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Llueve a cántaros, los árboles reverdecen ante mis ojos

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Llueve a cántaros, los árboles reverdecen ante mis ojos. Te quiero. Casi me asusta la intensidad de esta felicidad.

vladimir nabokov.

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SE HIZO EL silencio.

Alice llegó a preguntarse si había sido excesivamente directa al osar hacer tal declaración, o si por otra parte había esperado demasiado tiempo para decirlo, e incluso pensó en si sus amigos sentían que había falta de credibilidad en sus palabras ante la evidente vacilación con la que las había pronunciado.

—¿Quéee? 

La voz de la chica pelirroja se abrió paso por aquel ligero silencio. Se bajó en seguida de los hombros de Matsukawa y estuvo a punto de hacerle caer.

—¿Pero eso desde cuándo?

El tono que había empleado implicaba desconcierto y, para Alice, también una pizca de entusiasmo.

—Hace... un mes, algo así —le respondió ella.

—¡Un mes, qué dices! —Kaori agitó las manos y se dio la vuelta para mirar a todos los demás. Sus rizos pelirrojos estaban mojados y habían perdido cierto volumen—. ¿Y yo por qué soy la única que no se esperaba esto? 

—Porque no te das cuenta nunca de nada —contestó Hanamaki, confirmándole a Alice que ellos tres sí habían estado al corriente de algo, o que por lo menos se habían dado cuenta de que las cosas habían cambiado.

Y, cuando ellos le sonrieron, acabó de entender que lo habían sabido desde el principio, podría ser que incluso antes de que Oikawa y ella lo hablaran. Pero además pensó en que si ellos se habían percatado de que su relación iba más allá que una simple amistad, ¿eso significaba que tanto ella como Oikawa se habían comportado de forma muy obvia frente a los demás?

—Qué graciosillo eres, Makki. —No había nada de amargura en las palabras de Kaori. Se acercó a su amiga para darle un abrazo, lo que hizo que Alice soltara la mano de Oikawa para devolvérselo—. ¡Estoy muy contenta por ti! Y tú —señaló a Tooru con el dedo, desprendiéndose de ella—, más te vale tratarla bien.

Las montañas que se alzaban a lo lejos rompían con la monotonía del inmenso océano. El mar estaba tranquilo, y el infinito cielo azul dejaba al sol resplandecer sin ser interrumpido por las nubes.

—La trato como una princesa.

Al terminar aquella frase, uno de los brazos de Oikawa rodeó la cintura de Alice. Se le erizó la piel de los brazos. Hasta que no transcurrió una hora, ella no consiguió decir nada más.

—¿Puedo preguntarte algo, Iwaizumi?

Él asintió. Alice abrazó sus rodillas contra su pecho. La arena estaba fresca bajo sus pies descalzos. Había permanecido junto a él mientras los demás estaban, según las palabras de Kaori, intentando "enterrar a Hanamaki en la arena" por haber perdido un desafío.

El silencio entre nosotros || Tooru OikawaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora