El dolor de su brazo completamente entumecido la despertó, y lo primero que hizo al abrir los ojos fue quitarse la férula para masajear mejor las articulaciones de su brazo. El dolor muscular reclamaba tanto que estuvo dispuesta a arrancar la férula hasta con los dientes, por suerte las oleadas punzantes mitigaron pero no dejó de acariciarse el brazo aún cuando su atención estaba fija en lo tranquilo que estaba el bosque. Al voltear se llevó la sorpresa de ver que era la única, y la fuente de calor en la que estuvo apoyada hasta el momento no fue otra cosa que un montón de mantas acomodadas una sobre otra, no había rastros de Nadir, tampoco de Darcy o del resto. Estaba sola.
Estiró las piernas, en el proceso se dio cuenta de que nunca había tomado un descanso, temió por un segundo la posibilidad de desgarrar los músculos de alguna extremidad, pero descartó esa idea rápidamente al notar que no había señales de nadie. Como si se hubieran evaporado o la tierra se los hubiera tragado. Empezó a caminar despacio, se mantuvo donde los rayos del sol llegaban para calentarse y no se distrajo de querer encontrar a su grupo aún con el canto lejano de algunas aves.
Esperaba ver la cabellera de rulos rubios de Darcy, quizás los hombros y espalda ancha de Dionisio, incluso la cuerna de Andrea, pero de tanto avanzar con la manta sobre sus hombros para no perder el calor acabó descubriendo el bello panorama de Andrómeda con el cabello trenzado en medio de algunas flores de manzanilla. Se sintió fuera de lugar por un instante, la noto pensativa, ausente. Le daba la espalda y su mentón estaba apoyado sobre sus rodillas mientras las abrazaba, decidió avanzar muy despacio hasta donde se encontraba. Tuvo cuidado de que el sol no proyectará su sombra, avanzó en puntas de pie aún cuando los gemelos le dolían, y del mismo sútil modo se sentó detrás de ella, espalda con espalda. Sintió su cuerpo vibrar por el susto, y una pequeña risa ronca, casi susurrante, le salió del fondo de la garganta.
Apoyó la cabeza en su hombro, nuevamente la sintió temblar.
- Uh, eres tú, Electra. - la escuchó desanimada. - Pensé que seguías dormida.
- ¿Por qué…? - carraspeó. - ¿Por qué no me despertaste?
Jugó un poco con los pétalos de algunas flores, no arrancó ninguna, las prefería pegadas a la tierra donde pertenecían. Sus cuerdas vocales estaban mejor que ayer, pero seguía débil para hablar con voz demasiado alta.
- No quería molestarte. - musitó.
- ¿Pasa algo?
- No.
- Estás rara. - bostezo. - ¿Qué haces aquí tú sola? ¿Dónde están los otros?
- Ellos… Salieron, fueron en busca de comida.
- Creí que teníamos bastantes semillas y frutos secos para abastecernos.
- No son como nosotras.
Al estirar más su cuello el ángulo de su cabeza hacia atrás le permitió alcanzar a ver el cuchillo que Andrómeda tenía en la mano, el sol reflejado en la hoja la cegó unos instantes. Reconoció ese cuchillo de inmediato, aunque frunció ligeramente el ceño, permaneció serena.
- ¿Qué haces con mi cuchillo? - al no recibir respuesta la sacudió un poco. - ¿Eh?
- Electra.
- ¿Qué?
- Tú eres mayor y has pasado por más cosas que yo, eres algo sabia, así que supongo que podrás contestarme esto.
- ¿Yo, sabia? - rió en voz baja.
- ¿Alguna vez prometiste algo de lo cual te arrepientes?
- Bueno… Creo haber dicho que jamás me arrepiento, pero sí hay algo que nunca debí hacer.
- ¿Qué cosa?
- Sentir culpa por no satisfacer las expectativas de otros.
Sintió el movimiento de la cabeza de Andrómeda, imaginó que estaba siendo observada por ella, así que continuó.
- En esta vida que es muy, pero muy corta nada importa más que nuestra propia salud mental, y sí eso significa tener que decepcionar a todo el mundo, a papá, a mamá, a nuestros amigos, a la gente o a quien sea… Pues está bien. Porque no hay nada más desgarrador como pretender ser mejores por personas que no nos aprecian realmente ni merecen nuestra devota atención.
- ¿Acaso…? Tú creciste sin padres ¿no es así?
Se recargó de pronto contra ella, la usó como pilar de su desganado cuerpo.
- Ya sabes ¿Para qué preguntas?
- Perdón.
Negó inmediatamente.
- ¿Por qué estás tan sentimental? ¿Qué te afecta ahora? ¿O alguien te dijo algo?
- No, no es nada de eso.
- ¿Entonces? - el silencio de la pelirroja la irritó. - Piensa que soy tu hermana mayor y habla, me muero por saber, de veras.
- Ayer te seguí y escuché todo lo que Elián dijo.
Permaneció en silencio, sintió que las palpitaciones en su corazón cesaron de pronto.
- Yo… - vaciló.
- No estoy así por él si me lo preguntas, pero… Me dejó pensando.
- ¿Su enfermiza locura?
- No, haber tenido que guardar un secreto así de profundo. Claro que nada justifica su trato contigo, pero…
- ¿Qué? Habla ya.
- Estaba roto. Verlo llorar me dio escalofríos, pero nada me asustó más al darme cuenta que lo único que podía recomponerlo eres tú.
- Dios, no digas estupideces. - suspiró nerviosa.
- Al menos él estaba convencido de lo que decía, claro que no deja de parecer un pobre desquiciado, pero no cambia el hecho de ser un pobre desquiciado que te ama, y…
- Es mi hermano, jamás… Ni en mil vidas consideraría algo con él.
- Tu medio hermano. - corrigió. - Andrea me contó algo cuando fuimos al río.
- ¿Y ese qué te dijo?
- La verdad. Y lo que planean hacerte si pones un pie en la aldea.
- Es una porquería. - se levantó de pronto.
Andrómeda la miró arrodillada aún sobre el césped con los ojos brillosos.
- Por eso quiero ir cuanto antes a las ruinas circulares, solo así podremos acabar con Kasumi de una vez y para siempre. Podré tomar el lugar que me corresponde en el trono de mi padre y… Me gustaría que volvieras a casa.
- ¿Qué?
- Para ver a tu abuela que debe estar triste por tu partida, y una vez que sea reina me aseguraría que fueras resguardada por soldados que no permitieran que nada malo te pasara.
- Yo… ¿Por qué harías algo así? - exclamó.
- Porque eres mi amiga, y me importas.
- Uh… ¿Qué fue lo que te dijo Andrea?
- La conexión entre Elián y tú. - la miró apenada. - Biológicamente, son hermanos por ser hijos del mismo padre aunque hayan tenido distinta madre.
- ¿Pero cómo él podría saber eso si se supone que vino mucho después a la Aldea y… No hay registros de nada, papá y mamá murieron por la influenza? Joder.
- Comúnmente llamada gripe. - musitó con una sonrisa triste. - Perdón, Electra, pero… Te mintieron toda tu vida, sí había registros, pero prefirieron decir que todo se trataba de una adopción más porque era más fácil.
- ¿Fácil para quién? ¿Para ellos? Porque para mí no fue fácil. - se puso histérica. - ¡Maldita sea!
- No… No te pongas mal. - se levantó. - Por favor, es molesto y estás en tu derecho a sentirte mal, pero…
- Lo único que quería era ser feliz. - musitó con la voz ligeramente rota.
Y cuando se dio cuenta de que estaba llorando en silencio, se limpió las gotas salobres de los ojos con la manga del suéter que llevaba puesto, le dio la espalda a Andrómeda.
- Electra. - dijo su nombre en voz baja.
- ¿Por qué todo tiene que ser una mierda? - pateó una piedra con bronca.
- ¿Acaso… No eres feliz?
- La verdad, la jodida verdad es que me hubiera gustado morir.
- ¡No digas eso! - corrió hacia ella y la abrazó por detrás.
- Déjame… - intentó soltarse.
- ¡No! No vuelvas a decir algo como eso nunca más ¿Me oíste?
- Andrómeda…
- ¡Solo cállate! ¿Sí? - rodeó su cintura con fuerza. - Le importas a un montón de gente, así que en primer lugar deja de decir que tu existencia no vale nada. Le importas mucho a Darcy, a Andrea, al tarado de tu hermano, a Dionisio incluso… Nadir, por dios, ese chico se muere de amor por ti.
- ¿Qué estás diciendo?
- Tiene los ojos rebosantes de amor por ti, date cuenta que la única razón por la cual te sientes así es porque personas con una personalidad de mierda te menospreciaron y ridiculizaron injustamente. Pero los chicos… Incluso yo, te apreciamos. Te quiero, Electra.
Sollozó en voz baja sin poder evitarlo. Ese calor que sentía su cuerpo creció y llegó a cubrir su corazón, y el nudo en su garganta pudo ser liberado. Fue una de las formas más bonitas de encontrar el amor, fue íntima, fue eternamente sincera.
- No solo salvaste mi vida, también me enseñaste lo que es ser apreciada de verdad. Gracias por eso. - sintió el cálido beso de ella plasmado en su hombro desnudo.
No supo qué más decir o hacer, por es se cubrió la cara con las manos. Sintió que las mejillas le ardían, pero las palpitaciones en su pecho ya no le impedían respirar como otras veces.
- Electra. - la llamó.
Percibió como la pelirroja se acercaba de frente, brincó cuando sintió el tacto de sus tibias manos sobre las suyas.
- Está bien si lloras, no tienes que esconderte, no de mí, pero entenderé si te sientes mejor al no mostrarme. Pero quiero que sepas algo que quizás nadie nunca te haya dicho… La diferencia entre tú y el resto del mundo es que el dolor no te asesina, no te debilita o enferma, el dolor es cruel y egoísta, pero es tu combustible. Es lo que te ha estado impulsando desde el comienzo, todavía sigues de pie y solo tú sabes la razón. Por eso muchos te subestiman y pretenden ridiculizarte, porque pueden ver que tú eres demasiado para ellos y por eso tiemblan, se asustan con facilidad y para un cobarde es más fácil esconderse detrás de las palabras. Electra, tú no eres perfecta, pero exactamente son todas tus imperfecciones lo que te hacen ser mejor de lo que en realidad crees. - suavemente la ayudó a retirar sus manos de su rostro.
Lo primero que vieron sus ojos fue la mirada azul de Andrómeda junto a una cálida sonrisa, entonces pensó que tenía a un ángel delante suyo.
- Andrómeda… - se limpió las lágrimas con torpeza. - ¿Te acuerdas de todas esas veces que me atrapaste sonriendo y cada vez que preguntabas el motivo yo te decía que no había una razón exacta? Yo sonreía porque me gustaba abrazar la idea de que de haber crecido con una madre fuera igual de carismática, de amorosa y compasiva que tú para algún día pedirle al cielo que fueras eterna. - un leve sonrojo adornaba sus mejillas humedecidas por las lágrimas. - Sé que suena raro teniendo en cuenta la diferencia de edad, pero… Me has cuidado tanto que a veces siento que no eres real.
Andrómeda se rió en voz alta, pero no fue una risa maliciosa, sino una de felicidad. La miró con infinita ternura, posó una mano sobre su mejilla causando que las palpitaciones en el pecho de Electra se alocaran.
- Soy tan real como el calor de mi mano en tu mejilla. - le dijo. - Si yo tuviera una hermana me gustaría pensar que eres tú, incluso… Si fuera capaz de dirigir el imperio realmente quisiera que fuera a tu lado como mi más fiel compañera, no puedo imaginar a nadie más ocupando ese lugar.
- Andrómeda. - la miró a los ojos.
- Si de verdad quieres, si estás dispuesta, puedes venir conmigo para gobernar juntas una nueva vida para las dos. - le tendió el cuchillo, y al sentir su frialdad despertó. - Tú me defenderás y yo igual.
- ¿Ahora? - musitó.
- Sí, ahora. - la mano sobre su mejilla viajó a su hombro donde presionó con algo de fuerza.
- ¿Pero qué pasa con los demás? No podemos irnos sin ellos.
- Yo… - vaciló por varios segundos despertando la inquietud en Electra. - De verdad quisiera…
- ¿Qué ocurre? - la miró seria. - Por favor, dime qué pasa. De pronto me hablas de escapar…
- No es eso, solo quería hacer planes y que tú estuvieras en esos planes. - la miró nerviosa.
- Hoy las cosas se sienten muy raras, antinaturales. - se tocó el pelo con inquietud.
Guardó el cuchillo en su pantalón.
- Electra, realmente no quiero que nada malo te pase. - desvió la mirada.
- ¿Qué?
- Ya no quiero que sufras como tuviste que sufrir injustamente.
- Espera, no te entiendo…
Cuando Andrómeda entrelazo sus manos con desesperación comprendió que algo andaba mal. Buscó en sus ojos la verdad, y la asustó el no encontrar aquel brillo de estabilidad y felicidad de hace unos minutos atrás.
- Yo… Hice una promesa con Andrea.
- ¿Qué clase de promesa?
- Después de que Dionisio nos contará parte de la verdad de lo que te pasó en aquella cabaña, Andrea fue el más afectado de todos, anoche habló conmigo. No quiere que vuelvas a sufrir como lo hiciste.
- Me estás asustando. ¿Puedes ir directo al grano? - se relamió los labios.
- Acordamos que mientras nosotras partimos hacia las ruinas ellos se iban a asegurar de desviar el rastro de Akira y su clan para que nos diera más tiempo, y en caso de un posible enfrentamiento… Que nosotras continuaremos sin importar nada.
- ¿Qué? - exclamó.
- Al principio me negué, me parecía ridículo separarnos ahora, pero… Él también sufre por ti, a Andrea le importas más de lo que aparenta. Él te adora, literalmente te adora, Electra. - confesó.
El mundo de Electra pareció venirse abajo, o al menos eso fue lo que le pareció mientras contenía la respiración.
- Dijo que después hablaría con Dionisio, él estaba de acuerdo porque era lo mejor para todos, en especial para ti, así que acordó venir detrás de nosotras por protección.
- ¿Da… Darcy y Nadir estuvieron de acuerdo?
- Sí.
- ¿Pero cómo? ¿Por qué? - se alteró.
- Yo… - se llevó las manos a los labios. - De veras, lo siento…
- Ya se fueron ¿no? - miró a su alrededor erráticamente.
Ahora todo tuvo más sentido, y le pareció más clara la razón por la cual Nadir le propuso dormir junto a él. Se estaba despidiendo y ella jamás lo supo. Aquello fue como una puñalada demasiado brutal.
- Tomaron sus cosas y simplemente… - apretó los dientes con fuerza. - No me puedo quedar quieta.
- ¿Qué haces? - le preguntó al verla caminar en dirección opuesta. - No vas a buscarlos ¿O sí? ¡Oh, por favor, Electra no vayas!
- Son mis amigos, no me puedes pedir que ignore cómo se parten los huesos para protegerme a mí. - farfulló al borde de las lágrimas. - ¿Qué clase de cargo de conciencia es este?
- Pero… Si vas sola…
- Sabes en qué dirección se fueron ¿no? - la miró por sobre el hombro sin dejar de caminar. - Enséñame el camino.
- Pero…
- Enséñame o jamás te perdonaré que hayas conspirado así en mi contra. - aseguró.
- Electra.
- Andrómeda, tú harías lo mismo por mí si se diera el caso, lo sé. - dijo más calmada, pero sin abandonar la seriedad de su rostro.
Esperaba una respuesta de la pelirroja, se había tardado bastante, pero acabó sonriendo por dentro cuando sintió su mano aferrándose a la suya mientras empezaban a correr en una sola dirección directo a las profundidades del bosque.
Gracias, roja pensó.
ESTÁS LEYENDO
El despertar del alfa
Science FictionCuando ser diferente desde la concepción se volvió una maldición difícil de erradicar todo parecía perdido y destinado irremediablemente al fracaso. Pero cuando la diferencia se convierte en amenaza externa y una virtud unipersonal absolutamente tod...