Capítulo XXIII

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La mañana llegó más rápido de lo que se esperaba. El aroma a frutos rojos y tierra mojada inundaba la atmósfera del lugar, los pasos de los sirvientes retumbando en las paredes de los pasillos funcionaban como alarma, y el helado viento podía congelar todo a su paso.
Los párpados de Stolas se abrían con dificultad. El sueño se negaba a abandonarlo, pero su sentido de responsabilidad lo golpeaba sin cansancio, recordándole la ajetreada vida que tenía. Su visión llegó a la normalidad, entre bostezos y cansancios, pero lo que presenció fue el detonante para activar todos sus sentidos al cien porciento.
La presencia de Blitzø desapareció. No había nada. Ni una nota. Ni un aviso. Ni un detalle al cual aferrarse.
Buscó con la mirada mientras se incorporaba al presente solitario al que estaba acostumbrado. Las sábanas se arrugaron por la desesperación que comunicaba su cuerpo, el miedo se aferraba a sus decaídos hombros, y un dolor punzante apuñaló una vez más su interior, hundiéndolo en un espeso y oscuro mar imposible de salir. Un lugar tan familiar que conocía cada aspecto del mismo.
Se acostumbró a contemplar la falta de ausencia de ese amor. Entonces, ¿por qué llega a doler tanto volver a creer en las personas cuando sabes bien cómo actúan? Tal vez era la estúpida esperanza que tenía en alguien que siempre realiza el mismo show sin vergüenza, o el miedo se negaba a aceptar la realidad que le tocaba. Era difícil decidir la respuesta, pero sin duda, ambas dolían con el mismo poder.
Varios recuerdos volvieron a su presente tan amargo, los afilados colmillos se encajaron en todo su cuerpo, envenenado con el dolor que tanto deseaba olvidar. No podía creer lo estúpido que fue, lo inocente que fue por volver a creer en esas mentiras que no se cansaba de pronunciar.
Juntó sus piernas hasta el pecho, igual a un feto ignorante y, con la desnudes de sus apagadas plumas, comenzó a liberar todo aquello que no pudo expresar en su debido momento. Las ácidas lágrimas le dejaban un buen recordatorio de las consecuencias que tenía volver a creer en las personas.

-<<Te lo mereces>>-recitó sin parar esa voz que lo acompañaba desde su nacimiento. Esa misma voz que tanto odiaba, pero sabía que tenía toda la razón del mundo. Se merecía esto y más, fue un tonto, un incrédulo... un estúpido enamorado.

La puerta se abrió de golpe, pero no le prestó atención. Unos pasos apresurados se dirigieron a él, pero no quería atenderlas. Sólo deseaba liberar el dolor que nadie podía escuchar.

-Stolas, ¿estás bien?¿qué sucedió?-preguntó una voz que no reconocía, o más bien, no deseaba escuchar. Ya no podía con todas las navajas que cargó en su debido tiempo.

Unas manos tan pequeñas, pero cálidas, tomaron sus mejillas con comprensión, atrayendo su atención a unos grandes ojos rubí. Se podía contemplar una preocupación que se desbordaba con tanta claridad que era desconocido para los propios humanos.

-Stolas, ¿qué pasó?-Blitzó no dejaba de mirar la cara destrozada de su amado. Le dolía saber que él era un factor crucial para la presencia de aquellas lágrimas.

-¿Blitzø?-Acercó su mano al antes mencionado, confirmando que no era un engaño de la mente, mucho menos una trampa del corazón. Era él. Realmente era él. Y estaba a su lado.

-El mismo-Sonrió, pero esa sonrisa era diferente. Era una sonrisa que simpatizaba con el momento, pero también una que había sufrido lo mismo.

Aquellas manos rojas dejaron las pálidas mejillas del príncipe. No quería apartarse de ellas, pero sabía que sería muy incómodo estar en la misma posición por mucho tiempo.
El miembro de la familia Goetia secaba con torpeza el resto de las lágrimas, bañado de un rotundo alivio y una vergüenza que no sentía desde la infancia: tan ingenua y tierna.

-Creí que...

-Lo sé-interrumpió su discurso. Sabía lo que pensaba Stolas, pues su propia mente se encargó de manifestar la misma imagen en él, y lo detestaba -Lo siento.

Hubo un momento incómodo entre ellos dos. No estaban acostumbrados -al menos no ahora- a mostrar las emociones que florecían en sus corazones, y mucho menos hablar sobre ello. Pero era razonable, ambos crecieron en un lugar peor que el de los humanos, bajo leyes nada amigables y cargos con expectativas-ya sea grandes o asquerosas- de cada uno. Incluso la vida de los demonios puede volverse más complicada de lo que parece.

-Bueno-una tos que aclaró el puente de las palabras los regresó a la habitación -, ya que estás despierto, quiero que veas algo.

Blitzø corrió a la puerta, esperando con impaciencia la presencia de Stolas. Este se levantó más rápido, su herida ya estaba del todo curada, pero aún necesitaba del bastón para soportar estar de pie todo el día. Caminó como un anciano, pero a Blitzø no le importó.
Caminaron por el segundo nivel mientras platicaban sobre sus sueños. Aunque aquel demonio de gran ambición decidió reservarse el suyo, no quitó el hecho de que podía interactuar en la conversación. Blitzø siempre iba al lado de Stolas-incluso al bajar esas largas y refinadas escaleras- por si algo sucedía. A veces pensaba que podía exagerar, pero ¿realmente existe la exageración cuando se trata de alguien a quien amas?¿O llamamos exageración a aquello a lo que no estamos acostumbrados?

Ninguno de los dos pudo confiar en sus familias, la tribu más importante al momento de llegar al mundo. Existían personas a su alrededor, pero jamás hubo un vínculo que fuera la base para mostrar su verdadero resplandor, su lado más oscuro, su lado más vulnerable. Siempre tenían que usar esa máscara que se asigna al nacer, aun cuando ese disfraz no queda con el rostro, y la propia sangre opaca las lágrimas del alma. No hubo ningún día que no cumplieran con la imágen de los prejuicios. Mas ese día, donde dos demonios rotos se conocieron, llegó a nacer un sentimiento incomprensible para su edad, pero con la fuerza suficiente para saber que con él se podía ser uno mismo.

Blitzø lo sintió, pero el miedo jamás lo dejó admitirlo. Es increíble las jugadas que la vida-incluso la misma muerte- llegan a ejecutar para que uno deje su orgullo y muestre su verdadero rostro.

Después de unos minutos, la puerta principal del comedor estaba enfrente de ellos; tan imponente como siempre.

-Cierra los ojos-ordenó, acercándose a las enormes puertas de madera, las únicas que no tenían un diseño en especial.

-¿Blitzø?-las manos de Stolas temblaban

-Confía en mí -dijo, lleno de una alegría que nunca conoció.

Exhaló cansado. Una sensación agobiante no lo dejaba en paz, era como tener un arbusto de espinas dentro de sus pulmones, pero obedeció la petición sin reclamo alguno. Las puertas se abrieron de golpe, un fuerte sonido disipó los negativos pensamientos de antes y colocó en su ser una gran tranquilidad.

-¡Ábrelos!

La imagen lo dejó atónito.
El comedor estaba lleno de globos de diferentes colores-unos con forma de caballo-, flores de distintas especies acomodadas en u por toda la sala, la larga mesa del comedor estaba llena de diferentes platillos, regalos de diferentes tamaños se derramaban en cada una de las sillas, un pastel de tres pisos color oscuro se halló en medio del mueble, y un letrero enorme gritaba con letras doradas un "feliz cumpleaños".
Las palabras desaparecieron, sólo existió un asombro difícil de disimular.

-Pero qué

-Tu cumpleaños fue al inicio de este mes ¿no?, pero no tuviste tiempo de celebrarlo. Así que decidí hacerte una fiesta sorpresa atrasada.

El cuerpo de Stolas se congeló, varios sentimientos viajaban en su interior a la velocidad de la luz. No podía expresar la gratitud que merecía el detalle, o la alegría por el recordatorio, sólo estaba ahí, admirando colores que nunca vio

-¡Vamos!-Tomó la mano del príncipe con fuerza mientras el orgullo se reflejó en sus labios.

No existe mejor forma de demostrar a alguien que lo amas que celebrar con entusiasmo el día que comenzó su bella existes.
Ambos demonios se sumergieron en la celebración, disfrutando de la festividad, y de la compañía del otro.

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