Estaba cortando las flores que veía a orillas del sendero, las manzanillas de pequeños pétalos blancos le gustaban por su característico olor. No podía contenerse, era imposible no querer cortarlas, en especial cuando no solo eran para ella.
Miró nerviosa como el chico de la coleta azabache seguía su camino sin siquiera esperarla, no era su culpa que hubiera nacido con las piernas más cortas que él, intentó alcanzarlo antes de que se fuera sin ella. Apretó los tallos de las flores en una mano mientras con la otra sujetaba el largo de su falda, no quería tropezar.
- ¡Elián, Elián esperame! - lo llamó.
Pero él jamás volteó a verla.
- Hermano, hermano, no te vayas sin mí. - cuando consiguió alcanzarlo con las mejillas coloradas por el abrasador sol de verano su mano buscó instintivamente su brazo para aferrarse a él. - Hermano…
La frialdad del chico la dejó muda. La mirada gélida que le dedicó mientras se soltaba de su tacto como si fuera veneno fue lo más chocante, por no decir hiriente.
- No me llames así. - protestó. - Y ya deja de atrasarme.
- Pero…
- No tengo tiempo para tus estupideces, no vuelvas a dirigirme la palabra a menos que sea importante, Narumi.
- Pero… es que… - inmediatamente se puso nerviosa, no le gustaba cuando él se portaba tan frío con ella.
- No quiero que me digas así, yo no soy tu hermano. Ahora camina o llegaremos tarde por tu culpa. - volvió a darle la espalda mientras los ojos de ella comenzaron a humedecerse.
Creyó que el chico se transformaría para alejarse de ella en cuatro patas a sabiendas de que jamás podría alcanzarlo con sus piernas humanas. De verdad esperaba que fuera tan insensible para abandonarla de esa forma, pero hubo un débil rayo de esperanza cuando solo le dio la espalda aún en su forma humana. Los pétalos de flores entre sus manos se mojaron con las gotas salobres, apenas era una criatura y no sabía controlar sus emociones a diferencia de Elián. Solo quería jugar con él, pero jamás aceptó su compañía, sus reacciones siempre se limitaron a la frialdad o al desagrado. Y sin saber porqué lo soportaba porque no tenía a nadie más, Elián era su única familia aún cuando sólo podía haber una pared entre ambos.
La huérfana de ojos color miel se limpió la cara con la manga de su vestido, terminó por seguirle el paso al chico menos animada que antes mientras las flores permanecieron olvidadas en su bolsillo. El recorrido hacia el campo de entrenamiento fue en silencio, al llegar inmediatamente se alejó de Elián para sentarse a los pies de un árbol mientras los amigos de él empezaban a socializar en cuanto lo vieron. Fue inevitable no sentirse un cero a la izquierda, seguía sin poder apartar el sentimiento de soledad cada vez que otro día pasaba. Hizo oídos sordos a los gritos y exclamaciones del equipo que empezó a calentar en medio del campo abierto, le arrancó los pétalos a la manzanilla mientras susurraba.
- ¿Me quiere o no me quiere?
Cuando vio que la respuesta de la primera flor fue decepcionante continuó con la otra, no paró de dejar peladas a las pocas flores que descansaban en su regazo, pero no importaba que tanto lo deseara al final acababa insatisfecha.
- Tal vez algún día me quiera. - pensó en voz alta mientras arrancaba el anteúltimo pétalo con delicadeza a sabiendas de cuál sería el resultado.
Una mano interrumpió su momento depresivo. Miró a las otras chicas que habían venido a apoyar a los chicos, incluso a algunas amigas suyas. No pudo evitar sentirse fuera de lugar en cuanto la rodearon como si fuera la presa del día, todos con su manada y ella completamente sola.
- ¿Qué haces? ¿Decidiendo a qué chico besar? - preguntó Joana que había estrujado el último pétalo por ella.
- No me gusta nadie, ninguno es mi tipo. - respondió de forma pausada.
- Te diré cual es mi tipo. - le tocó el hombro. - De cabello negro, alto y atlético… como tu hermano.
- ¿Y?
- Vamos, Narumi. - varias chicas se sentaron a su lado como si fueran sus amigas, aunque sabía que no era así. - ¿Por qué tan sola?
- Vine a pensar, pero no puedo con ustedes aquí. Perdón, pero quiero estar sola. - se levantó con intención de partir.
- Espera, aún no hemos terminado. - otra vez la tomó del brazo.
- ¿Qué quieres? - le preguntó cortante.
- ¿Por qué tan seria, paria?
- No me digas así. - se apartó de su tacto.
- No me digas que vas a llorar. - dijeron a sus espaldas.
- ¿Qué escondes debajo de la falda? - se rieron de ella cuando levantaron el pliegue de su vestido hasta sus pálidos muslos.
- ¡Déjame! - se giró con el pulso a mil, comenzaba a sentir que el aire le faltaba.
- Oh, no. Va a llorar. - empezaron a cuchichear frente a ella.
Narumi se quedó estática sin saber qué hacer mientras apretaba sus puños con fuerza. Como desearía poder transformarse en lo que pudiera para dejar de ser un fenómeno para ellas.
- Creo que quiere volver a intentarlo. - volvieron a reírse en su cara.
- ¿Qué pasa, paria? No te sientas mal. - Joana jugó con un mechón de su cabello.
No lo soportó y solo reaccionó a pesar de las consecuencias. La empujó tan fuerte que se golpeó la cara con el tronco del árbol. Un silencio sepulcral acabó con todo en cuestión de segundos, se asustó al ver sangre en la boca de la chica, pero no se arrepintió. No volvería a disculparse por algo justo según su perspectiva.
- ¡Mira lo que hiciste! - la empujaron por detrás.
- Se lo voy a decir a mi mamá, ya verás. - amenazó mientras se limpiaba la sangre.
Una sonrisa cínica apareció en sus labios sin darse cuenta.
- ¿Y qué va a hacer? ¿Acusarme con la mía? Si no tengo, estúpida. - volvió a empujarla, pero sin la misma fuerza que antes.
Esta vez la chica cayó sentada con dos de sus amigas sujetando su brazo por la impresión.
- ¡Esto no se queda así! - volteó ante el aviso de otra chica.
No pudo hacer mucho en su defensa cuando la vio transformarse en su tótem animal, atinó únicamente a protegerse la cara con los brazos mientras el cuerpo de la niña convertida en jaguar chocaba con el suyo quedando atrapada entre la tierra y las filosas garras de esa cachorra enfurecida. Soportó el ardor de las cortadas y el de su cuerpo siendo inservible para ellos.
- ¡Maya, basta! - gritaron las otras chicas.
- ¡No se le puede atacar a una ordinaria! ¡Va contra las reglas!
Entre todas intentaron alejar al felino del frágil cuerpo de Narumi, pero era en vano, la chica gato estaba determinada a acabar con ella.
- No soy una ordinaria. - vocífero Narumi enojada.
Pateó el estómago del felino con la fuerza suficiente para dejarlo en desventaja.
- Puedo transformarme cuando yo quiera. - aprovechó la situación para pararse antes de que volviera a ser el blanco de su rival.
- ¿Entonces por qué no lo haces en vez de sacar los puños? - le preguntó Joana escondida detrás de sus otras amigas. - Ibas a hacer eso, ¿no? ¿Ves que eres predecible?
Apretó sus puños hasta que le dolió, no sabía qué más hacer mientras los rasguños en sus brazos palpitaban con intensidad.
- Paria de porquería. - vocífero Maya volviendo a ser una chica.
Narumi la vio agazapada en el suelo, las demás la rodearon para cubrir su desnudez de la vista de cualquiera, en especial de ella. Vio los trozos de su ropa rasgada en la tierra con detenimiento, estaba pensando en una respuesta para cerrarles la boca de una vez cuando la exclamación grupal de los muchachos del campo acabó con la tensión en el aire, Narumi volteó en dirección a los gruñidos y rugidos de dos chicos transformados. No tardó en correr hacia ellos al reconocer al felino de pelaje negro, su impresión no tuvo lugar al verlo mostrar los dientes y clavarlos en el cuello del joven lobo junto a él. Si no paraban iban a quedar muy malheridos y lo sabía a la perfección.
- ¡Elián, Elián ya basta! - le gritó con ganas para ser escuchada. - ¡Elián, déjalo!
Se llevó las manos a la cabeza con desesperación, empezó a llorar sin darse cuenta, ambos se estaban lastimando de manera grotesca, su hermano ya había perdido pelaje y ahora sangre mientras el lobo estaba cojeando en una pata sin dejar de mostrarle los colmillos. El pelaje de ambos estaba erizado, esto podía terminar muy mal.
- Por favor, no vale la pena. - susurró con la cabeza gacha.
Cerró los ojos a la espera de que la pesadilla acabará cuando el silencio grupal seguido de las exclamaciones de sus demás compañeros la obligaron a ver que estaba sucediendo. Se sintió una tonta con las lágrimas aún escurriendo de sus ojos mientras los chicos habían vuelto a transformarse, los dos cubiertos de sudor, tierra y sangre por la pelea.
- Elián. - lo miró extrañamente aliviada a pesar de la fea cortada en su mejilla y de las demás cortadas en cada rincón de su piel desnuda.
- ¡A ver! ¿Qué es esto? - se hizo presente el tutor a cargo del grupo. - ¿Pero quién empezó?
- ¡Fue Elián, él me atacó primero y de la nada! - se quejó el chico con la mano lastimada por el zarpazo que le dio Elián siendo una pantera.
- ¡No mientas, Eiji! - le gritaron. - ¡Yo vi que Elián se estaba defendiendo, fuiste tú quien empezó!
- ¡Eso no es verdad, yo también vi lo que pasó! - arremetió otro compañero en contra del segundo.
Narumi había aprendido a hacer oídos sordos ante el bullicio colectivo, solo tenía ojos para Elián. Lo vio tan callado y serio, aún con la respiración agitada y la sangre escurriendo de sus heridas. Cuántas ganas tenía de abrazarlo, no le importaban los demás, por ella todos se podían ir al carajo.
- ¡Bueno, ya fue suficiente! - gritó el tutor de turno. - Ambos van a tener que presentar su versión de los hechos frente al jefe después de vestirse. No es posible que en plena clase hayan decidido probar su fuerza bruta, par de mocosos insolentes.
- Amigo, déjame ayudarte. - le tendió una mano un compañero de Elián.
- Solo mira como te dejaron. - quiso ayudar un segundo.
- Lo bueno es que tú ganaste, te felicito. - dijo un tercero.
Las piernas de Narumi reaccionaron después de haber obligado a su cerebro y corazón a coordinar al mismo tiempo sus movimientos, caminó hacia Elián con la buena intención de limpiar sus heridas, su mano estaba aferrando el pañuelo en su bolsillo, estaba tan cerca de tocarlo. Quería estar cerca suyo.
- Elián, ¿estás bien? - le preguntó.
- ¿Qué haces aquí, Narumi? - preguntó entre dientes.
- Yo…
- No necesito que vengas a estorbar, apártate, déjame en paz.
- Pero solo quería ayudarte. - otra vez estaba ese sentimiento, esa horrible presión en el pecho, la garganta y en la cabeza.
Como un nudo que no cesaba de ajustarse hasta cortarle la respiración para siempre.
- ¿No ves que estoy así por tu culpa? ¡No vengas a molestarme y lárgate! No te quiero cerca. - la rechazó con la frialdad que ella solo podría esperar de él.
Bajó su mano, ya no podía ni debería tocarlo. Ya no pudo contener las lágrimas, y mucho menos los sollozos, simplemente dio la media vuelta y corrió lejos del grupo para que nadie pudiera verla llorar aunque era evidente que se había mostrado vulnerable tal cual era.
No entendía, sencillamente desconoce el motivo de todos y todas a menospreciarla. Deseaba morir.
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El despertar del alfa
SciencefictionCuando ser diferente desde la concepción se volvió una maldición difícil de erradicar todo parecía perdido y destinado irremediablemente al fracaso. Pero cuando la diferencia se convierte en amenaza externa y una virtud unipersonal absolutamente tod...