Introducción

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"El nudo en su garganta parecía aplacarse mientras las tibias gotas de sudor que corrían por la piel de su cara hasta llegar a su cuello caían en cada peldaño, parecía dejar un camino de gotas de sudor y lágrimas con cada paso certero y lleno de determinación. La torre se encontraba completamente a oscuras, las últimas lámparas de aceite se encontraban abandonadas y llenas de telarañas, lo único que no permitía que se tropezará era la luz de la luna llena en el cielo despejado. Su luz no era blanca, era una luna de sangre y ella lo sabía a la perfección. Se permitió vacilar en el humilde balcón de la torre, le pareció percibir las vibraciones a través del barandal oxidado, pero solo era su alterada y nerviosa imaginación, no le importo rasgarse las cuerdas vocales con sus últimas palabras dirigidas al ser maligno que amenazaba con destruir su única alegría en la vida. Tomó tanto aire en el proceso que pensó que se ahogaría, pero las cosas no estaban determinadas a finalizar de ese modo tan absurdo. 
  - ¡Si tanto quieres un sacrificio, te lo daré, Kasumi! - gritó para que todos la escucharan. - ¡Hoy alguien morirá y seré yo quien elija! 
Se limpió descuidadamente el hilo de saliva que colgaba de su barbilla, no perdió ni un segundo más y siguió subiendo los escalones, esta vez de dos en dos con el corazón palpitando como si fuera a explotar y el polvo de cada peldaño flotando en el aire gracias a sus agresivas pisadas. Hizo caso omiso a los gritos y súplicas, ignoró su nombre siendo pronunciando con tanta desesperación y angustia mientras se acercaba cada vez más al final del camino. Sus ojos pudieron ver el cielo estrellado cuando su cabeza se asomó con energía por la puerta una vez en la cima. Se tapó los oídos no queriendo oír nunca más esos gritos de agonía.
  - Ya casi… solo un poco más. - dijo entre dientes mientras se aferraba a la oxidada escalera de metal. 
Le pareció irónico como el vértigo junto con la oscuridad de la noche eran sus más grandes temores cuando solo era una niña indefensa, ahora siendo una mujer a punto de cometer una de las locuras más extraordinarias de toda su existencia. Todos renegaron de ella en el pasado, parecía que su nombre siempre había sido pronunciado con tanta repulsión y ahora era amada y apreciada sólo por estar a punto de saltar. Hubo un tiempo en que había querido ser valiente como los demás chicos de la aldea, el reto solo consistía en saltar de una de las canteras más altas del Lago Susurrante, era la forma más sencilla de ser respetado, al menos durante la infancia. En esa mínima fracción de segundos recordó cuando se armó de valor para tragarse el miedo frente a todos, incluso frente a su hermano, y emprendió vuelo. Esa vez sintió que tocaba el cielo con los dedos mientras todo sucedía en cámara lenta, el mundo parecía suyo aún cuando el agua la recibiera con fuerza al final. Fue extraordinario, ella fue extraordinaria aún con las fuertes reprimendas de su hermano por querer ser aceptada ante el resto. Jamás se arrepintió de nada. 
Sus manos dejaron de tocar el tubo de metal de la escalera de mano cuando sus pies se mantuvieron firmes en el inestable techo abandonado que pretendía ser alguna vez el descanso de algunas palomas.  
  - ¡Electra, detente, no lo hagas! - escuchó pero lo ignoró. 
Los gritos continuaron al igual que ella. Podía escuchar su nombre siendo llamado con tanta fuerza y desesperación, ya no podía dar marcha atrás. 
  - ¡Narumi, no sigas! - también ignoró ese grito en particular. - ¡Narumi!
Tomó impulso ante la fuerte descarga de adrenalina, probablemente la última, nuevamente parecía que volvía a tener el mundo dispuesto en sus manos al saltar al vacío desgarrador de esa noche en particular. La luna… eso fue lo último que vio antes de caer". 

* * *

Como las estrellas, así es. Ella tiene que desmoronarse antes de nacer, puesto que la nébula gaseosa en el espacio debe explotar para que nazca una estrella. Así es ella, Narumi es una estrella. 

El despertar del alfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora