Capítulo XXXV

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Desde aquella tragedia las cosas iban de mal a peor.

Aún no se encontraba al culpable a pesar de tener a la guardia real investigando por todas partes y el trono todavía no era ocupado por ningún pariente nuevo de la realeza.
Las pantallas de todo el infierno estuvieron llenas de la misma noticia: <<Miembro de la familia Goetia muere tras un accidente>>. Esto molestó al demonio de cuernos rizados al principio, pies sentía que todos veían la imagen de Stolas como un simple juego; un número que entretiene a todos hasta que algo más lo retire del escenario. Sin embargo, la cólera se desvaneció hasta que se envolvió en una densa nieve de pena y dolor.

Todas los días se cerraba en su oficina hasta que la noche cayera en las torres del sur. Siempre olía a alcohol y tenía una actitud histérica que sobrepasaba la normal. Nunca daba órdenes o nuevas estrategias para mejorar el negocio, sólo se encerraba en su esfera negra de problemas.
Los chicos no dijeron nada al principio, pero con el pasar del tiempo temieron lo peor. Trataron de hablar con él, pero no hacía caso; se escondía en expresiones llenas de una ira irracional y en la ardiente bebida que lo alejaba del presente.
No duraría mucho.

La noche estaba por dominar los cielos infernales, muchos negocios cerraban a la velocidad de un caracol, mas en las oficinas IMP: Profesionales de Asesinatos Inmediatos seguía funcionando como si fueran las primeras horas del día.

Dentro de una sala roja y algo sucia, la figura de la secretaria abrió la puerta de la oficina con un gran estrépito.

-Este es el último trabajo de hoy-dijo la criatura leyendo los requisitos del pedido-. Dice que, si pueden hacer una muerte lenta y dolorosa, sería mucho mejor.

Le entregó los papeles a un pequeño y delgado demonio. Tenía pequeñas bolsas negras debajo de sus ojos y con algunos cabellos blancos revoltosos.

-Cada vez se vuelven más específicos-leyó las características de la siguiente víctima con cansancio.

-Eso no le quita lo divertido-agregó otro demonio de entusiasmo grande y cabello obsidiana.

El ruido de una botella rompiéndose despertó a todos. El trío miró con un aire preocupante la puerta desgasta de la sala principal.

-¿Deberíamos?-cuestionó Millie sin dejar de ver la puerta.

La secretaría se acercó a su compañera. Le colocó la mano en el hombro mientras la seriedad no caía en su mirada. La joven demonio no necesitó saber más para saber que no debían de interponerse.
Un portal se abrió y ambos demonios dejaron las instalaciones, creando en el lugar un silencio pesado.
La joven secretaria avanzó con pasos largos hasta entrar a la oficina de su padre adoptivo.

Sabía cómo iba a quedar el lugar, pero aún así se sorprendió del desastre que encontró: los papeles del escritorio regados por todo el suelo, varios vidrios acumulados en las orillas de las paredes, mismas que tenían varios rasguños. El escritorio dañado y el colchón de la silla con varios agujeros. Algunos retratos y juguetes que sus padres tenía estaban partidos en fragmentos.
La chica volteó a la derecha, donde la luz artificial de afuera no llegaba a cubrir toda la oficina. En medio de un rincón sombrío, se hallaba sentado un demonio de piel roja y ojos cafés.

La chica se acercó con un aire preocupante debajo de su típica frialdad. No pensaba titubear aunque se tratara de él.
Se agachó hasta estar al nivel de su padre. Este tenía la cara abajo; los brazos extendidos sin importancia y su traje lleno de manchas de alcohol.
El aroma era fuerte, pero la chica supo disimularlo sus ganas de vomitar.

-Ya fue suficiente-dijo con firmeza.

Tomó la botella de cerveza que sostenía débilmente.

-¡Tú que sabes!-gritó el jefe con las mejillas algo rojas-¡Devuélvemelo!

Se levantó para alcanzar la botella y volver a la misma posición, pero su hija lo detuvo.

-¿Ahora quieres hacer el papel de buena hija?-dijo con un tono irritante-Por favor, no me hagas reír.

Se levantó con una mirada llena de odio a su hija. Avanzó hasta el escritorio para sacar otra cerveza de su escondite, pero se detuvo en el margen de la mesa.

La secretaría pasó de alto el comentario-aunque no tenía nada de falsedad-. Se acercó hasta tocas los hombros rígidos de su padre.

-Debes descansar.

Una risa descontrolada salió de esos ebrios labios.
La secretaría se alejó con un aire de desconfianza.

-¿Acaso un monstruo puede descansar?-Llevó su mano a la frente en un intento de sostenerse, pero el resto de su cuerpo temblaba como si estuviera en medio de un tormenta de invierno.

-No eres un monstruo.

-¡Claro que sí!-se volteó con una expresión agresiva, pero con pequeñas lágrimas en los bordes de sus ojos- Lo dejé morir en ese lugar. A pesar de que soy bueno en mi trabajo no pude protegerlo, pero no hice nada cuando Stiker estaba al acecho. Lo deje manipularme a su antojo y Stolas pagó el precio.

La hija lo miró con tristeza.

-¡Él murió y yo sigo aquí! ¡¿Acaso eso no es ser un maldito monstruo?!

Cayó de rodillas en una nube de sollozos. Apretó los puños en un intento de frustración y su mandíbula estaba rígida.

-A dónde voy la gente termina lastimada-dijo- y el único que me dio una segunda oportunidad termina muerto por mi culpa-Colocó la frente en el suelo y sus manos en la cabeza-¿Por qué no puedo hacer nada bien? ¿Acaso estoy maldito? ¿Por qué no puedo ser feliz como los demás?

Los sollozos se intensificaron hasta transformarse en gritos desgarradores mientras golpeaba su cienes con desesperación.

La hija observó a su padre por un breve momento para acercarse con pasos vacilantes. Se agachó en cuclillas frente a los cuernos rizados del demonio.

-¡Hubiera muerto yo!

Hubo un momento donde el llanto era el único sonido que rodeaba a los dos hasta que la hija decidió romper esa atmósfera.

-¿Crees que habría diferencia?

El llanto se detuvo en seco ante tal pregunta, manifestando un grito en seco.

-Si tú hubieras muerto, él estaría en el mismo estado.

La hija tomó el rostro de ese demonio con cuidado. Lo levantó hasta tenerlo frente a frente.

-Él se sacrificó porque quería protegerte. Nadie lo obligó y sabía lo riesgos.

-Pero yo...

-¡Él te amó a tal grado de hacer eso!-apretó las mejillas-Sé que piensas que dañas a todos, pero a él le alegraste la vida y a mí me diste un hogar donde vivir.

Soltó las mejillas y llevó sus manos a sus rodillas.

-No tienes nada malo, Blitzø-dijo-Hiciste lo que pudiste.

La mirada de su padre se postró en el rostro de su hija por unos segundos, como si viera al espíritu de su madre.
Se lanzó con fuerza al cuerpo de su hija, abrazó su torso y comenzó a mojar la ropa de su hija con lo salado de nuevas lágrimas.
Cualquier persona trataría de alejarse de una situación así, mas ella se quedó quita con una sonrisa llena de calidez. Acarició su frente con paciencia. Sabía que necesitaba eso y no se lo negaría en absoluto.

Pasaron dos horas hasta que la conciencia de su padre se sumergió en el mundo de los sueños. Abrió un portal a la habitación de su padre, lo cargó con cuidado y lo dejó en las sábanas negras de su cama.

Se detuvo en el umbral de la puerta; lo miró por unos segundos hasta que, con una distante mirada, cerró la puerta de la habitación.

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