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–Fuiste tú ¿Verdad?–Arrojé el periódico hacia la mesa donde solíamos comer juntos.

Peter levantó la mirada a la vez que estiró de su brazo en dirección al papel que ahora permanecía sobre la mesa.

–Suicidio en Hawkins, Joven que solía ayudarle a su abuela se suicida en su propia tienda.–leyó en voz alta el encabezado de la noticia al mismo tiempo que sostuvo el periódico entre sus manos.

–¿Entonces?–me crucé de brazos en espera de una respuesta.

–¿Qué tengo que ver con un suicidio?–se carcajeó al mismo tiempo que movió su cabeza en forma de negación.

–Es la misma persona que amenazaste en la tienda.–le señalé con un ademán de manos.

–¿y?–arqueó la ceja sin retirar su sonrisa burlona de su rostro.

–Lo amenazaste y a los tres días se suicidó.–bufé–Peter, no nací ayer.–negué con la cabeza.

–Si estás tan segura que yo lo maté ¿Por qué no me denuncias con la policía?–se recargó en la silla mientras ponía ambas manos detrás de su nuca.

Ni si quiera yo sabía el por qué no me había atrevido a comentarle mis sospechas a la autoridad.

–Necesito que tú me lo aclares, no que ellos lo investiguen.–suspiré.

–¿Qué cambiaría si te confirmase que yo lo hice?

–Solo quiero oír la verdad.–susurré.

–La verdad no lo va a revivir, cinco.–se burló.

Y,otra vez, esa sonrisa malévola se hizo presente en su semblante.

–¡Peter!–grité–Estoy hablando en serio, no puedo creer que te comportes más infantil que yo.–me llevé las manos a la cabeza a causa de la desesperación.

Cuando Peter escuchó mi grito, rápidamente se puso de pie para señalarme con su dedo índice.

–¡No me grites!–me alzó la voz.

–Por favor, tratemos de ser racionales.–extendí mis manos para reflejar un señalamiento de alto.

A este punto de nuestras vidas, había comenzado a temerle. Peter era una persona a la que se debía de tratar con cuidado sino querías irritarlo.

–¿Quieres oír la verdad?–se acercó a mí para cortar la distancia que había entre nosotros.

Asentí con la cabeza. Entonces, se inclinó hacia mi oído.

–Tienes razón, yo lo asesiné.–susurró.

En el momento que escuché su declaración, empecé a sentir como si estuviese sudando frío. Desde que habíamos salido del laboratorio, él le había arrebatado la vida a dos inofensivos civiles.

–¿Por qué lo hiciste?–musité.

–Vino a buscarte.–me miró a los ojos–quería asegurarse que yo no te había hecho daño.–elevó su mano para acariciar mi mejilla derecha–se molestó porque no permití que entrase.–hizo un puchero.

–¿Lo mataste por venir a verme?–fruncí el ceño.

–En primer lugar, nadie tiene permitido venir a buscarte.–sostuvo fuertemente de mi brazo.

Me quejé del dolor que me provocaba su agarre, pero esto no le interesó.

–En segundo lugar, eres causante de esto. No puedes acusarme con la policía.–sonrió.

Despise | Peter BallardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora