Capítulo I

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Transcurrieron siete noches desde aquella cita desgarradora y llena de humillación. Las memorias florecían sin parar y el corazón se sumergía en un denso oceano helado. Varías lágrimas brotaban con el alto de la luna mientras los arrepentimientos sonaban como el cantar de las sirenas. Sin embargo, hasta en las tinieblas se puede encontrar una salida.

En la sala principal de un departamento solitario estaba un sillón roto así como pestilente. Encima del mismo descansaba un pequeño demonio de cuernos largos y rizados, ojos amarillo brillante y una piel roja como la sangre. Miraba aburrido los programas que cambió una, y otra, y otra, y otra vez, volviendo al inicio de un círculo infinito.
Al lado del mueble se podía apreciar una mesa de noche con su lámpara y un teléfono con la pantalla rota. El aparato electrónico desprendió una vibración corta, llamando la atención de su dueño.
El demonio tomó su aparato eléctrico con desinterés. Al prenderlo sus ojos se abrieron por completo, sus pupilas se habían encogido al mínimo y, al mismo tiempo, los latidos de su corazón se detenían con más prisa. Era un mensaje de su compañero sexual que, para ser sólo un comunicado, se podía percibir la cantidad de seriedad que llevaba.

-¿Puedes venir al castillo, por favor? Necesito hablar contigo.

Los ojos de la criatura rodaron por todo su campo visual, apretaba la glabela con irritación mientras una mueca se dibujó en sus labios. Hace unas horas tuvo una discusión con su hija adoptiva, de modo que no estaba de humor para complacer las fantasías sexuales de aquel búho. A pesar de ello, su lista de deberes estaba escasa al igual que sus planes.
Con un mal humor tomó las llaves de su camioneta y la chaqueta negra que reposó en el brazo rajado del sillón para salir con pasos pesados del departamento. No tenía ni idea que uno de sus múltiples problemas acabaría de una vez por todas, o se apagaría la única luz que tenía en ese maldito infierno.

[...]

La camioneta negra con el logo de la empresa se estacionó enfrente de la entrada del palacio. A lado de la fuente que fue testigo de su discusión llena del dulce sonido de confusión y mentiras.
Subió las escaleras pensando en las horas pesadas que tendría en la cama de dicho demonio superior. Un dolor de cabeza insoportable se formaba con sólo imaginarlo. Estaba dispuestos a tocar cuando un mayordomo de cabello blanco, físico ancho y algo bajito abrió mostrando la misma expresión sería que cargaban.

-Señor Blitzø, sígame por favor.

El sirviente dio medía vuelta para comenzar a caminar sin importarles las objeciones del invitado. Las palabras de Blitzø estaban limitadas y, sinceramente, no encontraba cómo formar una simple oración. No tuvo otra opción que acceder a la orden del criado.
Atisbó el interior del castillo. Todo su interior estaba sumergido en las sombras, era difícil poder distinguir los muebles y las puertas del lugar, pero el pequeño demonio que lo guiaba podía caminar por el entorno con tanta facilidad que resultaba molesto.
El mayordomo se detuvo en una puerta grande color azul rey, tenía una luna llena en su centro, también diferentes constelación que rodeaban al satélite. Haciendole una hermosa compañía.

Blitzø entornó la puerta, observando una cama grande con sábanas costosas, un librero lleno, una alfombra circular en medio del suelo y una ventana donde entraba la luz del satélite nocturno. Era el cuarto de Stolas.
Entró con los nervios recorriendo cada parte de su pecador cuerpo, miraba por todos lados como un verdadero paranoica esperando encontrar a Stolas o sólo poder identificar mejor los muebles. Su vista comenzaba a irritarse.
En el rincón del lado izquierdo, entre la venta y la estantería estaba un sillón esponjoso de tono lila; justo ahí estaba el principe del infierno. Sus ojos parecían cuatro rubis brillando con intensidad. No decía ninguna palabra, sólo estaba mirando a Blitzø como una presa indefensa.

-Bien, para que querías verme, Stolas- mencionó Blitzø mientras cruzaba los brazos y miraba serio a dicha criatura, igual a las otras veces que estaba con él.

El mencionado se levantó, se podía apreciar en sus ojos. En ellos se podía ver la clara tristeza que tenía, llevaba el mismo traje de la realeza. Blitzø pudo notarlo, pero prefirió no decir nada. Sólo siguió abrazándose para sentir alguna protección por más pequeña que fuera.

Stolas acercó su mano al frágil cuerpo de su compañero, extendió sus dedos mostrando un anillo de piedra escarlata reposando en su palma.

-¿Qué es esto?-preguntó Blitzø, tomándo el objeto con mucho desprecio.

-Es tu pase al mundo de los vivos.

-¿Qué?-Su voz se cortaba mientras escuchaba con claridad sus latidos de temor.

-Ese anillo te ayudará a seguir con tu negocio, ya no necesitas el libro. El contrato se cancela.

-Stolas, si este es un mal chiste te juro...

-Es la verdad, no tengo nada que ocultar. Ahora puedes irte.

Le dio la espalda. El aire que desprendió su capa acaricio el rostro de dicho demonio con brusquedad. Blitzø no podía parpadear.

-Escucha, sé que la última vez...

-¿Por qué insistes?

Esa pregunta resonó en los oídos de Blitzø, era como escuchar el sonido de las balas siendo disparadas. A pesar de ser sólo una pregunta, su interior se ponía demasiado frágil.

-Tú y yo nos juntamos por un contrato que te propuse, el cual aceptaste. Pero ambos sabemos que la relación se iba a quedar en eso, nunca iba a avanzar. Jamás me amaste y jamás me amarás, te estoy dando la salida para deshacerte de mí. Justo como querías desde un inicio... Ya me cansé de aferrarme a una tonta ilusión

Blitzø no sabía que decir. Podía ver la ira y la tristeza fusionadas en su cara, unas agrias lágrimas amenazaban sus ojos, pero lo que causó inquietud fue ver al mismo búho rojo con piel negra formándose atrás de él. Se veía igual que en el mundo de los humanos, temible y hermoso.

-Stolas...

-Nunca signifique algo para ti. Todo fue solo una mentira.

Stolas se incorporó, respiró profundo, dio medía vuelta, mirando la decoración de la venta para encontrar la fuerza que había perdido hace dos segundos o hace veinticinco años.

-Retírate, por favor.

-¡Mierda, Stolas!

-¡Ahora!

Blitz salió del castillo sin decir algo más, observaba el anillo con mucho detalle mientras era dirigido por el mismo mayordomo. Por fin había salido de ese fastidioso contrato, podía viajar al mundo de los vivos sin la necesidad del libro, era libre. Entonces, ¿por qué se sentía destrozado por dentro? Afuera, dónde solo se escuchaba el agua de la fuente cayendo sintió un vacío enorme que, hace mucho tiempo, no prestaba atención. Sin notarlo, unas lágrimas acariciaron sus mejillas, apretaba con fuerza el anillo sin importarle el daño que podía causarle y unos quejidos agudos brotaban de su garganta, desgarrando y acompañando el dolor de su corazón.

La alarma del celular despertó su conciencia, trayendolo a la oscura habitación llena de amargura y suciedad. Se sentó en la orilla de la cama, quitando la sábana desgastadas y tallando sus ojos con molestia.

-¡Mierda! Ya pasó un año, ¿por qué sigo recordando?

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