Capítulo 3

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No podía evitar llevarse grandes trozos del pan al mismo tiempo que masticaba la manzana más roja y jugosa que jamás hubiera probado en su vida, se olvidó en ese momento de sus modales frente a la chica. 
  - Wow. Si que tenías hambre. 
  - Perdón. - se limpió las migas de la boca.
  - Está bien, yo también soy golosa. - se acercó con el tazón de agua hirviendo que sacó del fuego. 
Mientras se inclinaba para servirle el té, Electra pudo contemplar la piedra de extraordinaria belleza y valor que poseía en el anillo de su dedo anular. Era imposible ignorar ese detalle, para ella aquella esmeralda parecía significar mucho más que un simple accesorio. 
  - ¿De dónde dijiste que vienes? - la sorprendió con su pregunta. 
  - De la aldea de Reyes. - sopló el humo de su taza de cerámica. 
  - Eso está muy lejos.
  - ¿Lo conoces? - la miró interesada.
  - Es muy popular por sus juegos anuales, escuché que el último evento hasta la fecha la competencia fue inusual pero interesante. Tal parece que hubo un cambio en los permisos de aceptación, debido a la inclusión que está de moda un nuevo participante casi consiguió pasar todas las pruebas, pero…
  - ¿Pero?
  - Escuché que tuvieron que suspender la competencia, el ritual y la ceremonia final no se llevó a cabo. Parece que hubo un accidente con ese participante, y… bueno, sucedieron cosas.
  - Sí, pasaron muchas cosas ese año. - susurró. 
  - Tú estuviste ahí, ¿no? ¿Conociste a ese participante? 
  - Ah, bueno… 
Andrómeda tomó asiento frente a ella, y la miró con sus ojos especialmente claros con los cuales prestó mucha atención.
  - Ya había salido de la aldea cuando eso pasó. - mintió. 
  - Oh. - pareció decepcionada. - La verdad es muy interesante saber sobre lo que pasó, me da curiosidad ese participante. 
  - ¿Por qué? 
  - Se diferencia de los demás por no ser capaz de transformarse, es decir, no usa su tótem animal porque no tiene. 
  - Eso… ¿es lo que se cuenta?
  - Parece más una leyenda urbana, suena a fantasía, pero me emociona de solo imaginarlo. - sonrió. - En la tierra de donde provengo cosas así no pasan, todo está planificado y seriamente controlado.
  - ¿No admiten fallas?
  - No, pero te diré algo. - se acercó más. - Si yo fuera la gobernante de las tierras del Norte estaría encantada con saber más sobre los mutantes, aquellos que son incapaces de transformarse. 
  - Te refieres a los ordinarios.
  - Así es. Pienso que deberían tener más espacio y voz, ya es suficiente con que vaguen por el mundo sin un lugar fijo donde caer muertos, creo que deberían ser estudiados y comprendidos para acabar con el miedo de las masas y así los rumores entre la gente dejaría de ser un problema.
  - Uh, creo que entiendo tu punto. - bebió un sorbo de su té. - La mentira podrá correr millas, pero no olvidemos que tiene patas cortas y tarde o temprano cojea mientras que la verdad puede correr maratones.
  - ¡Es verdad! - la miró emocionada. - Tú sabes mucho al respecto, Electra. Suenas muy madura. 
  - Gracias. 
  - Es una desgracia que haya personas que sigan tratando a los ordinarios como si fueran escoria, tanta xenofobia y rechazo solo por no ser como el resto. 
  - ¿Qué culpa tienen ellos por no nacer con la genética de su lado? Nunca pidieron nacer de ese modo.
  - Exacto. Tampoco digo que hay que compadecerlos, eso sería lo peor de los casos. No tienen porque ser juzgados y mucho menos tienen que sentirse avergonzados de cómo son. Los otros son los que deberían estar avergonzados.
  - Por cómo hablas del tema supongo que hay muchos ordinarios de donde vienes. - mencionó.
  - Había, hubo un tiempo en que todo parecía en paz hasta que empezaron a armar revueltas con el objetivo de echarlos de las tierras.
  - Eso es… horrible.
  - Y muy cruel, pero todo eso acabará.
  - ¿Por qué estás tan segura?
  - Tengo fe, aún no pierdo la esperanza de encontrar gente buena en el mundo.
  - Ja. Te envidio.
  - ¿Por?
  - Estas llena de ilusiones. - terminó su té. - A tu edad soñaba, bastante ahora que lo pienso, me la pasaba soñando a todas horas y como no tenía amigos era lo mejor que podía ser. Creo que era lo único en lo que podía ser buena. 
  - ¿No tenías amigos?
  - Bueno, ahora deje a dos de mis mejores amigos en la aldea. Pero lo hice porque no tenía opción, serán mis amores, pero no por eso la cadena que me mantiene quieta.
  - Tus amores. - murmuró. - ¿Tienes novio?
  - ¿Eh? - la miró confundida por el repentino cambio de conversación.
  - Solo pregunto si dejaste a alguien especial allá en casa.
  - Pues… - miró fijamente las llamas de la fogata. - Sí había alguien, pero nunca me correspondió.
  - Oh, eso es tan feo.
  - Sí.
  - ¿Y novia?
  - No, tampoco tengo novia. - se mordió la lengua para no reírse. 
  - Yo tampoco tengo novia. - sonrió. - Las dos estamos solteras. 
  - Pero bueno… soy una inadaptada. - se puso en pie. - Los inadaptados no somos fáciles de enamorar, no elegimos a cualquiera, así que no estoy muy apurada ahora por conseguir pareja. 
  - ¿Todavía no encuentras a ese compañero o compañera?
  - Exacto.
  - ¿Y cómo sabes que la persona que dejaste en la aldea no es la pareja que está destinada a ti?
  - Porque me dejó muy en claro que no me ama, más bien me odia. 
  - ¿Por qué?
  - Es que… haces muchas preguntas. 
  - Solo busco conocerte. - puso los brazos en jarra. 
  - Mejor háblame sobre ti. ¿Dónde están tus padres?
  - Ellos… están en el Valle de la Lejanía, viajó con la intención de encontrarlos allá. 
  - ¿Eso no está ubicado en las tierras del Sur?
  - En realidad en las tierras del Norte.
  - ¿Entonces no vienes de ahí? - la interrogó.
  - En realidad estaba de paso, busco ir hacia allá.
  - Pero me dijiste que escapaste.
  - Sí, pero busco regresar después de cumplir una tarea muy importante.
  - ¿Y cuál es esa tarea? 
  - No puedo decirte, es un secreto. 
  - De acuerdo. - la miró dudosa. - Supongo que es todo.
  - ¿Uh? 
Electra tomó sus cosas, preparó su cuchillo en la funda y se aseguró de tener todo en su bolso bajo la atenta mirada de Andrómeda. 
  - Tú tienes un viaje que hacer al igual que yo. Gracias por la comida, la pase muy bien contigo…
  - ¿Ya te vas? - se puso en pie de inmediato.
  - Sí, me gustaría quedarme pero no puedo distraerme de mi meta. 
  - ¿Cuál es esa meta? ¿A dónde tienes que ir?
  - ¿Por qué te diría? No quisiste contarme, yo no tengo por qué hacerlo. - la dejó muda.
Al ver la expresión de su rostro tuvo que retractarse, sintió un pinchazo en el pecho al creer que había sido demasiado dura. 
  - Me prometí llegar a un lugar en específico con la intención de probarme a mí misma, tengo que buscar algo antes de volver a mi aldea… al igual que tú también estoy obligada por las circunstancias. 
  - Yo… a mí me gustaría que me acompañaras.
  - Quizás. Sería divertido, ¿quién sabe? Pero las dos tenemos objetivos opuestos, perdón, linda. 
  - Bueno. - dijo con resignación. - Me dijiste que estabas perdida, ¿no? Puedo ayudarte a encontrar el camino otra vez.
  - ¿De verdad? 
  - No me molestaría. - le sonrió.
  - Vaya, eres realmente una dulzura conmigo. - le acarició la mejilla. - Te debo mucho, Andrómeda.
  - Está bien, con tu amistad tengo más que suficiente. 
  - Entonces en un hecho, ya tienes mi amistad. - le enseñó el pulgar arriba. 
  - ¿A dónde tienes que ir?
  - No recuerdo muy bien donde me quedé antes de tener ese accidente y desmayarme, hoy desperté de pronto aquí, pero necesito recuperar el rumbo lo antes posible. Quiero llegar a las ruinas circulares.
  - Uh… ¿Por qué quieres ir hacia allá? - preguntó ansiosa.
  - Es donde está algo que de verdad ando necesitando, lo que estoy buscando se encuentra ahí… o eso espero.
  - Tú… - la miró en silencio, parecía consternada.
  - ¿Te sientes bien, roja? - arqueó una ceja. 
  - Sí, no me pasa nada. - se recompuso de inmediato. - Para llegar tú tienes que…
  - ¿Sí?
  - Caminar siguiendo la posición donde va a caer el sol, eso te va a llevar a los rápidos del monte, solo tienes que seguirlos y pronto llegarás a tu destino. 
  - ¿De verdad? Suena fácil. 
  - Parece, pero es complicado cuando  debes atravesar todo el monte y lo que sigue después.
  - No te preocupes, me sé cuidar.
  - No lo dudo. - murmuró.
Cuando se colgó la mochila al hombro avanzó hacia Andrómeda con una mano en el bolsillo de su chaqueta. Ante su atenta mirada le mostró un silbato de bronce cromado que pendía de un hilo rojo, algo gastado.
  - Como tú has hecho bastante por mí me sentiría mal si no te devuelvo el favor alguna vez.
  - No, pero por favor no te preocupes.
  - Este silbato fue un regalo, alguien muy especial para mí me lo dio con el propósito de darle un buen uso. Es un objeto antiguo y raro en su clase, solo sopla cuando me necesites y yo vendré enseguida, sabré donde estás. - procedió a posar sus labios en la boca del instrumento, un meloso silbido se produjo en el aire que solo Electra oyó. - Funciona, parece que no, pero créeme que lo voy a escuchar si soplas con fuerza. 
  - Es bellísimo. - lo tomó con delicadeza entre sus dedos. - Gracias, Electra. 
  - Solo es un silbato feo. 
  - Pero dijiste que era importante para ti, no podría aceptarlo.
  - Si tanto te preocupa miralo como un favor, cuando me llames yo vendré y podrás devolverlo si eso te molesta. Así que cuídalo por mí hasta que volvamos a encontrarnos. 
  - Electra… eres un amor. - la miró con mucha admiración y respeto. 
  - Solo es un trueque, roja. Te doy mi protección a cambio de tu información. 
  - Lo aprecio mucho, amiga. - se acercó y en un movimiento rápido besó su mejilla.
Electra se acarició donde recibió el beso, la miró agradecida, por no decir algo ruborizada. 
  - Hasta entonces, Andrómeda, suerte con tu viaje. - le extendió la mano para estrecharla. 
  - Te deseo lo mismo multiplicado por mil.
Electra le sonrió antes de dar media vuelta, pero no llegó muy lejos cuando el agarre de la chica la retuvo.
  - Yo… - vaciló tímidamente. - Quisiera saber cómo eres con tu tótem animal. 
  - Uh...
  - Sé que es imprudente de mi parte, pero quiero saber cómo eres en realidad antes de que te vayas 
  - ¿Por qué?
  - Por si te vuelvo a ver y así te voy a poder reconocer, incluso si estas transformada. 
Al principio dudó, pero finalmente le sonrió. Acarició su cabeza con ternura.
  - Para eso está el silbato, cuando sea el momento conocerás mi verdadera forma. 
  - Está bien, te estaré esperando entonces.
  - Ahora sí, hasta luego. - la saludó con la mano antes de partir con la pelirroja saludándola a la distancia como un viejo amor de la infancia.
Se sintió rara mientras avanzaba, parecía que hace tiempo no escuchaba la palabra amiga y no era tratada con tanta gentileza y bondad hasta ahora, percibió en su boca el agridulce sabor de la nostalgia. Evocó un par de recuerdos casi sin querer.
  - Ah… Nadir, Darcy… - mencionó con mucha nostalgia. - Andrea.
Ese último nombre le supuso un sentimiento más fuerte y chocante que la nostalgia. 

El despertar del alfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora