22!

233 13 0
                                    


          La cabeza de Julián parecía una calesita, y lo único más enquilombado que su memoria, era su celular. Desde hacía horas que sonaba pero el futbolista se movía solo lo justo y necesario para hacerlo callar, sin ser capaz de recuperar el movimiento o la conciencia necesaria para silenciarlo. Candela se quejaba del mismo ruido y cada tanto lo sacudía pidiéndole que lo apague. Él se acuerda de todo, pero no quiere hacerse cargo. No la mira, no gira el cuerpo, no responde. Finalmente no logra conciliar el sueño y termina quedándose sobre su costado izquierdo, mirando la mesita de luz. El cordobés siente de repente como el brazo de Candela se posa sobre su cintura, y con sus uñas largas le acaricia con delicadeza los abdominales, trazando los bordes de sus músculos, la sensación es agradable pero se siente extraño. Cierra los ojos imaginándose a Justina; imagina sus dedos siendo los que lo acarician, imagina que es el calor de su cuerpo el que le abraza la espalda, imagina que son sus labios los que le dejan un beso sobre el omóplato.

-Hola, gordo. –Efectivamente, no fue Justina quien habló. Julián se da vuelta y le sonríe, casi que de manera sincera, y sale de la cama.

Candela está nerviosa, ve su ropa desplegada por la habitación y se pregunta cual es la manera más elegante de llegar hasta ella. La rubia no era de ponerse nerviosa, pero nunca había estado con alguien como Julián, ni en cuanto a rango, ni en cuanto a personalidad. Mientras el cordobés le da la espalda ella se rie sintiéndose tonta: había posado desnuda antes sin ningún problema, y ahora no era capaz de moverse, quizás hubiera ayudado que él de un beso o alguna señal de afecto al levantarse, pero no pasó.

El delantero da vueltas buscando sus bóxers y una vez que los encuentra se pone un short de la selección sobre estos. No sabe qué hacer así que se queda parado, prolongando su estadía en la habitación sin una razón real. Recuerda la noche anterior, los flashes de las cámaras y la manera en la que entró torpemente a un auto con Candela atrás, se acuerda de que casi tira la lámpara de su mesita de luz queriendo sacarse la remera, se acuerda del cuerpo de la modelo y recordar que tenía la panza tan marcada que por un momento se le había ocurrido jugar a competir a ver quién podía hacer más abdominales seguidos, pero le pareció una pavada, claramente ella estaba ahí para otra cosa. También se acuerda de los toques accidentales, como pasaron de la cama a la ducha varias veces, porque por más de que ella no estaba haciendo nada mal, el alcohol le había surtido efecto y le costó muchísimo acabar. Candela también se acordaba de eso porque la había hecho sentir un poco insuficiente, quizás contribuía a que se sintiera un poco insegura.

Finalmente, ella junta fuerzas y se para, junta su ropa y se viste de espaldas a él, esperando a que se acerque, le de un beso, le haga un mimo... nada de eso pasa.

-Bueno, me voy yendo. –Candela quisiera quedarse, pero nada en la actitud del futbolista le indica que la vaya a invitar. Él quisiera pedirle que se quede, pero no encuentra una excusa.

-Vamos que te llevo. –Le ofrece, y en un silencio a penas incómodo viajan los dos hasta la estación de tren, para que ella pueda volver a Londres. Se dan un pico en el auto y Julián mira como desaparece entre la gente de la abarrotada entrada de Piccadilly.

...

-¡Centro! –le grita el entrenador, y Enzo engancha la pelota hacia dentro queriendo esquivar al defensor para acatar la orden, aunque tarda un segundo de más y terminan sacándole la pelota. Mira para arriba, gruñendo frustrado, y cuando vuelve a bajar la vista el entrenador lo está mirando con un gesto de advertencia, indicándole un tres con los dedos y luego al banco. Era la tercera vez que el futbolista fallaba en aquel entrenamiento.

Al salir de la ducha, sin dudarlo, llamó a Justina de camino al auto.

-¿Hola? –Atendió, se le notaba la voz de dormida.

Un juego peligroso. | Julián Álvarez, Enzo Fernández.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora