Capítulo XXXIII

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Las sirenas sumergieron la casa de campo entre sus cantos de irritación e incertidumbre. Los reporteros estaban como locos ante la simple migaja de una noticia exclusiva, mas los guarespaldas, al menos los que sobrevivieron, detuvieron a la ola de desalmadas almas con micrófono y cámara en mano.
Todo era un desastre.
Un demonio de piel roja se encontraba sentado en las escaleras de afuera. Una parte de él era testigo del caos que reinaba en ese insignificante espacio, pero la segunda parte seguía impregnado en el recuerdo del pasado. Un pasado que se sentía tan cerca del presente y que siempre estaría como una mancha en su futuro. Su hija seguía consolandolo como muchas veces lo hizo con ella, pero el brillo apagado de su mirada, sus hombros caídas y el cansancio reflejado en cada arruga de sus ojos era la única posición de la cuál no podía escapar.
Su ropa seguía manchada de sangre. No tenía el valor para cambiarse, mucho menos de articular alguna explicación a los reporteros. Lo único que sentía era el ardor de sus ojos por tanto llorar y el dolor de su garganta al recitar suplicas que fueron ignoradas.

-¡Déjenme pasar!

Esa proclamación lo despertó del trance. Abrió sus ojos en par en par mientras el aire volvía a sus pulmones. No tanto por la orden, sino por el dueño de aquella voz.
Los músculos de su pecho comenzaron a contraerse, provocando que el dolor le impidiera respirar.
Una chica de plumas largas y ojos lila avanzó con pasos largos hasta el demonio de cuernos rizados. Este se levantó de un golpe, como si el dolor por la reciente batalla no exitiera, y bajó por las escaleras con el latido de su corazón opacando los tímpanos.

-¡Blitzø!-Se detuvo frente a la criatura, tratando de recuperar la respiración-¿Qué pasó?¿y mi papá?¿dónde está?

Un hilo agudo salió por sus quebrados labios. Tenía los ojos puestos en el rostro de aquella chica: su frente arrugada, los ojos abiertos de par en par, sus cejas caída y la expresión de miedo dibujada en sus labios.
El demonio dejó caer sus hombros al igual que sus cejas, sus palmas se paralizaron. Todo sin dejar de ver el rostro de la princesa que, con cada segundo en silencio, comprendía lo que sucedió. Era como si le contara toda la historia: la trampa, la emboscada, el sacrificio, la despedida por medio de aquella mirada, aquel brillo que desprende un aura de dolor.

La princesa se alejó con un nudo en su garganta. Llevó sus manos a los labios mientras entendía la despedida forzada que su padre dio, una de la que no se pudo despedir.
Aquel demonio trató de consolarla, pues no era la única en esa situación. Levantó sus brazos en un intento de ayudarla, apoyarla, acompañarla en esta tormenta.

-Lo lamento mucho, Octavia.

Antes de que pudiera acercar a la joven figura, recibió una cachetada que resonó por todo el lugar. El ruido descendió como si de una orden se tratara.
No podía verificarlo, pero podía sentir en cada fibra de su cuerpo, los ojos de aquel público que ansiaba el clímax de la escena. Era como volver a su infancia, dentro de ese escenario circular, bajo ese fuerte resplandor y ante la mirada de los demonios que no hacían un intento por comprender su humor.

-¡Confíe en ti para proteger a mi padre!-gritó-¡Prometiste que estaría a salvo!-las lágrimas amenazaron su vista-¡¿Por qué no lo salvaste?!

Una pregunta que golpeó su cráneo como si de un martilleo se tratara. Una pregunta que lo ha perseguido desde aquella noche y que, para ser honestos, en lo más profundo de su ser conocía la respuesta, pero era demasiado orgulloso para admitirlo, o demasiado cobarde para gritarlo.

Loona se acercó a la princesa para llevarla a un lugar más tranquilo, mas antes de retirarse le indicó con la mirada a aquel demonio que no era su culpa. Sin embargo, ¿era esto cierto?, ¿acaso no se pudo hacer más?, ¿acaso no había salvación? Si existe un dios, ¿por qué no lo ayudó?, ¿por qué le dio este pesar?, ¿por qué lo dejó solo en este juego si sabía lo mucho quería un compañero?, ¿por qué se sacrificó?, ¿por qué se lo llevó?
Se hundía ante ese vórtice que no llevaba más que al fondo de su mismas miserias.






Se adentró a la casa, misma en donde había pasado los mejores momentos de su vida, pero que jamás podrá admitir ante el rostro que lo cautivó sin que se diera cuenta. Caminó por aquellos pasillos manchados de sangres y de cuerpos tirados como si fueran muñecos viejos, sin propósitos, sin utilidad.
Sacó todas sus cosas sin demorar en los detalles, pues con cada minuto que pasaba dentro del lugar las preguntas se volvían más fuertes y los lamentos más pesados que su propia alma.
Cargó la mochila malorienta y de aspecto sucio con las ganas de un trabajador mal pagado. Avanzó con grandes zancadas, mas un brillo levantó su derrotada mirada. Uno que descansaba en el cuarto del príncipe de la familia Goetia.
Al principio se recitó, pero ya no tenía nada que perder y nada por lo que luchar. Se adentró sin indagar mucho en el lugar; el lugar tenía un aroma a bayas del bosque y a tinta para escribir.
Desvío la mirada al escritorio de la habitación, pues el brillo disminuyó conforme se acercaba. Encima había una caja morada con el símbolo de la familia real.
Este lo abrió sin preocuparse por un reclamo, mas dio un grito ahogado al ver lo que resguardó: un libro de pasta morada con margen dorados y el signo de la familia en el centro.
Arriba de él había una pequeña nota con el nombre de la princesa.
El demonio la tomó sin consideración, ya que la necesidad de tener una respuesta lo obligaba a espiar en temas que no le convenía.

Querida Octavia:
Tal vez ya esté muerto para cuando leas esta nota.

Los ojos de aquel demonio se abrieron de par en par. Sus manos comenzaron a temblar mientras un dolor en su estómago lo hacía arquear la espalda.

Lamento no haber podido pasar más tiempo contigo y por poner otros asuntos antes que a tí. Sé que jamás me perdonarás y no podré arreglar los errores del pasado a tiempo. Es por ello, querida mía, que te dejo lo unico en lo que he sido bueno toda mi vida: las letras.

Este libro contiene todo los hechizos necesarios para gobernar las constelaciones, entender los cantos celestiales y para gobernar las partes te que corresponden del infierno.

Me duele mucho no poder estar en tu coronación, ni cuando te cases y me des el privilegio de ser abuelo. Pero quiero que sepas que, cada noche sin falta, estaré a tu lado. En el cielo más estrellado.

Con amor, tu padre.

Ahora entendía mientras apretaba la orilla de aquel testamento. Comprendía las horas de trabajo, las horas de investigación, las horas en que se pasaba pegado ese libro. El viaje nunca fue por motivos de trabajo, sino por algo más importante: el amor paterno.
Terminó por leer la carta sin imaginar lo que le esperaba.

P.D: No culpes a Blitzø por mi muerte. Él me protegió en todo momento. Lo hizo bien.


Volvió a caer en un mar de lagrimas y aullidos de dolor. Abrazando esa carta con la fuerza de mil demonios.
¿De verdad lo hizo bien? Si es así, ¿por qué no está a su lado?





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