• Día [𝕟𝕠𝕥 𝕗𝕠𝕦𝕟𝕕] - La niña bendecida •

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Sakura fue catalogada como especial desde el día de su nacimiento.

Para las personas de aquél pueblo escondido en la montaña y dedicado a los Kami, el que naciera un bebé tan peculiar, con cabello rosado como los cerezos en flor y con ojos tan verdes como un prado en primavera, fue una bendición dada por los mismos cielos, causando una gran alegría para todos y su familia en particular.

Así fue como fue tratada durante su infancia y prácticamente toda su vida: como el tesoro más preciado de la comunidad. Una enviada del cielo que brillaba con luz propia, de colores vivaces que destacaba completamente entre los rasgos comunes de cabellos y ojos oscuros de las personas.

Sakura fue adorada por todos y, a medida que iba creciendo, el sentimiento solo se intensificó por su personalidad bondadosa, amable, y su alma caritativa. En cualquier momento, sin importar qué, ella siempre tenía una sonrisa en su rostro para aliviar al prójimo, acompañada de su predisposición para ayudar en lo que fuera sin pedir nada a cambio. Ayudaba a su madre en las labores del hogar; contaba historias y jugaba con los niños más pequeños, enseñándoles cosas; pasaba tiempo con los ancianos escuchando sus sabios consejos producto de la experiencia; era una excelente alumna para quienes fueron sus maestros; y, por supuesto, ayudaba en el santuario a cargo de su padre.

Para nadie fue una sorpresa cuando a una temprana edad decidió convertirse en miko para tomar oficialmente su lugar en el santuario. Tampoco lo fue cuando su edad de casamiento llegó, pero ella prefirió continuar con sus responsabilidades hacia los Kami en lugar de casarse y formar una familia propia; su decisión fue vista con buenos ojos por la mayoría de los pueblerinos, incluso por sus padres. Ella era considerada un regalo de los dioses y no concebían el hecho de que su brillo fuera opacado por los actos mundanos.

La vida transcurrió, en gran medida, de forma pacífica y sin ningún problema destacable para Sakura. A pesar del estatus con el que fue etiquetada durante toda su vida, ella nunca tomó partido de éste para obtener algún tipo de privilegio por sobre los demás, más que para hacer sonreír a las personas cuando se emocionaban por su presencia que consideraban etérea, nunca lo utilizó de forma egoísta. Siempre eligió el camino de la armonía y el buen obrar como le fue enseñado por sus padres. Ella estaba a gusto con su vida así, encontrando la felicidad en las cosas más sencillas y cotidianas del día a día, incluso en los momentos que pudieran ser duros.

Poco después de su cumpleaños número dieciocho algo cambió en ella que, sin saberlo, fue el preludio de una tragedia que llegaría para arrasar con todo lo que había construido a su alrededor.

Simplemente un día sus ojos picaron y ardieron de forma extraña, inusual, llegando a su pico de dolor y molestia en el momento que se encontraba barriendo tranquilamente las hojas afuera del santuario. Lo siguiente que supo fue que, al dirigir su mirada a su padre que iba subiendo las escaleras de piedra hacia la capilla, en su pecho había una especie de pequeño orbe verde luminoso, justo donde se situaba el corazón. Sin embargo, éste desapareció tan rápido como un pestañeo antes de que le pudiera dar un pensamiento sólido y solo lo atribuyó al cansancio por las extenuantes tareas a las que se había sometido recientemente por los preparativos para el próximo festival.

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