Capítulo VII

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El gélido viento de aquella mañana jugaba con las hojas secas y marchitas de los árboles, desprendían un sonido sordo mientras caían con demasiado cuidado al seco suelo del territorio. Las luces del día estaban opacando todo el infernal cielo demostrando a la población el momento de empezar otro miserable día. Todos los sirvientes se movían con rapidez y sin tener una idea concreta en la cabeza, como locos en una isla desierta. Sin embargo, el cuerpo de Blitz seguía revuelto entre las sabanas y almohadas abultadas. Su cuerpo estaba reposando un cansancio invisible, ningún músculo podía agitar, aunque quisiera. Toda su atención estaba enfocada en el techo azulado de su habitación; sus ojos se encontraban irritados, grabó a la perfección las etapas de la luna, los escritos podía recitarlos si su vida dependiera de ello, mas su conciencia jugó con su cordura toda la noche que, para ser realista, Blitz ya no sabía la diferencia entre lo real y una pesadilla.
Tal vez vivía en una, lo sentía desde hace un año y en su cuerpo se podía notar el deterioro de su propia vida, los malos augurios que se manifestaban mostraban que podía existir algo peor que el mismo infierno, algo que Blitz sabía, pero no deseaba aceptarlo por completo. El orgullo era su mismo veneno.
La vista de Blitz ladeó a su derecha, el primer movimiento después de una noche agitada, el reloj electrónico de imagen sencilla marcaba las 7:20am. Su trabajo había iniciado e iba atrasado. Con una amargura en su conducta, la boca seca y los ojos cansados se preparó para su labor; se colocó su traje negro, sus botas con estilo y el pequeño broche rojo. En su cinturón instaló tres armas, cada una de diferente modelo, y antes de salir colocó en su oído un audífono pequeño con un alambre en espiral, de ese modo podía contactar a todo los guardaespaldas en la zona si pasaba algo de gravedad ya que todos compartían un mismo canal.

Salió al pasillo, esperando encontrar algo de tranquilidad en su primer día; Blitz anhelaba las situaciones imposibles. Apenas cerró la puerta de su habitación cuando un sirviente chocó con él, y después otro, y otro. El ambiente estaba igual de agitado a la primera vez que llegaron, parecía que el tiempo transcurría muy lento en ese lugar, y el ayer seguía siendo el hoy.
Blitz prefirió rendirse ante la situación, no tenía caso enojarse más de lo debido, después de todo, el hambre lo obligaba a mostrar interés en otros asuntos. Bajó por las enormes escaleras, el viento erizaba su piel rojiza mientras brindaba el aroma de la naturaleza muerta, el olor a bellotas y tierra mojada perforó su nariz con dulzura. Sus pasos resonaban en las enormes paredes del lugar. Conforme avanzaba conocía más la casa de verano: había reliquias antiguas que reposaban en cajas de cristal, fotografías de humanos y demonios que sostenían contratos en sus frías manos, demasiados libros con títulos extraños, plantas que no quitaban sus espeluznantes ojos de su pequeño cuerpo, entre otros.

El lugar era un laberinto, era un hecho innegable, sin embargo, el dulce aroma era su propio guía para atravesar el desafío sin dolor. Estaba en un pasillo donde el techo era curvado y con nubes en su tapiz rojo, las ventanas estaban descubiertas y entre ellas estaban jarrones de porcelana con todo tipo de diseños. Los ricos tenían decoraciones demasiado "extravagantes". Miró por un segundo su lado izquierdo, pero fue suficiente para llamar su atención. Había una habitación con una mesa de madera oscura larga junto con doce sillas acomodadas a su alrededor.
Entró en silencio, todo el lugar reposaba una tranquilidad pura. Se detuvo en seco al ver sentado en la silla del anfitrión a Stolas, llevaba la misma ropa de ayer-extraño para personas como él-, leyendo de manera concentrada un libro de pasta morada con margen dorado al mismo tiempo que desayunaba. Lejos del plato se encontraban otros tres libros gruesos esperando ser leídos, o tal vez ya lo fueron.
Blitz estaba parado, viendo con total detenimiento la imagen de Stolas; sus manos delgado y finas, sus plumas grises con una suavidad fascinante, sus ojos que desprendían un rojo más vivo.

-<<Se ve lindo leyendo>>-pensó.
Jamás creyó meditar esas palabras en su vida. De hecho, el mismo pensamiento lo hizo sentir avergonzado de un momento a otro, sacudiendo ligeramente la cabeza para volver a su conducta desinteresada.

-Señor, su desayuno está servido-avisó un demonio enano y delgado. Moxxie se vería alto a lado de él.

Caminaron unos segundos para llegar a la cocina. El lugar estaba tapizado por azulejos blancos con una estrella dorada en alguna de ellas, tenía a los lados cajones con mango de metal, una enorme estufa enfrente con un campana extractora arriba de la misma y una isla hecha de mármol en medio de la zona; había sillas altas color negro a lado de la misma. Blitz se sentó en una de ellas, jugando una una naranja mientras recordaba la simple, pero bella imagen que vio hace nueve segundos.
El sirviente le entregó un platillo de huevos revueltos, tocino y tres rebanadas de pan tostado como guarnición. Después se fue, dejando solo a Blitz y un montón de trastes por lavar.
Blitz no tenía hambre, al menos eso desmontaban solo jugando con el tocino y su tenedor de plata. Tenía una mano recargada en su mejilla, así como sus párpados comenzaron a cerrarse poco a poco mientras su cabeza se inclina a adelante. Luego todo se volvió oscuridad.

Blitz caminaba de un lado a otro, trayendo en cada nueva vuelta un artículo diferente en sus largos brazos para depositarlos en una mochila negra, sucia y desgastada. A pesar de la imagen el tamaño de su oficina era considerable para caminar como niño perdido en una tienda de dulces.

-Señor, ¿puedo pasar?-preguntó Moxxie dejando la puerta entre abierta para dejar a la vista solo la mitad de su cara.

-Sí, claro Moxxie-respondió colocando con fuerza su décima arma en su maleta improvisada.

-Señor, ¿no cree que los ingresos del negocio pueden bajar si no está aquí para administrar los asesinatos?

-No creo. Además, confío en ti para mantener el negocio a flote mientras no estoy.

-Es un honor, señor. Pero

-Octavia es una clienta muy importante y con demasiado dinero-interrumpió a su trabajador de inmediato-, no podemos desaprovechar esta oportunidad.

-¿Seguro que es por el dinero?

-¿Qué mierda quieres decir? Vamos Moxxie, escúpelo-seguía guardando sus pertenencias. Es increíble todo lo que puede caber en una mochila.

-Todo esto lo está haciendo por Stolas, ¿no es así?




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