Capítulo XXXI

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Los chicos entraron de golpe a la casa de campo; sus ojos se abrieron de par en par, los latidos del corazón se volvieron rápidos y todo sonido de la naturaleza desapareció, dejando en su lugar un ruido agudo en sus oídos, obstruyendo todo ruido que apaciguara el miedo de sus entrañas.
El olor a podrido indudaba el lugar; las ganas de vomitar se volvieron intensas con cada respiro. Las manos de los IMP temblaron como si el frío los envolviera, sus piernas se convirtieron en gelatinas, y la mente se quedó en un blanco espeluznante. Los cuerpos se apilaron como montañas de ropa; sin ningún valor, sin ningúna importancia.
Sabía que este día llegaría, lo esperó desde aquella vez en que la lluvia de balas iba a quitarle lo más preciado que tenía, pero nunca imaginó encontrarse con algo peor que el propio infierno. Ni siquiera la tierra de los humanos era capaz de superar el escenario que observaba con tanto tormento

Agarró el mango de su arma con la decisión de matar a alguien. Apretó la mandíbula con una fuerza preocupante para la estabilidad de sus dientes, y su rostro expresó un ceño fruncido, acompañado de una mirada llena de odio, ira, preocupación.

-Ustedes revisen si hay sobrevivientes-dijo, mirando de reojo a su equipo-. Yo iré por Stolas.

Sin esperar la respuesta de sus empleados subió las escaleras, dejando atrás de él un gélido camino rojo. Tuvo cuidado de no pisar los charcos de sangre del segundo piso que, para ese momento, parecían lagos llenos de incertidumbres. El segundo piso estaba peor que el primero: cuerpos apilados en cada lado del camino, las estatuas destrozadas al igual que los retratos, las finas cortinas eran sólo sobras de lo que antes era una idea elegante para decoración. Las paredes rayadas por unas filosas garras, o por un simple cuchillo.
El paso de aquel demonio se aceleró, en su mente rondaba un sólo pensamiento y una imágen de alguien demasiado especial para llegar a perder dos veces. La respiración era agitada, el cuerpo entero se halló bañado en un incómodo sudor, el hedor a carne podrida era insoportable, y la sangre entorpecía sus pasos. En uno que otro momento llegó a caer, era como correr en un lago congelado.

Abrió la puerta de la habitación luego de esa carrera arreglada por el enemigo. Buscó con una desesperada mirada el cuerpo del príncipe, pero no había más que una abrumadora soledad. Los sonidos del corazón envolvieron sus oídos, un ruido agudo atravesó su mente y en sus ojos se veía un pánico tan sincero, como toda criatura en frente de su juicio final.
El ruido de un disparo rebotó por todo el lugar y las aves salieron disparadas de entre las hojas de los árboles. La mirada del demonio inferior se levantó con rapidez. Contempló el laberinto natural que la ventana le permitía tener. Sabía dónde iba a ser la batalla final; la pelea que decidiría si Stolas vivirá o morirá, y ese disparo fue la campana para marcar el inicio del duelo.

Aunque sus manos no paraba de temblar salió de la habitación, pues no le desagradable la idea de perder contra ese estúpido demonio de carácter insoportable y astucia depurada, sino en perder lo único que le quedaba para llegar a sentir en un futuro cercano aquello que todos tenían menos él. Ese sentimiento que vio muchas veces ser practicado por Millie y Moxxie; ese sentimiento al que tanto le tenía miedo, pero que, por primera vez, se sintió dispuesto a afrontar por él. Ese sentimiento con cuatro letras y lleno de tantos conceptos difíciles de recordar.

[• • •]

Los árboles se repetían con cada paso que daba, adentrándose al corazón del bosque, a la boca del lobo feroz. El frío viento quemaba sus mejillas y congelaba poco a poco sus dedos, haciendo difícil mantener el arma a su lado. Los zapatos comenzaron a lastimarlo, pero el dulce olor a frutos rojos reconfortó su mente, era mejor que seguir bajo aquella peste de la casa. Los sonidos del bosque lo distraían demasiado; podía escuchar los malditos grillos que no lo dejaban dormir, las ardillas mordisqueando sus nueces, pequeños búhos admirando su carrera contra el tiempo.
Algunos pensarían que su mente se hallaba enfocada en el camino, pero su cerebro se encargó de mostrar todos los momentos que vivió con él en el pasado, en el presente, y de un futuro que podría perder si no apresuraba el paso.
Algunas lágrimas posaban en la orilla de sus ojos mientras sus quejas eran escuchadas por inertes troncos y una noche demasiado oscura.
El deseo de ver a Stolas envolvió su débil corazón, y el deseo de verlo estable era un condición que sabía no tenía si se encontraba bajo las garras de Striker.

Llegó al centro del bosque luego de unos minutos. Todos los árboles rodearon a un gigantesco y delgado sauce; tenía hojas largas y decaídas, y se veía más despeinado que el resto. La luna iluminó por completo ese ser vivo, formando una sombra que podría cubrir la oficina entera de Blitzø. En el mismo tronco se veía una silueta atada con ayuda de unas fuertes y gruesas cuerdas. El cuerpo del sujeto no mostraba ni un movimiento, tenía la cabeza abajo, con la boca cubierta por un pañuelo y un aire decaído.
Los ojos del demonio se abrieron como dos platos y ambas pupilas se encogían al ver el cuerpo de Stolas más opaco que antes, con un disparo en el hombro que, con lentitud, salía un hilo de sangre negra.

Corrió para llegar a él; no tenía más que ganas que quitar esas estúpidas cuerdas y tenerlo en sus brazos. Sin embargo, unos disparos detuvieron su camino, formando una línea curva entre él y el árbol.

-Ja, lo siento, Blitzø.-Salió del sauce, quedando a unos metros de su enemigo-. Pero no podrás llevártelo así de fácil.

-¡Dejalo ir, Striker!-Quería insultarlo con todas las groserías que existen en el mundo, pero sabía que en tal punto debía tener cuidado con su siguiente movimiento-. Ya estoy aquí, justo lo que querías.

-Lo que quiero es matar a los dos por todos los malditos problemas que me generaron-miró a Blitzø con recelo-, pero no tendría nada divertido matar al estúpido búho sin un poco de diversión, ¿no lo crees?

Sacó un puño de plumas grises de su bolso, mostrando el pequeño trofeo que se había otorgado para después tirarlas como si no fuera más que una simple basura.

La ira envolvió el cuerpo del demonio de piel roja, una enorme bestia se apoderaba de sus pensamientos, de sus manos, piernas, de las habilidades en el arma. Una vena hinchada se reflejó en su cuello y Una sóla cosa estaba en su mente: separar la cabeza de Striker de su delgado cuello y lanzarlo a los tiburones.

-Hijo de ...

Avanzó un paso, pero ya bala rozó su mejilla en sólo una fracción de segundo. El asombro se dibujó en su mirada, su cuerpo se congeló y sus labios se volvieron un desierto.

-Ay, no te sorprendas, Blitzø.-Sonrió con desden-. Ambos sabíamos que así terminaría todo, la pregunta aquí es-sus ojos brillaron con intensidad-¿quién será el que ganará?

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