• Día ▓ - Liberación •

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—Usted... ¿está segura de esto? ¿Realmente funcionará? —La seriedad dominaba la voz de Momo mientras miraba a aquella mujer que portaba vestimentas budistas, una monja.

—Es la única manera. Puedes estar segura de que te daré el mayor apoyo posible, pero todo dependerá de ti —respondió, parada desde el lado exterior del torii.

—Está bien, lo haré —afirmó con convicción después de limpiar una lágrima que logró caer sin permiso; no había tiempo que perder, debía enfocarse en su tarea, luego podría procesar emocionalmente lo que la monja le había contado.

—Yo me encargaré de recitar los sutras para liberar a las almas que están atrapadas aquí —comenzó, explicando parte del plan—. Eso hará que la entidad se debilite, pero la volverá más agresiva. Te daré un tiempo antes de comenzar, pero debes apresurarte. Encuentra el origen del mal, lo que sea que lo una a este mundo, y purifícalo.

Después de un asentimiento, Yaoyorozu comenzó a correr a toda prisa con un destino claro en su mente. Recurriendo a su memoria, recorrió el mismo camino hacia aquél lugar en específico: la cueva de los sacrificios. Ella recordó las palabras de su compañero de clases, Ojiro, en la fatídica noche que los separó, donde mencionó que despertó de repente en esa cueva y que fue allí desde donde la entidad los persiguió.

Momo creía que la cueva debía ser el punto de origen de ese espectro que intentó dañarlos y que ahora la tenía retenida contra su voluntad, tenía que serlo debido a la historia de muerte que llevaba detrás. Todo ese sufrimiento acumulado en un solo sitio, producido por la práctica tan atroz de los antiguos pueblerinos, tenía que estar relacionado.

Apresuró su paso con la firme convicción de cumplir la tarea que le fue encomendada; si lograba tener éxito, no solo sería libre de lo que la mantenía allí y recuperaría su vida normal, sino que también liberaría a Sakura. Pensar en la peli-rosa la llenó de energía para completar esa misión.

Con la respiración agitada, ella se mantuvo en la entrada de la cueva cuando finalmente llegó, agarrando con fuerza el objeto que la monja le había dado para llevar a cabo el ritual que se requería para la purificación de aquél ente. Tomó un par de bocanadas para serenarse e infundirse valor; desde la palma de su mano comenzó a crear una barra luminosa y, cuando la tuvo lista, procedió a adentrarse en las penumbras de aquella caverna sin mirar atrás.

El ambiente frío la rodeó de golpe y el sonido de sus pisadas cautelosas contra la grava es lo único que resonaba en el lugar y en sus oídos. Cada paso la llevaba más y más profundo, el aire ya no era el mismo que al principio lo que le dio una idea de cuánto se había adentrado en la cueva. Ella iluminaba su andar con su fuente de luz, pero lo único que podía ver era un camino largo de paredes y techo rocoso, hasta que finalmente consiguió dar con un lugar diferente.

La tensión se apoderó de ella de un momento a otro ante la expectativa de lo que pudiera encontrarse, sin embargo, la saliva pasó con pesadumbre por su garganta al ver que al final de la cueva solo había una especie de gran habitación irregular, vacía. No había nada allí, nada que le hiciera pensar en un nexo que la entidad utilizara para materializarse en ese plano, solo roca, tierra, polvo y un poco de maleza.

—Tiene que haber algo —dijo para sí misma en voz alta mientras recorría los rincones, iluminando todo a su alcance; el sudor comenzaba a hacerse visible en su frente, así como también un nudo se formaba en su garganta ante una nueva decepción—. No puede terminar así... No...

Una gran sacudida, como si fuera un terremoto de gran magnitud, estremeció todo el lugar con violencia provocando que Momo perdiera el equilibrio y cayera al suelo, cubriéndose la cabeza con los brazos de las piedras que se desprendían del techo. Un rugido ensordecedor retumbó en sus oídos de repente, provocando dolor en sus tímpanos e infundiendo un profundo escalofrío por todo su cuerpo.

[✓] El RyokanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora