Capítulo 4

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El trío de lobos grises rodearon a la yegua, le mostraron los colmillos mientras hilos de saliva se deslizaban de sus hocicos, el pelaje de su lomo estaba erizado. En sus ojos había hambre, ansias por hincarle los dientes al animal aún cuando este solo tuviera sus patas traseras y el fuerte impacto de estas junto a sus pezuñas para defenderse. La noche era oscura, en el bosque todo era penumbras, la única luz que les permitía ver era el débil rayo plateado de luna que atravesaba las nubes y algunas ramas, parecía una cínica ventaja para los depredadores que estaban acostumbrados a cazar sin la luz del sol. Todo dependía de su desarrollado olfato, así fue como la encontraron. 
La alfa de la manada gruñó sin quitarle los ojos a su presa. 
  - ¿No vamos a llamar a los demás? - le preguntó el macho omega.
  - No será necesario, nosotros podemos doblegarla. - dijo.
Volvió a rugir, los demás la imitaron y el relincho de la yegua se escuchó claramente mientras se paraba sobre sus patas traseras para mostrarse tan imponente como era. Los lobos no se sintieron intimidados, arremetieron contra ella rápidamente. Con un breve gruñido la alfa dio la orden de morder sus patas delanteras y traseras mientras ella iba directo hacia su cuello. Los tres corrieron hacia ella al mismo tiempo, el sonido de sus patas golpeando la tierra confundió a la yegua, reaccionó a tiempo para proteger sus patas delanteras pero tuvo que bajarlas rápidamente para darle una patada al lobo omega que intentó atacarla con la guardia baja. Cayó en la trampa del alfa, pronto sintió el peso de su cuerpo contra ella mientras sus peligrosos dientes intentaban llegar a la flacidez de la carne de su cuello donde no había mucho músculo. 
Los enfrentamientos entre una especie y la otra mayormente resultaban feroces, en especial cuando por mero instinto el carnívoro tenía ansias de sangre, pero el herbívoro soñaba con vivir. La pelea fue intensa, estaba cerca de ser una carnicería con las mandíbulas de los tres depredadores bien abiertas, la yegua sufrió rasguños y cortadas en su lomo y en el morro. La sangre escurriendo de sus fosas nasales la molestó profundamente y su única alternativa fue no quedarse quieta, se movió como poseída y saltó de un lado para el otro para no darle la ventaja al trío de ganar. Finalmente, ambos omegas impulsados por la orden de la loba alfa tuvieron que golpear al mismo tiempo el abdomen de la yegua en cuanto esta bajó su guardia al intentar mantenerla y pararse sobre sus patas traseras mientras era distraída gracias al alfa. El impacto fue brutal, acabó cayendo sobre su propio dorso causándole un gran dolor a sus huesos y por ende regresó a su forma humana. Los lobos no tuvieron piedad con ella, mientras uno cerraba su mandíbula sobre su brazo el otro mordió su pierna para dejarla inmovilizada. Su grito de dolor fue desgarrador. 
  - Para que no escapes. - habló el alfa al transformarse. - No nos costó mucho seguirte el paso, aunque admito que tu truco para despistarnos el rastro dio frutos al principio. Pero ya no. 
Con una capa sobre los hombros cubriendo la desnudez de todo su cuerpo avanzó despacio hacia la pelirroja que no podía hacer otra cosa que respirar con dificultad mientras sus heridas ardían y la sangre que le escurría por la nariz y la boca seguía impregnada en su piel. 
  - No tienes que hacerte la fuerte, sé que te duele. - sonrió con cinismo. 
  - No te confíes, el más fuerte no siempre es el más grande que lo destruye todo con los dientes. - dijo con la voz cansada y escupiendo un poco de sangre. 
  - ¿Segura? Nosotros somos tres, tú solo una. Estás sola. - mantuvo la sonrisa, se arrodilló a su altura. - Pudiste haberte quedado con ella, lo tenías todo, tuviste que escuchar la voz de la moral, ¿no? Es una pena, solo mírate. 
  - Cállate, tú no sabes nada.
  - Tus pecas están manchadas, eso solo me hace pensar en lo triste y patético de tu situación.
  - Por favor, no necesito tu compasión, es lo último que necesito. 
  - ¿Sabes? Ya es tarde, debemos irnos, princesa.
  - No te ganaste el derecho a llamarme así. - su pecho se hinchó con orgullo. - ¿Quieres saber una cosa? Para mí las cosas no terminan aquí.
  - ¿Así? - preguntó burlona. - ¿Por qué lo dices? 
Andrómeda no respondió, se llevó el silbato de bronce, que llevaba atado a la muñeca, a los labios y de un rápido movimiento sopló tan fuerte como pudo. La mujer frente a ella se rió, no se molestó en disimular.
  - Otra vez soplas esa vieja carcacha. Ya lo hiciste, ni siquiera sirve, yo no escucho nada. 
  - Todos ustedes van a pagar.
  - Como si no escuchara eso. - se puso de pie. - Dejenla, es mía. 
La pelirroja gimió de dolor y empezó a temblar en cuanto sus extremidades se vieron liberadas, ambos lobos no le quitaron los ojos de encima mientras la rondaban. 
  - Ahora, atrás. Esta pequeña traidora vendrá conmigo, quiera o no. - ordenó.
  - Quiero ver que lo intentes. 
  - Sabes que estás muy lastimada como para volver a transformarte, ya no puedes hacer nada. 
  - Akira, no me subestimes. 
  - En realidad… te sobre estime tanto que ya no puedo dejar de sentirme decepcionada cada vez que pienso en ti, así que imaginate el caso de Kasumi. 
  - Verás… ustedes tampoco pueden exigirle demasiado a sus cuerpos, el límite de metamorfosis se está volviendo estricto cada vez y ustedes lo saben. - retrocedió al ver como Akira avanzaba. - Pero nunca escuchan, de verdad no quieren. 
  - En lo que a mí respecta, no pienso tener hijos, realmente la existencia de mi clan a futuro no depende de mí realmente, así que no me preocupa si en las futuras generaciones ya no hay lobos grises. 
  - Pero eres el alfa.
  - Sí, lo soy. Soy el alfa de este pequeño grupo de marginados, querida. Y esta manada no es más que un triste conjunto de otros fracasados sin un lugar donde caerse muertos. Vamos; lobos grises, coyotes, dingos, chacales, perros, incluso zorros. ¿Qué tenemos en común? Seremos caninos pero jamás familia… así que realmente no importa, los propósitos de Kasumi contigo no me importan y a ellos tampoco.
  - Pobres infelices. - sonrió dolorida.
Aunque no quería demostrarlo el dolor la estaba matando. 
Solo están por el dinero.
  - Exacto. - su sonrisa terminó por ancharse. 
  - Bastardos. 
  - Me gusta más el término de mercenario o… sicario. Es un amén para mí, y un final definitivo para ti…
Mostró sus afilados dientes mientras arqueaba su espalda dispuesta a atacar nuevamente, esta vez planeaba dar el golpe final, sus manos y pies estaban a nada de transformarse en patas, se estaba preparando para enterrar sus dientes en su cuello, quería arrancarle la cabeza.
Andrómeda dejó caer su cabeza hacia atrás con resignación, con la mitad de su cuerpo lesionado y sin posibilidad de volver a transformarse esa batalla ya la tenía perdida. Los malos ganaron. 
Akira se preparó para atacar, sus colmillos ya se habían desarrollado de un minuto a otro y su mandíbula empezaba a tomar la forma alargada de un hocico canino cuando algo la interrumpió. 
Percibió un segundo olor que no era suyo ni de sus compañeros y mucho menos de Andrómeda, seguido de pasos veloces como de una chita, percibió esa presencia demasiado tarde. El ruido de los arbustos siendo sacudidos con violencia la distrajeron y no advirtió el cuerpo que saltó entre ella y Andrómeda, y se interpuso entre ambas con un palo alargado en la mano. Por un momento permaneció desconcertada ante lo que vio, luego un fuerte golpe a su hocico acabó por hacerla retroceder. Gruñó de dolor y los lobos omega gruñieron fuertemente. 
  - ¡No te acerques a ella! - gritó la chica en posición de pelea sin soltar el palo y con la respiración completamente agitada. 
El calor de sus venas y las palpitaciones de su cuerpo no fueron un secreto para los depredadores, dos de ellos aún en su forma animal y el alfa sangrando por la boca. 
  - Electra… - dijo Andrómeda al verla, pensó que no vendría. 
  - Interesante. - dijo Akira.
Se llevó la mano a su labio partido, acarició la gota de sangre entre las yemas de sus dedos. Se relamió la herida sin inmutarse. 
  - No sé quién eres, pero haces de esta reunión un poco más entretenida. - se cruzó de brazos. - ¿Qué eres de ella?
  - Su amiga. - respondió sin titubear. - Y si no se van les juro que este palo se los voy a meter por donde no les llega la luz del sol. 
  - Qué corajuda. - no se sorprendió. 
  - Electra… - se despabiló Andrómeda. - ¡Electra ten cuidado! ¡Ellos son peligrosos! 
  - Ella tiene razón, deberías escucharla. - ladeó su cabeza Akira. 
  - ¡Transfórmate Electra! ¡Sin importar que seas solo transformate! - gritó desesperada.
  - Ese es mi problema. - dijo entre dientes. - Me estoy hartando de escuchar eso. 
  - Fuiste muy atrevida al enfrentarte a mí sin presentarte y con solo un palo de arma. 
  - ¿Fue demasiado para ti?
Los lobos gruñeron, estuvieron a punto de atacar. 
  - Bien, solo eres un estorbo para mí, pero podemos hacerlo interesante. Somos tres y tú solo una con un palo para defenderte a ti y a tu "amiga". No puedes pelear y estar pendiente de ella al mismo tiempo.
  - Tienes razón, por eso propongo un enfrentamiento, ya sabes, a la antigua.
  - ¿Uh?
  - Solo tú y yo, si ganas me matas, si yo gano… pues ya veremos.
Akira sonrió. 
  - Como tú quieras. - desató el nudo de su capa y la dejó caer al suelo.
Los rugidos dentro de su pecho volvieron a escucharse de forma más monstruosa y salvaje que antes. No tardó en suceder el cambio de la metamorfosis animal. 
  - Por favor, Electra, por lo que más quieras… ¡Protégete, no te quedes ahí! ¡Conviértete ya! - gritó Andrómeda. 
  - ¡Aún no! 
Mientras Akira se transformaba, de un rápido movimiento se despojó de su chamarra y sin soltar el palo la tomó de los extremos, parecía que ondeaba una bandera. Grande fue el desconcierto y la furia de Akira cuando arrojó la chaqueta hacia su cabeza impidiéndole ver a media carrera. Se sacudió violentamente, y lo hizo con más ganas cuando sintió los brazos de la chica sobre ella. 
Gruñó y se sacudió, pero esa joven no la soltaba. Montada sobre su lomo para aplastarla con su peso aprovechó la ventaja de tener sus piernas alrededor y ató ambas mangas de la chamarra detrás de su cuello. El nudo desprolijo por las sacudidas consiguió darle forma a la bolsa improvisada que Electra inventó.
La esencia impregnada en la tela aturdió el olfato del alfa. Los omegas no tardaron en mostrarles los dientes a Electra.
  - ¿Quién sigue? - les gritó.
  - ¡Mocosa de porqueria! - gritó el macho del grupo abalanzándose sobre ella.
Electra lo esquivó a duras penas, sacó el cuchillo de su funda con rapidez.
  - Pensaron que no me iba a dar cuenta. - dijo. - Me matarían aún cuando ganara. 
  - Nadie le gana al alfa. - gritó la loba gris, otra omega.  
  - Demuestramelo. - le enseñó el cuchillo.
La pelea comenzó. 

El despertar del alfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora