. A mi hermana le gustas, por suerte o por desgracia – soltó una leve risa –. Así que, no sé que es lo que os traéis, pero por favor, dejaros de frialdades y de caras largas.

Supuse que había hablado con Pablo sobre lo frío que le hablé en el entreno.

–Supongo que no estaría mal hablar, pero, te olvidas de los kilómetros nos separan.

Ella me miró de una forma que no supe describir. Apoyó su mano en mi hombro y sonrió.

–¿Desde cuando una distancia te ha frenado Pedri? Si la pelota está a mucha distancia de ti, tu vas a luchar por ella y por conseguir ganar el partido, ¿no?

Asentí levemente sin decir nada sobre esa metáfora que acababa de usar.

–Pues entonces, ¿por qué no te arriesgas y ganas ese partido? 

ANGELO | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora