𝟢𝟣. 𝐦𝐚𝐥 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐝𝐨

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│ ┆ ✐; mal partido.



     DESDE QUE LISANDRO HABÍA EMPEZADO A JUGAR AL FÚTBOL, en el club Urquiza, Martí era arrastrada a todos los partidos del chico. 

     Era sentada entre su madre y Silvina, quién también era como una segunda madre, en los lugares del medio. Su abuela, Rosa, las acompañaba cuando podía; ella también adoraba al chico, y no se molestaba en disimular los comentarios sobre que su nieta y Licha iban a terminar juntos. 

     —Martina, saca esa cara —regañó su mamá, tras ver la cara de culo que ponía mientras observaba como la pelota se movía de un lugar a otro—. Si ibas a estar así, no hubieses venido.

     —¡Es que no quería venir! —graznó molesta. 

     Mar quiso añadir que su madre la había obligado, sin darle ninguna otra opción; pero cerró la boca al ver la expresión molesta en su rostro.

     —Ay, perdí de vista a Licha —habló Silvina, intentando desviar la atención de ambas—. ¿Llegan a verlo? 

     La rubia, de cabello ruloso, estiró el cuello hasta su máximo. Varios de los jugadores estaban cerca del arco, del equipo de Lisandro. 

     Martina estaba a punto de decir que no lo alcanzaba a ver, debido a que todos se veían iguales; hasta que jugador por jugador empezaban a desaparecer y caían con rapidez al piso, como si la tierra los tragara.

     —Allá 'ta —señaló con su dedo índice, justo donde otro jugador cayó al suelo, revelando a Lisandro ante el público. 

     Un grito brotó de ambas mujeres, asustando a la menor, alentando a Lisandro y festejando su defensa como si fuese un gol. 

     El menor de los Martínez giró la cabeza en dirección de los gritos de las mujeres. Su mirada se enfocó en la pequeña rubia rulosa, completamente tiesa en la banca ante los gritos.

     Cuando Martina lo observó a él viéndola, le dirigió una pequeña sonrisa; levantando lentamente ambas comisuras de su boca. Ante aquello, Lisandro permaneció más tiempo del esperado observándola.

     Era la primera vez que Mar le dirigía una sonrisa, o bueno, casi. Aunque la sonrisa no llegaba hasta sus ojos, había un pequeño brillo en el celeste de sus ojos que jamás había visto.

      —¡Licha! —La voz de uno de sus compañeros regresó al mencionado a la realidad; pero cuando recordó que el partido seguía, ya fue demasiado tarde.

     Los pinches de los botines, de su contrincante, se clavaron en su tobillo, raspando su piel y la tela de las medias. Cayó contra la tierra dura y seca de un golpe. 

PAPER RINGS | Lisandro Martínez ²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora