Capítulo XIV

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La puerta se abrió de golpe. Un ruido inquietante se hizo presente, pero no tanto como los quejidos de Stolas y el cansancio de Blitzø manifestado en todo su cuerpo.
En un movimiento rápido colocó a Stolas en su cama con sábanas elegantes, recargando su espalda en la cabecera. Su cuerpo entero estaba agradecido por liberarse de dicha pesadez. El sudor bañó su frente, recorrió su delgada espalda, abrazó sus manos.
Sin embargo, la misma inquietud fue incapaz de permitirle descanso alguno.

Salió de la habitación en dirección a la suya. Su respiración estaba agitada y la chaqueta se mostraba sucia; su propio cuerpo le suplicaba a gritos tomar un descanso, mas el escenario que vivió hace unos eternos y tormentosos minutos le exigía seguir adelante. Aún conservaban el olor a pasto marchito en su nariz.

Había sido advertido por el filo del cuchillo y amenazado por unas palabras sangrientas, pero lo ignoró por completo. No, era diferente. Subestimó a su oponente a pesar de conocer sus trucos. Bajó la guardía y el resultado lo atormentaba. Su arrepentimiento pesaba igual a cadenas atadas a sus tobillos, vacilando sus pasos, atrasando su travesía. Unas terribles náuseas amenazaban su estado, quedando a la mitad de su garganta.
Se detuvo un instante, obligándose a regresar el alimento a donde pertenecía, controlando su respiración, y volviendo a la normalidad sus piernas de gelatina. No era el momento de lamentarse. Tenía asuntos importantes que atender, y la sangre adhería a sus manos era tan amable de recordárselo.

Entró al cuarto maldiciendo el desorden.
<<Debí dejar que limpiaran>>, pensaba mientras entraba a los restos de lo que parecía una parte de la segunda guerra mundial. Buscó por el escritorio, dentro del armario, en su vieja mochila, pero la frustración se elevaba como lava de un desafiante volcán.

Aún se podía escuchar los disparos, cada vez más cerca, y al mismo tiempo tan lejos. Los propios nervios desconectaban sus sentidos. Eran una verdadera pesadilla.

Examinó bajo la cama, entre basura y sustancias pegajosas que tenían una apariencia desconocida, pero lo suficientemente asquerosa para no investigar más a fondo. Jaló con fuerza un botiquín hasta tenerlo en su pecho. Una sonrisa sincera liberó toda esperanza.

-¡Sí!-gritó-¡Gracias, Octavia!

Regresó a su carrera contra el tiempo. El botiquín estaba tan cerca de su cuerpo que parecía unirse hasta convertirse en una sola persona; los dedos delgados abrazaban con intensidad los bordes ya que, aunque odiaba admitirlo, su miedo a perderla era tan grande como la casa misma.

Llegó al cuarto, sacando los medicamentos igual que un loco, y un escalofrío desagradable recorría todos sus dedos.

En ese momento, tres sirvientes llegaron con las miradas llenas de conmoción. Blitzø empatizaba con su sentimiento, pero no era momento de sentir mejor a los otros; además, no era algo que lo caracterizaba.

-¡Necesito agua, unas toallas y más vendas!- Los empleados estaban congelados-¡Ahora!-bramó, mostrando sus colmillos.

Sus ojos brillaron con tanta intensidad que hasta bajo la propia luz de la habitación se podía notar el destello de un animal salvaje. Los sirvientes se movieron como cucarachas.

-Malditos primerizos -musitó mientras preparaba los utensilios.

-No seas duro con ellos-aclaró con la voz cortada.

-¡Cállate!-gritó con la fuerza de un tornado, para terminar tan frágil como una gota de agua-Sólo... cállate.

Stolas guardó silencio con una mirada atónita. El cuerpo de Blitzø se veía horrible, igual a un castillo de naipes a punto de caer luego de soportar una tonelada de cemento. Era evidente que la culpa que sentía Blitzø lo volvía delicado, pero ¿cómo puedes guardar reposo cuando toda la situación está bajo tus solidas e inseguras manos?

Pasaron 30 segundos exactos y los sirvientes ya tenían las cosas a la disposición de Blitzø. Las dejaron a un lado de la cama con mucho cuidado. Temían que si desperdiciaban algo el demonio delante de ellos les hiciera un agujero en su cabeza.

-Largo-dijo en seco, acercando los utensilios.

-N-No necesita que...

-¡Dije largo!-Sus uñas rasgaron las suaves sabanas y los dientes se veían más filosos.
Los tres desaparecieron como el humo.

Colocó un trapo con agua lo más delicado que podía a la herida, debía limpiarla antes de que llegara a complicarse; el simple pensamiento de aquello sacudía a Blitzø, formando un dolor punzante que bailó en toda su cabeza, podía sentirlo hasta en sus rizados cuernos. Una queja se presentó, el cuerpo se encargó de subrayar aquella incomodidad, pero por más que Blitzø deseaba dejar de provocar dicha sensación debía seguir firme, igual a un soldado en la guerra fría. Después aplicó un antibiótico en crema; procuraba que cada centímetro de su pierna estuviera bien cubierta, revelando una expresión seria y su mandíbula se endureció. Por un segundo parecía que sus dientes iban a romperse por la violenta presión.
Por último, sacó unas vendas blancas y delgadas; rodeó toda su pierna derecha tratando de levantarla lo menos posible para no causar malestar. No lo consiguió. Pero su enorme alivio abrazó su alma cuando terminó con la herida. El dolor comenzaba a disminuir.

Guardó todos los materiales de nuevo en el botiquín, dejandola a un lado. Acercó una silla a la cama, con los hombros caídos y los ojos agotados. El sueño invadía su mente como un sucio veneno.

-Blitzø, yo

-Necesitas descansar.-Se sentó y exhaló pesadamente con la vista caída-¿Puedes hacerlo?

-Sí, pero

-Sólo... Duerme, por favor.

Stolas se limitó a expresar su desasosiego. Se acostó y se sumergió entre las sábanas.

Blitzø se quedó mirando la muerta; a pesar de estar cansado, sus ojos eran tan filosos como las navajas que guardaba en su pantalón. Vigilaba el lugar igual a una serpiente al momento de atacar.
Pasaron unas horas. Todo el lugar estaba tranquilo; los disparos ya no se escuchaban. Inquietaba su mente.
Comenzaba a cabecear, sus manos soltaban poco a poco el arma que cargaba cual bebé en una noche llena de llanto, las energías desaparecían dejando un cuerpo sin vida.
Cerró los ojos hasta que no quedó nada más que un escenario oscuro y momentos llenos de tranquilidad.
Había viajado al mundo de los sueños.

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