Mantenía los ojos cerrados, su espalda estaba completamente apoyada en la pared del vestidor. Llevaba cuarenta minutos en aquella posición, pero simplemente no podía dormirse, no con el sabor de la victoria en la boca. Todo, absolutamente todo parecía irreal.
Escuchó la puerta abrirse de forma ruidosa, parecía más el lamento de un alma en pena. Miró mal al desgraciado que interrumpió su momento de paz, pero rápidamente su expresión cambió al ver a Andrea acercarse hasta ella con algo entre manos. Se esforzó por ver mejor con su único ojo disponible, se trataba de un ramo de flores.
- Profesor… - se paró como puro de la banca.
Cada músculo palpitó de forma dolorosa, pero ella lo ignoró todo por él.
- Cuando te vi entrar a los vestidores y después no volviste a salir, me preocupé. - le sonrió. - Al final, siempre supe que serías alguien fuerte.
- ¿Me vio pelear? - jugó con sus manos sin darse cuenta.
- Vi cada momento. - acercó su mano, pero vaciló. - Peleaste con una fiereza y determinación que yo…
- ¿Sí?
- Estuviste espectacular, lo hiciste bien. - acarició su cabeza.
Ya era costumbre aquello, era su momento favorito del día.
- Aunque parece que hay técnicas y golpes de los cuales jamás me habló. - mencionó.
- Ya hablaremos de eso más adelante. - se puso serio.
Narumi desvió su mirada, pensó que había dicho algo incorrecto y él lo notó.
- Narumi, te pediría que abandones la competencia. Tu cuerpo no está en posición de pelear, tú tampoco, solo mira como estás…
- ¿Qué? - exclamó.
- Pero has sacrificado tanto para llegar hasta aquí. - continuó. - No puedo pedirte tal cosa.
- Ah. - suspiró aliviada.
- Por eso te traje algo.
- ¿Qué es?
Del bolsillo de su abrigo extrajo un pequeño frasco con un ungüento en su interior.
- Es medicinal, te ayudará a desinflamar los músculos. - le dijo.
- Ah… gracias.
- Siéntate, yo te ayudo.
- Está bien, yo puedo sola.
- No te estoy preguntando. - le dio el ramo de rosas amarillas.
- ¿Es para mí? - le hizo caso y se sentó mientras olfateaba el aroma de las flores.
- ¿Y para quién más?
- Muchas gracias, profesor. - murmuró.
Nunca jamás en su vida había recibido flores, y aunque la mitad de su cuerpo pareciera querer colapsar, ese hermoso gesto bastó para darle diez años más de vida y hacerla cinco veces más fuerte de lo que ya era. Se enamoró sin querer de él, y que fuera tan atento como para calentar sus manos antes de pasarle la pomada por las piernas la confundió aún más. Miró embobada las flores mientras él masajeaba suavemente su muñeca para después vendarla nuevamente.
- Con eso bastará. - dijo.
- Gracias… de verdad. Gracias por preocuparse por mí, jamás le di las gracias por eso. - dijo ligeramente sonrojada.
- Ay, Narumi. - acarició su cabeza. - No es nada, eres mi estudiante.
Se paró dejando ver nuevamente ante ella lo alto que era, posó sus manos sobre sus hombros. Sin quererlo Narumi se tensó. Contuvo el aire cuando él se inclinó y le susurró un secreto al oído.
- Si me lo preguntan de entre todos los alumnos que entrene, tú eres mi favorita, Narumi.
El corazón de la chica sencillamente se estremeció de forma deliciosa, el sentimiento era nuevo y en cierto modo devastador.
Cuando Andrea posó sus labios de forma paternal en su frente las mejillas de Narumi se calentaron, por dentro ella era un fuego ardiente y vivo, muy vivo.
- Hice bien en enseñarte, no me arrepiento de eso. - dijo con su mano aún sobre su hombro.
Siempre creyó en ella. Narumi se levantó decidida queriendo abrazarlo, pero no llegó muy lejos cuando él la detuvo con ambas manos sobre sus hombros.
- Más vale que estés lista, la segunda etapa del torneo pronto va a comenzar.
- ¿Eh? - dijo.
- Confrontación con un arma blanca, suerte. - le acarició la cabeza.
Permaneció callada, apenas se recuperaba.* * *
Caminar ya no le dolía, aunque apostaba que subir y bajar escalones la mataría definitivamente. Avanzó menos nerviosa que antes hacia el nuevo escenario, esta vez las nubes grises del cielo la recibieron mientras ponía un pie dentro del nuevo cuadrilátero que se le presentaba, una cancha de techo abierto, miró embobada el lugar mientras se acercaba al resto de su equipo. El viento sopló de manera fría, pronto iba a llover.
Miró con la ceja alzada el palco del Gran Patriarca con su toldo, le pareció ridículamente estúpido.
- Gente privilegiada. - suspiró.
- Eres Narumi, ¿no? - le preguntó el chico que estaba a su lado. - Peleaste hace un rato, lo hiciste muy bien.
- Gracias. - le sonrió por cortesía.
- ¿Pensaste que ganarías?
- En realidad… no pensaba en nada.
- Pero si querías ganar, ¿o no?
- ¿Quién no quisiera ganar? - le sonrió nerviosa.
- Espero que tu desempeño en esta etapa sea igual o mejor que la pelea anterior, siento que puedes hacer que este equipo gane. - le sonrió. - Es obvio que eres rara, pero te juzgamos demasiado rápido.
Sonrió sin darse cuenta, no era la primera vez que la llamaban alguien inusual, pero extrañamente se sintió bien con eso. Las palabras de ese chico no la lastimaron, todo lo contrario, la alentaron.
- Gracias, yo también los juzgué demasiado rápido.
Después de eso prestaron atención a las palabras del nuevo coordinador de turno, les pidió a los competidores que permanecieron en la banca se acercaran, ya era su turno.
- Bueno, deseame suerte. - le guiñó el ojo el chico.
- ¿Cómo te llamas? - le preguntó rápidamente.
- Yasu.
- Lo harás bien, Yasu. - le sonrió a pesar de que apenas intercambiaron palabras.
Él le devolvió la sonrisa, escuchó con atención al igual que todos los presentes las reglas de la pelea. Cada participante tenía derecho a elegir un mínimo de tres armas de las cuales les eran permitidas, si ambos pies de alguno de los participantes estaban fuera del área de combate se le asignaba de inmediato una penalidad, no estaba permitido el combate cuerpo a cuerpo ni el uso de armas de fuego, incluso si se perdía el arma blanca en medio de la pelea tenía derecho a recuperarla pero sin interrumpir los ataques del opositor, es decir, no pierdas tu arma por nada del mundo o será difícil, por no decir imposible recuperarla mientras evitas puñaladas certeras y dolorosas.
Narumi trago grueso, mantuvo sus manos fuertemente unidas como si estuviera rezando. Le prestó más atención a Yasu que al resto, estaba de espaldas a ella por lo tanto él no podía verla, y aún así le deseó la mejor de las suertes.
La pelea comenzó, y desde ese momento todo se descontroló.
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El despertar del alfa
Science FictionCuando ser diferente desde la concepción se volvió una maldición difícil de erradicar todo parecía perdido y destinado irremediablemente al fracaso. Pero cuando la diferencia se convierte en amenaza externa y una virtud unipersonal absolutamente tod...