No había podido dormir en toda la noche por la ansiedad y los nervios que se instalaron en la boca de su estómago. El día de probarle a la gente de su aldea de lo que estaba hecha había llegado. No estaba en sus planes dar marcha atrás, no solo lo estaba haciendo como prueba de lo que realmente valía como ser humano ante Elián, también lo hacía por Andrea y por el secreto sentimiento de amor que había empezado a florecer en su pecho de forma genuina cada vez que lo tenía cerca. Pero en el fondo lo hacía por sí misma, era su propia prioridad.
Con el pulso a mil y con su mano tanteando el sobre con su nombre escrito avanzó entre la multitud de jóvenes de su generación y familiares que venían a apoyarlos, se detuvo al estar frente a las dos urnas de piedra sobre sus correspondientes pedestales, ambos con el escudo de la nación a la cual pertenecían. Cada una tenía un significado propio y Narumi lo sabía, por eso depositó el sobre junto con los otros en la urna ubicada en la izquierda, tuvo que pararse sobre las puntas de sus pies para alcanzarla. Creyó que entraría en pánico al comprobar que el sobre ya no seguía con ella, pero no, extrañamente se mantuvo tranquila, al menos por fuera. Se sintió tan sola en la magnitud de aquella tarima con sus años de antigüedad e historia plasmados en cada rajadura en la superficie de los tablones, suspiró, pronto sería parte de aquel ciclo selectivo cuya misión era honrar la naturaleza de su ser como ciudadana, una ciudadana más.
- ¡Narumi! - saltó al sentir la mano de Nadir sobre su hombro.
- No hagas eso. - lo miró mal.
- Te estaba buscando, pronto van a comenzar. - le sonrió.
- Espero que tengas suerte, has entrenado mucho para esto. - tomó sus manos amistosamente.
- Estoy algo nervioso, pero este año lo voy a hacer.
- Pero claro que sí. - se acercó a su oído. - Dejale en claro a Elián quien manda.
La risa de Nadir consiguió desaparecer toda la angustia y el estrés, le devolvió la vida. Lo acompañó en su felicidad cuando él la tomó en sus brazos y la hizo girar, no se imaginaba la desagradable sorpresa que iba a recibir al igual que el resto.
Me van a matar, chilló mentalmente aún sin borrar su sonrisa por fuera.
- Para que te de suerte. - besó su mejilla.
- Narumi. - él la miró sin medir palabra.
- ¡Con que ahí estaban, par de niñatos! - saltó Darcy sobre la espalda de Narumi.
A ella no le quedó más opción que aguantarla.
- Los estuve buscando, quiero que nos sentemos juntos, al menos durante la ceremonia de inicio. Tú te vas después, ¿no? - le preguntó a Nadir.
- Sí, tengo que presentarme cuando me llamen, lo mismo de siempre, se nos da un número y después somos asignados en un grupo.
- ¿Un grupo? - preguntó Narumi.
- Sin importar la especie, claro. No se preocupen, este chico va a ganar. - aseguró.
- Pero claro que sí. - lo apoyó incondicionalmente Darcy.
- Toda mi confianza está en ti. - le sonrió Narumi mientras moría por dentro.
- Es una pena que no hayas dejado tu nombre en la urna, Darcy. - le dijo. - Me hubiera gustado pelear contra ti.
- Y golpearnos como desquiciados, obvio. - dijo. - Voy a esperar al año siguiente, aún tengo mucho que aprender.
- Te subestimas a ti misma, ya eres fuerte, podrías hacerlo.
- Na, prefiero esperar. Mejor prevenir que curar.
Sin darse cuenta su conversación causó un remolino de emociones en Narumi, un nudo se formó en su estómago que le impidió estar tranquila, pero no por eso se iba a acobardar. Se dejó arrastrar por Darcy que sostenía su mano hasta las gradas ubicadas a lo ancho del recinto, rodeada de tanta gente y con la interminable espera ante el discurso tradicional en gratitud por la ceremonia, el patriarca de la aldea no solo bendecía la contienda del día, él mismo daría inicio a la lectura de los sobres y les permitiría a los participantes poder acercarse para estrechar su mano como símbolo de buena suerte. Narumi no pudo dejar de morderse las uñas, mientras estaba al borde de la desesperación al ver la gran mano del patriarca tantear entre los sobres llegó a la conclusión de que había perdido todo control de su juicio, y por ende ya nada más importaba.
- Ey, ¿te sientes mal? - le preguntó Darcy al escucharla suspirar por quinta vez.
- Sí, solo estoy ansiosa. Es por Nadir.
- Yo también.
Ambas lo vieron con orgullo cuando dijeron su nombre, el chico se veía radiante y feliz, confiado de sí mismo mientras descendía de las gradas entre la gente no sin antes despeinar el cabello de Darcy a propósito y besar la frente de Narumi. Ella deseó con todas sus fuerzas poder sentirse igual que él, pero sabía que no era así. Presionó sus propias manos con fuerza mientras lo veía alargar la mano para escoger su número tallado en una ficha de madera de la segunda urna, por un instante pudo olvidarse de sí misma y fijarse en él, en cómo se veía. Descubrió que ya no era un chico, había crecido, se había vuelto mayor, pero sabía que aún le faltaba madurar como a todos los demás. Ese pensamiento la tranquilizó, para ella significaba que él no estaba muy lejos de ella, podían ir a la par si querían, claro que sí.
Sin prever nada de lo que sucedía realmente, el patriarca de nombre Tristán, el último de la generación de lobos siberianos del siglo pasado, leyó en voz alta el nombre escrito en la hoja de papel que él mismo había escogido. Un silencio sepulcral se hizo presente cuando todos escucharon aquel nombre, el corazón de Narumi dio un vuelco mientras más de una mirada se posaba en ella.
- ¿Qué? - Darcy estaba confundida.
Los demás competidores sentados en fila detrás de la tarima estaban desconcertados, Nadir fue el único que se levantó como si el suelo de tablas hubiera estado caliente.
- Suzuki. - repitió el apellido escrito otra vez el patriarca. - Suzuki Narumi.
Se esperaba que fuera Elián, él ya estaba dispuesto a bajar hacia la tarima cuando un nuevo invitado se presentó en la sala: turbación. El ambiente se cargó de mucha tensión mientras la mano de Narumi fue alzada causando el revuelo en las mentes de todas las personas presentes. Más de la mitad de los aldeanos habían venido, y todos los ojos estaban fijamente sobre la chica cuya reputación se le acredita por ser ordinaria. La expresión de su rostro era firme y fría como el hielo aunque por dentro estaba temblando como una hoja mientras avanzaba hasta el escenario, ambas urnas le parecieron terriblemente intimidantes de pronto, volvió a ponerse en puntas de pie para alcanzar una ficha de la segunda urna. La apretó con fuerza en su mano, se controló aún con aquel molestó silencio como si lo sucedido fuera motivo de tristeza o de un celibato permanente. Se acercó con el debido respeto hacia el viejo Tristán, la mirada en sus ojos claros se volvió dura como el acero al reconocerla de cerca, cuando quiso estrechar su mano con la suya él deshizo la acción. Continuó mirándola perplejo aún cuando Narumi se estaba sintiendo como un condenado a la picota.
- Pero tú… - dijo y dejó la oración a medias. - ¿Quién puso tu nombre en la urna?
- Yo, señor. - dijo en voz baja, pero el silencio general le permitió enviar su respuesta a cada oyente desesperado por la verdad.
- ¿Cómo? - se rió incómodo. - Tú no puedes participar, no tienes edad ni tienes ninguna experiencia en las artes del combate y la confrontación.
- La edad para participar es a partir de los 15, yo tengo 17. - dijo sin dudar. - He estado recibiendo educación en el área teórica, pero tengo un profesor que me ha estado preparando, él me enseñó sobre el combate cuerpo a cuerpo, enfrentamiento con armas blancas y todo lo demás. No rompí ninguna regla, ni le falte el respeto a la institución porque cumplí con todas las normas requeridas. Soy digna de estar aquí.
- ¿Quién es tu profesor? Dime su nombre. - exigió.
- El profesor Müller.
- ¿Andrea?
Apenas mencionó aquel nombre una horda de voces empezó a murmurar al mismo tiempo dando la sensación de que se trataba del zumbido de abejas molestas, la tensión en el lugar aumentó sobre los hombros de la chica.
- Haremos una breve pausa, disculpen la intromisión. Les pido paciencia, por favor. - realizó una reverencia hacia la audiencia presente mientras tenía su mano sobre el hombro de Narumi.
Ella lo miró desconcertada para después dejarse guiar casi por obligación hacia las puertas que daban hacia la cámara de concejales donde las más importantes toma de decisiones se llevaban a cabo. Desde pequeña aprendió a vivir con la sensación de ser un bicho raro, esa vez no fue la excepción, siguió siendo un bicho raro después de liberarse de la presión social. Iba a ser un bicho raro para toda la vida.
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El despertar del alfa
Science FictionCuando ser diferente desde la concepción se volvió una maldición difícil de erradicar todo parecía perdido y destinado irremediablemente al fracaso. Pero cuando la diferencia se convierte en amenaza externa y una virtud unipersonal absolutamente tod...