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Rooney POV

Creo haberlo dicho repetidas veces, pero me es importante señalarlo, porque no quiero que se me borre de la memoria, aunque dudo que suceda. En fin.
Dos veces vi a mamá consumida por la tristeza, sin contar la enfermedad, dos veces fueron las que no se le oyó dando vueltas por la casa, y en cambio había un silencio que condenaba a todos sus cercanos.
Ella era una mujer bien desvergonzada, en el buen sentido de la palabra. Las colas de supermercado eran motivo de socialización para ella, ya que terminaba en largas conversaciones y halagos entre las señoras que estaban delante o detrás de ella. También, una vez, nos habíamos ido de vacaciones a Japón, pero el vuelo era tan largo y agotador, que uno de los niños en el avión comenzó a llorar sin reparo; mi madre habló con los padres del bebé y lo colocó en sus brazos para mecerlo hasta que se durmiera, y así fue.
La naturaleza no se salvaba de los encantos de esta mujer, puesto que el jardín frontal de uno de nuestros vecinos estaba casi casi seco, y ella, cuando vio que se iba a su trabajo, aprovechó en podar y regar dicha área. Para cuando el señor llegó, mamá se quedó por mucho tiempo negándole una propina, hasta que el tipo se dio por vencido y no quedó más opción que volver a agradecerle.
Mamá caminaba, y el mismo suelo que pisaba se llenaba de brillo y positivismo. Todo lo contrario a lo reservados y silenciosos que éramos, y somos, papá y yo. Sin embargo, como familia nos complementábamos bastante bien, porque al caer toda esa energía, nosotros teníamos la tarea de acariciar cada duda, cada temor, cada cuadro de ansiedad y le brindábamos profunda calma.

¿Ves esto que tengo conmigo?—aquella conversación la tuvimos semanas antes que la internen, cuando no sabíamos de su enfermedad.

Un cuaderno—le respondí acomodada entre sus piernas.

Claro, pero es uno especial. Se llama diario—lo abrió para mí, en la última página que había escrito.

Diario...—pronuncié despacio—¿Qué es?—ella desprendió una risita.

En el escribirás todo lo que te gustaría contarle a alguien, pero no puedes, porque es muy secreto o porque simplemente quieres quedártelo—asentí admirada de mi nuevo descubrimiento.

¿Yo también?—me miró pensativa.

Me gustaría que no tuvieras que empezarlo ahora, porque tienes a papá a quien le puedes contar absolutamente todo—

—Y a ti—me miró intentando sostener una sonrisa. Ahora entendía bien por qué.

Claro, por eso. Tal vez cuando seas más grande habrán cosas que quieras guardar, pero ahora será mejor comunicarlas, ¿no crees?—asentí segura—De todas formas, no solo puedes escribir secretos, sino que hablar de tu día a día o hacer reflexiones. Ya sabrás tú—

Por ahí empezaré entonces—me puse de pie—Buscaré un cuaderno en-

—Vamos, nos vamos a buscar uno para ti, mi vida—tomé su mano, y con emoción, nos dirigimos a mi tienda favorita, la de manualidades y papelería.

Nunca me detuve hasta el día presente. De hecho, si mamá, que era una persona bastante comunicativa, necesitaba un diario para plasmar ideas, imagínense yo que apenas tenía amigos, y si bien la confianza con papá era grande, habían cosas que deseaba quedármelas. Claramente llegaban puntos en que debía soltar, y él era mi receptor, al igual que Sarah.

—¿Puedo colorear también?—era un jueves por la mañana. La misma semana en que comencé a asistir al set con mi padre—Traje algunos plumones, colores y crayones—Edith se volvía parte de mi rutina.

—Por supuesto que puedes—palmeé el suelo—Te regalaré una hoja—abrí mi diario y me fui hasta el final para arrancar el papel.

—Oh, tienes un diario—respondió con una sonrisita pícara—Entonces iré por otra hoja, para que no arruines nada—se puso de pie con esa energía tan inagotable que poseía.

Lost in illicitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora