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Lo único que me encontraba deseando era que mis piernas temblorosas no fuesen lo suficientemente obvias como para que Peter lo notase.

La mano de Peter había cambiado de posición, ya no se encontraba sujetando mi hombro, sino que ahora estaba colocada en la parte baja de mi espalda; lo cual provocaba que los escalofríos recorriesen toda mi espina dorsal. Al mismo tiempo, podía sentir como sus ojos estaban clavados en mi nuca, pero quería suponer que no podía despegar la mirada de mí porque ese era su trabajo, cuidarnos.

No tenía una palabra exacta para describir lo incómodo que fue el trayecto hacia la enfermería, puesto que los pasillos estaban invadidos de un profundo silencio.

–Llegamos. –Peter se detuvo frente a una puerta blanca, lo cual indicaba que detrás de esta estaba la enfermera.

No respondí, me limité a esperar que él abriese la puerta y así fue, Peter Ballard abrió la puerta sin despegar las yemas de sus dedos de mi espalda.

–Enfermera, creo que alguien se siente mal hoy.–Peter pronunció en cuanto giró de la perilla, pero no hubo ninguna respuesta.

Del otro lado no había ninguna persona esperando nuestra llegada. Significaba que estábamos solos, cosa que me puso los nervios de punta.

–Creo que no hay nadie.–murmuré en un tono bajo, pero lo suficientemente audible para él.

–No importa, entra. –ordenó.

Giré levemente de mi rostro para verlo sobre mis hombros, su semblante era serio, así que no estaba dispuesta a comenzar una discusión.

Di unos cuantos pasos para adentrarme a la enfermería y, de esta manera, terminé confirmando que efectivamente no se encontraba la presencia de de ningún alma en el lugar. Peter también había ingresado a la habitación para posteriormente cerrar la puerta tras de él.

–¿Estaría bien si la esperase sola? –pregunté mientras me sentaba en la camilla donde solían recostarnos para ser revisados.

–No tengo permitido dejar a ninguno de ustedes solos. –Negó con la cabeza mientras sonreía de oreja a oreja.

El hecho de que estuviese sonriendo me hacía cuestionarme sobre sus pensamientos.

–¿Por qué sonríes? –fruncí el ceño.

–Trato de evitar las ganas de reírme ¿En serio? ¿Ganas de vomitar? Cinco, no tienes la apariencia de alguien que se siente mal.– se recargó en la pared quedando frente de mí.

Tragué saliva mientras pensaba una buena excusa para no serle sincera porque no tenía ni la menuda idea de que decirle.

–En su momento me sentí mareada, creo que se me está pasando. –desvié la mirada.

–Cinco, no nací ayer. En cuanto llegue la enfermera y te haga una revisión se dará cuenta de que no tienes nada. Sabes como es papá, no le va a gustar el hecho de que mentiste para salir antes de la sala de arcoíris.

Sus palabras me hicieron sentirme asustada al pensar en las consecuencias que iba a recibir por mi mentirilla.

–Ahora pareces una chiquilla asustada. –comentó con un tono burlón, lo cual hizo que le echase un vistazo.

Peter me miraba con una ceja enarcada mientras yo intentaba buscar una excusa para no ser descubierta por papá.

–¡Bien! Tienes razón, mentí para salir un poco antes. –me resigné.

–Te puedo ayudar a no ser regañada si me dices la razón.

¿La razón? Ni siquiera yo tenía en claro el por qué últimamente me había estado sintiendo tan incómoda.

Despise | Peter BallardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora