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Justina se mete a la ducha aun sintiendo como le temblaban las piernas. La mañana del domingo había pasado lenta, Enzo había llevado mate a la cama para que desayunen, por primera vez en todo el fin de semana el sol parecía asomar, pero ninguno de los dos quería despegarse de las sábanas, en cambio se quedaron ahí enroscados el uno con el otro. Tomaron mate, se rieron, charlaron, cogieron, vieron la tele, y cogieron otra vez. Ahora eran casi las dos de la tarde, antes de abandonar la cama Enzo había querido arrancar otra vez, pero ella estaba demasiado sensible.

-Daaale, despacito. –le pide. El mayor estaba sin ropa, de costado, acariciándole la cara con una mano, con la otra dejándose caer sobre su cintura.

-No seas pesado, ya me duele todo. –le dijo despacito, con una sonrisa, todavía estaba un poco agitada de la vez anterior.

-¿Me fui a la mierda? –pregunta, trazando con los dedos los chupones que marcaban el cuello de la morocha, siguió recorriendo y le acarició también los del pecho, y aunque no los pudiese ver, Enzo pasó la mano por el culo de Justina, donde también se había encargado de dejar alguna marca. Ella le sonrió más.

-No, me encanta. –se ríe- Mirá, yo también te dejé una. –Le aprieta el punto sobre la clavícula donde había estado mordisqueando la noche anterior.

-¡Ay, boluda! –se cagan de risa-, me duele.

-Que maricóooonnnnn, -lo jode- no aguantas nada.

-Vení para acá, pendeja. –Se le sube arriba haciéndole cosquillas, ella está tentada, intenta sacárselo de encima pero es muy pesado. Las risas se transforman en besos, y él se acerca a ella, levantándole las cejas con una sonrisita.

-Basta, te dije que no.

-Ufaaaa.

Desde la ducha escuchó como se abría la puerta del baño.

-Sopermiii. –dijo el morocho, entrando a la habitación y luego a la ducha. Ella se limpia los ojos para poder verlo, y no pudo evitar morderse el labio.

Enzo era hermoso. Las gotas le caían por el cuerpo, adornando sus músculos y su piel tatuada. Durante el fin de semana lo había conocido mucho más, ya casi se había memorizado los dibujos que le cubrían la piel. Se había vuelto adicta a la manera en la que Enzo la trataba, desde la forma de hablarle hasta como hacían el amor.

La noche anterior se habían tomado dos botellas de vino mientras charlaban, Enzo cocinó pollo con arroz y lo disfrutaron juntos en el sillón del living. El futbolista le habló de todo, y a ella le encantó escucharlo. Le habló de cómo su mamá lo acompañaba a tomarse el micro para ir a entrenar a River cuando era chico, y de todo el sacrificio que había hecho para que las cosas se le den en su carrera, le contó más en profundidad, como se había sentido con el nacimiento de su hija, y la actualizó en el tema de Valentina. Se sintió mal por todo el lío que le había causado con respecto a Olivia, pero él la tranquilizó diciéndole que su ex era así, tarde o temprano iba a llegar a esto, y le contó que su abogado finalmente se había podido comunicar con ella, así que las cosas estaban un paso más cerca de resolverse.

Después de toda la charla garcharon en el sillón, y fue distinta a las demás veces. Fue más lenta, y las cachetadas se convirtieron en mimos, no podían dejar de mirarse, menos de chaparse, y cuando terminaron se quedaron en el sillón en silencio, él acostado sobre el pecho de ella, sintiendo muchísima tranquilidad escuchando como sus respiraciones volvían a la normalidad.

Un juego peligroso. | Julián Álvarez, Enzo Fernández.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora