Capítulo 24

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La sangre fresca de su piel en contacto con la brisa del viento le provocó escalofríos, las piernas le dolían y el corazón le palpitaba con fuerza hasta casi sentirse desvanecer, lo único que la motivaba verdaderamente eran las pisadas veloces de los lobos con un especial gusto por la carne humana. Cualquiera en su posición pensaría en la difícil situación de la cual era víctima, pero todo lo contrario, los meses que pasó entrenando a su cuerpo para volverlo más flexible y resistente a la hora de esquivar obstáculos le permitió un mayor control de sí misma y del entorno a su alrededor, el bosque con sus raíces sobresalientes, pozos ocultos, madrigueras abandonadas, troncos caídos o las propias deformaciones de la naturaleza misma eran su arma, y por ende, su apoyo más fuerte.
Los dedos de los pies le dolían mientras se impulsaba para saltar de un punto a otro con una gran distancia de por medio, pero aún así sus esfuerzos eran redimidos por la velocidad a la cual estaban acostumbrados los lobos al cazar. Le dolían también las articulaciones de los brazos cuando se estiraba para alcanzar las ramas más firmes e impulsarse el doble, quizás el triple, la razón principal por la cual aún no se rompía los huesos con tanto esfuerzo era su determinación por sobrevivir. Se había prometido a sí misma jamás volver a ser la presa de nadie. 
No se había dado cuenta de lo caliente y rosadas que estaban sus mejillas, y solo lo hizo cuando se pasó el dorso de la mano por la frente para secar el sudor que comenzaba a irritarle los ojos. A causa de eso estuvo a punto de chocar contra un tronco, y al desviarlo, sufrió las consecuencias de un mal giro que la hizo torcerse el tobillo. El dolor fue demasiado agudo y molesto como para hacerla disminuir la velocidad y la destreza de sus movimientos. Con sus fuerzas limitadas trepó clavando las uñas en la tierra aquel pedazo de roca gigantesco que obstruía su camino, pero al mismo tiempo le permitía acceder a terreno alto donde sería difícil para los lobos seguirle el rastro. Se aferró a muchas raíces aún con su mano sensible por la herida y cubierta de tierra y hojas secas, ya no tenía la misma energía de antes para seguir corriendo, solo se limitó a avanzar casi a gatas con los gruñidos de los lobos y sus frenéticos intentos por alargar el hocico para alcanzarla. El pequeño sendero que tomó solo era otro atajo sin salida, entonces estando cansada y muy dolorida solo pudo recargar su espalda en la pila de troncos caídos detrás suyo mientras intentaba recuperar un poco del aire que había perdido durante la carrera. 
Tembló involuntariamente al ver cómo el alfa hacía lo posible por alcanzar el borde de la roca, sus patas estaban sobresaliendo, solo necesitaba un par de segundos más para ascender completamente. Y aún con los otros dos merodeando e  intentando alcanzarlo, eso iba a significar la automática muerte de Electra. Llevó la mano a su cinturón solo para encontrarse con la decepción de haberlo dejado junto con el cuchillo de caza. Sin ideas ni armas o más fuerza no le quedaban demasiadas opciones, casi ninguna.
  - Maldita sea. - le dio la espalda en el poco espacio que tenían.
Comenzó a escarbar con desesperación la tierra debajo de los troncos, resultó difícil casi imposible por las raíces que estorbaban junto con la sequedad de la tierra. Apenas consiguió formar un humilde agujero en el que apenas cabía su cabeza por completo, y habiendo dejado parte de su sangre y sudor en ello intentó pasar, empujó su cuerpo para intentar pasar el brazo derecho, pero sus hombros anchos no eran lo suficientemente pequeños para pasar por un agujero tan angosto. La decepción del hecho solo consiguió angustiar más su ser, incluso si le dolían los dedos por las múltiples cortadas y raspones. 
Escucho al alfa más cerca que antes, o al menos eso le pareció, trepando, gruñendo, luchando con sus patas y dientes por llegar a la cima. 
Por un instante la idea de resignarse y esperar la muerte la gobernó por una milésima de segundos, entonces un par de lágrimas traicioneras se escaparon de sus ojos color caramelo. Una parte de sí misma creyó que siempre había estado condenada desde el nacimiento. Siempre siendo la pobre víctima de una discriminación, del aislamiento o el rechazo. La resiliencia en ella tenía una forma muy rara de actuar, pero esta vez era diferente, no parecía tener ganas de luchar aún cuando le había prometido a Andrómeda tener el cuidado suficiente para regresar por ella y partir lo antes posible. 
  - Andrómeda… - susurró con su cara oculta entre el tronco y la tierra. 
Escuchó varias raíces romperse y pensó lo peor, entonces cerró los ojos con fuerza esperando un golpe final que jamás llegó. Permaneció allí unos instantes mientras el sonido de golpes sonoros y certeros entremezclados con el jadeo y algunos inconfundibles sollozos lobunos la hizo despabilarse por completo, se limpió las lágrimas de la cara y con cierto temor se asomó a rastras para ver una escena que sin querer la hizo suspirar de alivio desde lo más profundo del corazón.
  - Dionisio… ese desgraciado. - negó con una pequeña sonrisa sentimental sin darse cuenta.
Le sorprendió ver su verdadera destreza como peleador y depredador natural, pero al contrario de sacar las garras o los colmillos luchaba con un estilo muy similar al suyo que la empujó a admirar sus movimientos sin poder evitarlo. La patada lateral de cuatro sencillos, pero poderosos pasos que ejecutó y logró bloquear el ataque frontal del alfa, por no decir que entorpeció su ataque por completo, la dejó sin palabras mientras rápidamente se recompone para mantener a raya al macho y a la hembra que lo acompañaban. Contempló la magnífica fuerza de su naturaleza cuando no solo para esquivar otro ataque de la hembra sino que la empujó con una fuerza letal hacia uno de los troncos donde cayó desvanecida antes de jadear dolorosamente. Ahora solo quedaban el alfa y el omega que lo merodeaban.
  - ¡Dionisinio, detrás de ti! - le gritó apenas vio el intento del omega por atacar por detrás.
Apenas la escuchó el sobrehumano respondió con una patada circular que consiguió provocar una severa hemorragia nasal en el animal. Sonrió sin poder creer lo que veía, su fuerza era impresionante, además de envidiable.
  - ¡Lo sabía! - le respondió sereno. - Sabía que eras un buen amuleto de la suerte.
Ante ese comentario no pudo evitar reír, no solo fue una risa histérica o nerviosa, escondía demasiadas cosas.
  - No te preocupes por mí, vete mientras puedas. - le dijo.
No protestó, no porque no quisiera, sino porque no pudo al ver como luchaba cuerpo a cuerpo con el alfa dos talles más grande y corpulento que él, parecían dos bestias salvajes a la par reclamando el territorio. 
  - ¡Adelante, prometo alcanzarte! - aseguró sin dejar de luchar con cierta dificultad.
Suspiró, en parte por odiar las promesas, pero también por no poder hacer otra cosa más que correr o arrastrarse en la dirección opuesta. Con resignación le dio la espalda no sin antes mostrarle la palma con la cicatriz para que él la viera, esperó unos segundos y se alejó del borde. Con la mente más despejada y clara comenzó a cavar sin hacerle caso al dolor palpitante de sus dedos y tendones. 
Por suerte, el cielo siempre parecía sonreírle de alguna forma.
  - ¡Electra!
Al levantar la mirada se encontró con esos bellos ojos azules que parecían conquistar la pureza, le pareció ver a su ángel guardián sin poder evitarlo.
  - ¡Dame la mano! - la pelirroja le extendió el brazo desde arriba del tronco.
No lo dudo. Apretó su mano con fuerza haciendo caso omiso a la posibilidad de ensuciarla y con su ayuda impulsó su cuerpo hacia arriba, al ascender por completo le pareció que el sol le pegaba en la cara como si fuera una divina cachetada reveladora. 
  - Te dije que te quedarás arriba de la rama, que no bajarás. - jadeó agotada Electra. - Pero muchas gracias.
  - Vamos. - la sostuvo por la cintura Andrómeda. - Tenemos que irnos. 
  - Oye… escucha… - respiró entrecortadamente.
  - Será más rápido si me transformo. - dijo y empezó a quitarse el vestido.
  - ¿Qué…? - miró nuevamente hechizada el proceso de metamorfosis que siempre consiguió rondar por su cabeza desde su más tierna juventud. 
Sin importar si era ciencia o magia antigua detrás de la práctica, contempló con maravilla la belleza natural del cuerpo de animal équido. Despertó con los relinchos demandantes de la yegua. 
  - ¿Qué estás esperando? ¡Sube! 
  - ¿Uh? - la miró confusa.
  - Súbete, te llevaré lejos. 
  - Pero…
  - No te preocupes por mí, soy mucho más fuerte en esta forma. Ahora vamos, apurate. - restregó su morro en su cara para que entendiera.
Con las manos temblorosas recogió todas las prendas que quedaron en el suelo, y trepó de un salto que necesito fuerza de impulso para llegar al lomo donde se aferró como pudo a ella. Andrómeda empezó a trotar apenas sintió el cuerpo de Electra sobre el suyo, esta vez lo sintió liviano. 
Ambas desaparecieron a una velocidad precipitada y rauda, Electra flotando unos instantes antes de caer sentada ante cada tronco o raíz que saltaba con la fuerza propia de su anatomía mientras el viento desordenaba su cabellera y las crines de Andrómeda que parecían danzar con gracia en el aire. 
  - ¿Sabes por dónde ir? - le gritó aún contra el viento.
  - Confía en mí. - respondió sin dejar de trotar.
El laberinto de tronco y las espesas ramificaciones frondosas desaparecieron mientras un extenso campo verde se expandía ante ellas y la difusa visión de las siluetas de unas altas montañas a los lejos parecían discernir entre la libertad y el ajetreo de una guerra a la vuelta de la esquina. Rápidamente se fueron alejando del campamento y de cualquier lugar cercano al mismo, a Electra le dolió dejar a sus amigos atrás, pero no lloraba porque una parte de ella se aferraba fuertemente a que estaban bien e iban a volver a encontrarse. Solo lamentaba una cosa, sentirse como una carga y no haberle dado un fuerte abrazo a Andrea. La única figura paterna que tuvo y el primer hombre al que amó no podía irse tan fácilmente de este mundo, se quedó con ese pensamiento para estar tranquila. Estarían bien, todos. 

El despertar del alfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora