Capítulo 11

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La luz a través de sus párpados no podía lastimar sus globos oculares, el viento no podía cortar su piel, el hambre ni la sed la atormentaba, tampoco le pesaban los músculos ni le dolían las palmas. Nada la turbaba, su cuerpo físico y ella ya no eran uno solo. 
Pudo ver el cielo y tuvo la sensación de que podía tocar las nubes que tan esponjosas y suaves se veían con las manos, rozar aquella composición de la que estaban hechas, pareciera que no había ningún límite que se interpusiera entre ella y el firmamento, podía gobernarlo si quería. Claro que podía, podía hacerlo suyo cuando quisiera. 
Teniendo el control de su vida nuevamente en sus manos pudo ir más allá de las colinas verdes de su aldea, incluso más allá de la profunda y misteriosa arbolada que funcionaba como barrera, descubrió con una mirada diferente que la belleza de la naturaleza era única. Los tibios rayos del sol en contraste con el verde de cada hoja, la savia de los árboles y su densidad sobre el tronco, el musgo de las raíces acariciando las plantas de sus pies, los diminutos pétalos de flores cuyas ramas pendían de forma tan sútil que podrían ser destruidas fácilmente y aún así la calma del bosque asegura un ciclo seguro y continúo para ellas. Al alzar la mirada descubrió el impresionante panorama de las copas de los árboles queriendo llegar a alimentarse de la luz solar sin llegar a chocar unas con otras, ninguna tenía la necesidad de competir y lo sabía, pensó en lo maravilloso que sería que las personas dejaran de hacer eso, que no fueran soberbias. Algunos troncos de árboles talados, incluso cortados, le produjo una extraña tristeza, pero encontró de forma extraordinaria la dicha que necesitaba en las diminutas alas de una mariquita que pasó volando delante suyo. Fue como en cámara lenta, aquel vuelo que parecía insignificante estaba dotado de más vida de la que pudiera encontrar en ningún otro lado, el suave murmullo que produjo sus alas fue escuchado con mucha atención por ella. La siguió sin darse cuenta, empezó a correr detrás de la catarina como si no tuviera nada mejor que hacer, de pronto toda su existencia giraba en torno a la dirección en que volaba tan pequeño y bello insecto. Saltó muchas raíces, esquivó tantas rocas sin siquiera mirar el suelo, acabó por profundizar más en la espesura del bosque, por lógica terminó por perder de vista a la catarina, pero ella no estaba perdida. En realidad estaba en el lugar correcto donde realmente debía estar. 
Un campo abierto la recibió, en él la palabra belleza no bastaba. Se vio rodeada de montañas extrañas, diferentes a las que estaba acostumbrada, eran más imponentes y de contextura mucho más rocosa, se encontraba parada en medio de un prado que no parecía tener fin, las flores y yuyos silvestres danzaban al son del viento como una melodía particular y que solo los de oído agudo podían escuchar. El cielo estaba despejado, y el sol era un beso apasionado a la piel, no fogoso ni enardecido, sino amoroso. Algunos árboles de pequeña estatura se encontraban formando parte del entorno, tuvo el impulso de ir más allá pero una voz la detuvo. Tuvo la particular sensación de que fue como escuchar la voz de algún dios pero sin temor ni enojo como en los antiguos escritos sagrados, esta voz era melosa y cálida como una serenata que acaricia la plenitud del alma. Su matiz de voz era electrizante, pero no malo, causó profunda intriga en ella. 
  - Qué bonitas son las flores, no por su simpleza o mera estética, el significado personal que le da el hombre a la naturaleza como si se tratara del mismo universo es genuinamente enigmático.
Dio vueltas sobre su propio eje queriendo encontrar al dueño de esa voz, no estaba segura si era un hombre o una mujer, solo sabía que quería estar cerca para seguir dejándose endulzar por la misericordia de su palabra. 
  - El mismo ser humano es una raza enigmática y rara. Me agradan. Tú me agradas, pequeña.
De tantas vueltas que dio terminó por encontrarse con un escenario diferente, ya no estaba en aquel paraíso de paradero y nombre desconocido. Las ruinas abandonadas y avejentadas por el paso de los años resultaron un misterio difícil de intentar descifrar. No tuvo intenciones de acercarse a ver qué eran, simplemente sus piernas no quisieron responder y se sintió aliviada de haberlo hecho. No quería conocer la verdad que allí permanecía enterrada, aún no. No era miedo lo que la detenía sino el propio conocimiento de que no era momento, no quería adelantarse a los hechos nunca más. 
  - Está bien, no estás obligada a nada. Tu decisión vale más que la importancia de aquel secreto escondido. 
  - ¿Por qué? - musitó ante aquella presencia invisible. 
  - Porque eres la respuesta que hay que encontrar. 
La brisa agitó su pelo, se sintió fría, por primera vez sintió algo tras "despertar". Miró sus manos, no había cicatrices o raspones, le pareció anormal. 
  - No es sueño, solo la secuencia de hechos pasados, presentes y futuros concentrados en un mismo punto del espacio metafísico de tu mente. Es decir, realmente está pasando, pero vas a tener la traicionera sensación de que no es más que una alucinación. 
  - ¿Qué se supone que eres?
  - Ahora no importa que te lo diga, con cada palabra que intercambiamos el tiempo se acorta más y más.
  - Pero siento que se alarga.
  - Exacto. - sono amistosa. 
  - ¿Qué quieres de mí? - miró el cielo. 
  - Nada. Yo no vine a ti en busca de respuestas, fuiste tú desde el principio que viniste a buscar consuelo en una objeción más honesta e imparcial. Escalaste el peñasco…
  - Escale el peñasco. - repitió atónita.
  - Me diste una prueba de fe, es justo que te devuelva ese favor.
  - Pero…
  - Se estaban olvidando de mí, pero tuviste el gesto de recordarme y buscarme. He aquí mi respuesta. 
Pasó saliva a través de su garganta, otra sensación física, aquel viaje astral estaba llegando a su fin, pronto su alma dejaría de manifestarse de esa forma. 
  - Escucha con atención. Vi tu pasado, sé quién fuiste y lo que hiciste en tu vida anterior, no es casualidad que seas descendiente de una línea directa de hombres y mujeres fuertes de carácter y espíritu que tienden a caminar por el agua y no se hunden porque el miedo no los paraliza, a ti no te paraliza, te mueve como ninguna otra cosa. Eres una guerrera que tiende a combatir las batallas más duras que seres como yo ni siquiera podemos controlar, en base a quien fuiste antes puedo presentir quién serás a futuro. No estoy esperando nada de ti porque tú eres quien debe tener fe en ti, eres una serendipia más en este camino virtuoso que fue hecho por y para ti. Todo lo contrario a una equivocación, eres dorada como el haz de luz que llegó a iluminar este mundo la primera vez cuando se dijo "Que se haga la luz". 
Sintió su corazón estremecerse como si un soplo tierno y el más sincero de todos hubiera llegado a su centro, sintió la humedad en sus ojos y una emoción rara del pecho. Estaba llorando por dentro pero sonriendo por fuera. 
Levantó la mirada otra vez sintiendo suaves caricias en sus mejillas, en su frente y cabello aunque solo podía asociarlo con el viento. 
  - La razón de tu propósito y existir está allí. - le pareció que le susurraron al oído señalando las ruinas. - Vuélvete fuerte, muy fuerte para que volvamos a encontrarnos tú y yo.
  - ¿Quién eres entonces?
  - Soy la mejor versión de ti misma en el futuro. Soy tú pero más fuerte que ayer y hoy, puedes llegar a ser incluso más fuerte. Ten fe.
  - Tengo fe. - respondió casi con pura convicción. - Creo en mí.
  - Bien, pedacito de cielo. 
Sin darse cuenta la plática y el encuentro en sí acabo de ese modo, cerrando sus ojos le dijo adiós a esa misteriosa entidad y a toda la belleza que los ojos de su alma captaron. Percibió la refrescante frialdad de un cuerpo de agua golpeando su cara, respiró entrecortadamente mientras su corazón recuperaba aquel característico palpitar mientras el color volvía a sus mejillas quemadas por el sol. Sintió su cuerpo nuevamente pesado y fuertes retorcijones en la boca del estómago, miró desorientada a las personas frente a ella. Dos guardias con la mirada gélida, desde el piso parecía que eran altos, y lo eran, mientras uno de ellos llevaba una cantimplora vacía a la vista volcada en su dirección. El otro llevaba un juego de sogas a mano. Los miró desorientada, confundida y muy aturdida. De pronto algo hizo clic en su cabeza.
Con que de ahí vino el agua pensó.
  - ¿Qué es lo que…? - su voz estaba ronca por la deshidratación. 
No hizo ningún movimiento para intentar levantarse por miedo a que la cabeza le doliera, y aún así esos sujetos la tomaron desprevenida. La sujetaron con fuerza de los brazos para estampar su cuerpo como calcetín al pasto mientras sus manos estaban fuertemente atadas detrás de su espalda en una posición realmente dolorosa. Los miró disgustada desde su propio ángulo. 
  - ¿Qué mierda les pasa? - chilló.
  - Estás en serios problemas, Suzuki. 
  - ¿Qué? - abrió los ojos desconcertada.
¿Cómo era posible que supieran su apellido? 
  - No sé qué pretendes al venir hasta aquí y profanar este lugar, veo que solo quieres provocar la ira del comité y una sentencia directa del gran patriarca para acoplarte a donde realmente te corresponde. 
  - Pequeña anarquista, tu soberbia y orgullo te han llevado muy lejos, pero no creas que por ser una jovencita que apenas sabe de la vida seremos gentiles contigo. 
  - Perfecto, nos entendemos muy bien. - murmuró con dificultad. 
  - Loca desquiciada, no sé que planeas, pero más vale que te comportes, iremos directo a la corte para que te juzguen con todo el peso de la ley. 
  - ¿Por qué? ¿Por haber subido hasta aquí y echarme una siesta? - se quejó mientras la obligaban a enderezarse. 
  - Por iniciar disturbios y turbar la paz establecida entre la gente, además de violar este territorio bendecido como lugar santo por el patriarca hace años. 
  - Tontos, esto solo es un imán de suicidios y homicidios. - se relamió los labios resecos. - ¿Qué más da si yo vine aquí a morir o a sufrir un poco con mi masoquismo?
  - Me importa muy poco la razón por la que viniste, ahora vas a venir con nosotros sin rechistar o encontraremos el modo de hacerte callar.
  - ¿De veras? Quiero ver cómo.
  - No me tientes. - la miró con extrema seriedad uno de ellos. - Camina, no te quedes. 
Se vio empujada hacia el borde del precipicio, miró indecisa el camino de regreso a tierra. No pensó en cómo iba a volver cuando subió, contuvo las ganas de reírse. 
  - Pregunta. - llamó la atención de ambos que seguían sin soltarla. - ¿Cómo planean que baje con las manos detrás de la espalda? ¿Volando?
  - Qué ironía la tuya, tú empezaste todo esto y ahora te quejas. 
  - Si es mucho para ti entonces te invito a desaparecer, puedes saltar si gustas. - lo miró con un deje de burla sin imaginarse el gran dolor que iba a recibir. 
Cayó de rodillas con los dientes fuertemente apretados y los órganos internos dañados, las ganas de vomitar la invadieron, más bien eran arcadas mientras su vista se volvió borrosa. Jadeó profundamente dolorida.
  - Te dije que te callarás. - refunfuñó uno después de darle un gancho en medio del abdomen. 
  - Cálmate, recibimos órdenes específicas de Lady Mariska para no herirla. - advirtió su compañero. 
  - Tienes suerte de seguir estando protegida, de haberse enterado el gran patriarca ya estarías muerta. 
  - El viejo no sabe. - escupió mucha saliva. - Algo me dice que me voy a llevar muy bien contigo. 
  - ¿Por qué? - la miró.
No le respondió, la sonrisa maliciosa de su boca ocultaba tantas cosas que era difícil adivinar. La cargaron en contra de su voluntad sobre sus hombros y descendieron con ayuda de las herramientas para el alpinismo en menos tiempo de lo que ella había escalado todo el peñasco. Muchas personas, la mayoría curiosos, se encontraban ubicados en el muelle como si verla siendo tratada como una criminal fuera lo más interesante del mundo. 
  - Veo que el tesoro entre sus manos valió la ida y la vuelta. - los tres escucharon esa aterciopelada voz.
Al girarse se encontró con la figura elegante del joven nobiliario y una sonrisa burlona que se veía muy bien reflejada en sus ojos amatistas de Alejandría. 
  - Veo que tu suerte ya no es la misma. - uno de esos tipos le dijo al oído. 
  - La alumna de Andrea. - prosiguió sin borrar esa sonrisa de satisfacción.
Se sintió acorralada como un animal. Qué agridulce ironía, cada vez le parecía más ridícula. 

El despertar del alfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora