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A L I C E

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A L I C E

Tu peor pecado es que te has destruido y traicionado para nada.

fiódor dostoyevski

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A VECES ME sentía como si me ahogara, como si hubiera una presión constante, un peso aplastante. Pero al mismo tiempo era como si estuviera cayendo y perdiendo el control sobre mi propia mente. La sensación de no ser nunca suficiente me acorralaba todavía, y el miedo a que nadie quiera estar cerca de mí porque me era difícil sonreír y reír seguía presente.

Estaba atascada con este molesto recordatorio constante de que no era suficiente y probablemente nunca lo sería. Antes era como el agua tranquila de un lago. Pero luego alguien lanzó una piedra dentro, y el agua se revolvió y se agitó. Yo me convertí en eso. Y aunque al cabo de un rato volvió a estar quieta y en calma, la piedra seguía estando allí.

Miré el reloj colgado en la pared. Indicaba las diez pasadas. No era como si alguien me estuviera esperando en casa, pero los veinte minutos de autobús no me los iba a quitar nadie, y no quería abusar de la hospitalidad de Tooru. Después de todo, apenas nos conocíamos. 

Sus amigos estaban a punto de marcharse. Me habían dado las gracias por haberles ayudado con los deberes, cosa que me hizo feliz. Por fin me sentía útil al hacer algo, y eso se sintió realmente bien. Mientras Tooru estaba despidiéndose de ellos en el pórtico, aproveché para mirar a qué hora iba a pasar el autobús. 

Cuando se reunió conmigo, parecía que tenía un aspecto fatigado. Quizás la química había sido demasiado intensa para él, a saber. 

—Creo que me iré dentro de poco. Se está haciendo demasiado tarde y he de volver a casa —le dije.

—¿Y la cena?

Había olvidado la cena por completo. Con todo lo que me había pasado esa tarde, comer fue la última cosa que se me pasó por la cabeza. Ahora que lo decía, la sensación de hambre estaba volviendo, y era más intensa que antes. 

—Me sabe mal... Ya me has hecho muchos favores.

Él permaneció en el umbral de la puerta mirándome. No estaba sonriendo pero tampoco ponía mala cara. Me era difícil de interpretar sus emociones. Había intentado ser honesta con él y no andarme con rodeos.

—¿Por qué te escondes?

Su pregunta me tomó completamente por sorpresa. El cambio en el tono de su voz había sido tan repentino que me hizo cuestionar mi actitud.

—¿Esconderme? —balbuceé.

—Tu mirada. He notado que no sueles mirar mucho a los ojos a los demás. 

El silencio entre nosotros || Tooru OikawaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora