Capítulo XXXVI

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Los truenos dominaron el cielo como si de una reclamación se tratara, el viento sacudió los árboles con una intimidante fuerza y la tierra se levantó cual espíritu en un panteón. En medio de aquel bosque, donde todo terminó, un demonio de piel roja sostenía el cuerpo sin vida del penúltimo heredero de la familia Goetia.

-¡No me abandones!-suplicaba con el rostro frío del príncipe en su frente-¡Por favor!

Los relámpagos iluminaron el entorno, pero los rugidos del cielo se hacían más fuertes con cada lamento.
Las sombras del bosque comenzaron a tener voluntad al rodear ambos amantes a la velocidad de un tornado. Se levantaron hasta tener la figura de varios demonios de cuernos alargados. No tenían boca o nariz, solo dos cuencas vacías que simbolizaban las ventanas del alma.
El cuerpo del príncipe se hundió entre las sombras, como si estas fueran capaces de consumir en un sólo bocado, y de manera lenta, el cuerpo entero de un noble.

-No, no, no-aulló mientras intentaba detener aquel desgarrador acto, pero todo fue en vano-¡No!

Trató de levantarse, pero sus rodillas le fallaron, igual que aquella noche. Sus labios temblaban; podía sentir la mirada de todos, esa mirada que desnuda el alma para destrozarla sin lamento alguno.

Lo dejaste morir.

-No-tartamudeo-Traté de de salvarlo.

Eres un monstruo.


-No...

Quería alejarse, pero esas sombras lo rodeaban como tiburones a su presa.

Asesino.


Quería llevar sus manos a los oídos y detener, aunque fuera burdo, los gritos de aquellas voces, pero se detuvo a mitad del camino. Contemplaba con horror sus manos ensangrentadas. La única esencia de su amado.
Su respiración se volvió agitada y sentía que, en cualquiera momento, su corazón iba a estallar.

No mereces vivir.

Las sombras se hicieron más grandes hasta no ver más que simple oscuridad y escuchar la ira de Zeus en la brusquedad de sus truenos.

Ojalá no hubieras existido.

Las sombras cayeron en un enorme gruñido. Trató de escapar o de gritar, pero todos sus sentidos desaparecieron.
Todo se oscureció.







Despertó con un largo grito, su pecho subía y bajaba con desesperación. Miró a su alrededor para buscar consuelo, pero ni siquiera la sucia y solitaria habitación podía brindar calma a su abrumador juicio personal. El sudor bañó su rostro. Las lágrimas brotaron y los sollozos no se limitaron. Sentía que su corazón iba a explotar, no podía respirar con claridad, como si tuviera una roca en lugar de pulmones y su cabeza daba vueltas.
Apretó la orilla de la sábana, pero ni siquiera eso podía traerlo a la realidad.
Apretó la mandíbula, pero no podía reaccionar.
El corazón latió con más rapidez. No podía soportarlo más.

-No te culpes-Unas manos delgadas y de un color celeste rodearon las mejillas de aquel demonio-Hiciste un gran trabajo.

Todo su ser se congeló.
¿Otro sueño? ¿otra pesadilla? No lo sabía con certeza, pero en frente de él podía verlo, podía sentirlo. Ahí estaba y aún así no podía moverse.

-¿Stolas?-tartamudeo.

El espíritu asintió con lentitud. Tenía una sonrisa tan calidad.

-Perdóname -sollozó -Por favor, perdóname.

El espíritu lo miró con un aura tranquilo y radiante. Tenía sus manos recargadas en su regazo y una delicada sonrisa que alumbra la más solitaria almas.
Desvío la mirada por un segundo; desvaneció su forma hasta convertirse en olas celestiales, como pedazos de aurora boreal.
El demonio de cuernos rizados saltó de su cama de inmediato; el miedo se apoderó de sus brazos. No quería perderlo.

Corrió hasta llegar a la sala principal de su departamento. La oscuridad decoró todo el lugar, mas eso no lo inquietó.
Buscó con una mirada desesperada, hasta que lo encontró esperando en el rincón de la izquierda.

Estaba delante de un espejo, pero tenía el brazo estirado, como si le pidiera a su amado que se acercara con confianza.
El demonio avanzó con pasos pequeños y vacilantes. En un instante, se vio obligado a ver su horrible imagen: las ojeras descansando en sus apagados ojos, el color pálido de su piel, los labios partidos y deshidratados.
Sin embargo, sólo podía recordar su piel manchada de sangre y sus manos cubiertas por su único error.
Estaba por romper el espejo; no soportaba más ese sufrimiento, pero el príncipe tomó su puño hasta llevarlo al pecho del demonio.

-No eres un monstruo-levantó el mentón de este-. No eres un asesino.


-Stolas.

Con su otra mano lo obligó a mirarlo. Volver a ver esos apasionados y hermoso ojos le daba una consuelo a su corazón.
El príncipe acarició con un pulgar las demacradas mejillas.

-Fuiste la estrella que me guió en la noche más oscura. La llama que me dio calor en los más eternos inviernos de mi ser. Fuiste la poesía que no me cansaría de escuchar y la canción que no dejaría de pronunciar.
Fuiste todo para mí, Blitzø.

No podía tocarlo, pero disfrutó del calor que brindaba su amado, aunque fuera por una solo momento, una sola noche.
Trató de juntar su mano con la de Stolas, pero este se atravesó como el cuchillo en la mantequilla.

-¿Qué se siente?-lo miró a los ojos-¿Qué se siente estar...?

-Nada-miró los dedos del demonios-. Todo el dolor, la soledad, la tristeza... simplemente se fue.


Las cejas del demonio cayeron de inmediato y un mohín de pena se impregnó en su rostro.

-¿Puedo ir contigo?

Los ojos del príncipe se abrieron de par en par, pero volvieron a transmitir ese cálido amor.

-Tienes cosas que hacer aquí-aclaró -, aún no es tu momento.

Sabía que esa iba a ser su respuesta, pero igual de dolió con la fuerza de una apuñalada. Era como si existiera esa pequeña esperanza de poder estar juntos. Una última ilusión.

Su mirada se congeló al ver que el alma del príncipe desaparecía en pequeñas partículas. Una escena que le trajo un terrible recuerdo.

-¿Stolas?

-Por favor, protege a mi hija.


-Por favor, no.


-No me dejaste morir.

-¡Stolas!- trató de sostener su mano, pero era inutil-¡No te vayas! ¡No me abandones otra vez!

-Me diste el privilegio de sentirme vivo, aunque fuera por muy poco tiempo-su sonrisa se amplió-. Gracias.


-¡No!

-Te estaré esperando.


Su alma desapareció en una explosión de luz. El demonio abrió sus ojos en una agitada respiración.
Buscó a su alrededor, pero no vio ninguna señal de su amado.
Cayó de rodillas con la mirada congelada. No sentía ira, mucho menos dolor, pero sintió los ríos de su alma atravesar sus delicadas mejillas.

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⏰ Última actualización: Jul 18 ⏰

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