I. Mujeres de bien

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Septiembre 1932

Gill

—Gill debes ir con tu madre al centro a comprar un vestido de fiesta —dijo mi padre mientras desayunamos.

Ya sé el camino de su solicitud.

—El sábado es la celebración del aniversario de la compañía —lo mire atenta mientras mi madre tiene sus ojos sobre su plato —es buen momento que te conozcan y conozcas a los hijos de mis socios, tal vez alguno se interese en ti, ya tienes 18 años.

Dejé caer el tenedor brusco sobre mi plato.
—No soy un estúpido florero que vas a exhibir con tus socios, papá —mi madre levanto su cabeza, tratando de decirme con sus ojos que cierre mi boca.

—Deja de decir malas palabras, Giselle, eres una señorita —levantó la voz golpeado la mesa con su mano izquierda.

Mi madre toma mi mano pidiendo que me calme
—Hija, es bueno ir, pueda que encuentres a algún compañero de la escuela y te diviertas, iremos al centro y elegirás el vestido que más te guste ¿está bien? —asentí con la cabeza y tomé de nuevo el tenedor para seguir con mi desayuno.

—Marian, asegúrate que elija un vestido decente nada de escotes ni faldas cortas, es una celebración donde asistirán personas honorables, no acabes con mi paciencia, Gill —me apunta con su dedo índice y en ese instante mi madre aprieta mi mano en forma de insistencia para que no responda nada, así que decidí no refutar el estúpido comentario de mi padre.

—James, no molestes a tu hija —él solo se levantó y nos ignoró, dejando su plato vacío sobre la mesa, por supuesto para que nosotras recojamos y lavemos.

Es martes en la mañana y el sol está radiante, me gusta salir con mi madre al centro del pueblo, siempre comemos helado, su favorito es el de vainilla y a mí me encanta el de chocolate.

Me ha contado como mi padre la llevaba a comer helado a ese mismo lugar antes de casarse, por ella supe que el favorito de mi padre también es el de chocolate.

Ella siempre ha dicho que era un caballero, me contó que también iban a restaurantes y caminaban por el parque frente a la iglesia, es difícil para mí imaginar a mi padre sonriendo o siendo tierno con ella, desde que tengo memoria, no he visto que trate a mi madre con amor, ni siquiera a mí, solo fantaseo con que mi madre me habla de otro hombre que no sea él y para mantener su secreto de amor a salvo dice que es mi padre, solo me burlo de las ideas de mi cabeza.

Me gusta escucharla y ver como sonríe cuando me cuenta sobre su adolescencia, ya que lo hizo solo con 16 años y mi padre tenía 19, nací casi 5 años después de su matrimonio, mi madre se ve aún muy joven y las personas que no nos conocen asumen que somos hermanas, es bastante gracioso; afortunadamente me parezco físicamente a ella, nuestro cabello es castaño y ondulado, a diferencia de mi padre que sus ojos son azules, nuestros ojos son cafés, que en el sol se ven rojizos y nuestra piel es blanca y se alcanza a ver nuestras venas con claridad, cualquier lunar o peca resalta demasiado en nuestro cuerpo, amo verme reflejada en su sonrisa que es igual a la mía.

—Má, me encanta este vestido dorado —hablo desde un estante mientras ella ve un sombrero —¿Me lo puedo probar? —pido y mi madre toma el vestido para mirarlo por detrás

—Gill, tiene la espalda descubierta además no tiene mangas, a tu padre le dará un infarto —dice preocupada.

—Solo me lo mediré ¿ok? —rodé los ojos para ir al vestidor.

Veo mi reflejo en el espejo, sé que jamás podré usar un vestido como este mientras viva en el mismo techo que mi padre, creo que tendré que irme del planeta para poder hacerlo, reí por la idea.

Observe en el espejo mi reflejo y gire para ver mi espalda descubierta, me gusta como se ve, pienso en las estúpidas reglas sociales, como si un escote o el largo de una falda determinara el respeto que mereces, así que solo me lo quite y me puse el vestido que si llevaré, uno blanco con un estampado de flores pequeñas en distintas tonalidades de rojo, de mangas cortas y una falda en corte de A que llega un poco arriba de mis rodillas y un cinturón.

Marian escogió uno igual pero las flores son azules y violetas, insistió en llevar un sombrero, se ve demasiado hermosa.

Regresamos a casa después de una tarde de madre e hija, soy feliz con ella y trato de hacerla feliz de vuelta evitando un poco desafiar las reglas que me parecen tontas y sin sentido.

En la hora de la cena, preparé el puesto de la mesa para mi padre, a veces pienso que de la forma en que se sienta a esperar que lo atendamos en algún momento nos pedirá que le demos la comida a cucharadas como si fuera un bebe, regresé a la cocina por unos vasos que faltan y me empecé a reír de mis pensamientos inoportunos.

Mi padre aprobó los vestidos que compramos con su dinero, pensé que si hubiera comprado el vestido dorado, seguramente lo rompería y lo lanzaría a mi cara, seria gracioso porque todas las telas con que hacen esos vestidos "indecentes" salen de su fábrica, de nuevo mis pensamientos inoportunos hacen que suelte una risa seca en medio del silencio de la cena y que mis padres me miren como si estuviera un poco loca.

Es la noche del viernes, golpean la puerta de mi habitación.
—Princesa, ya debes dormir, mañana es un día largo vendrán las chicas de la peluquería para alistarnos e ir a la fiesta de la fábrica, ¿Qué estas leyendo? —dice entrando y sentándose a un lado de mi cama, cierro el libro y le muestro la portada.

—"El caso de Saint-Fiacre", si ya me voy a dormir, no te preocupes —besa mi frente y me quita el libro de las manos para ponerlo en la mesa de noche.
—Buenas noches má —cierro los ojos y me arropo con la ayuda de mi madre.

—Que descanses, hija —apaga la luz antes de cerrar la puerta.

Todo a mi alrededor era fuego, veía muchas personas correr, pero no identificaba a nadie, no sabía dónde estaba, sentía el calor en mi cuerpo, intentaba levantarme y correr, pero no había ninguna salida, todo a mi alrededor ardía, me empecé a desesperar, sentí que alguien tomo mi mano, no veía su rostro con el humo no podía ver, solo vi su mano sujetar la mía, escuché su voz diciendo" no me sueltes, sígueme no te detengas". No podía responder, no reconocía su voz, cada vez mis pies pesaban más, era difícil dar los siguientes pasos, mis piernas ya no respondieron, sentí que caí de rodillas y desperté.

Quedé sentada en la cama respirando agitada y con la sensación del golpe en mis rodillas, me quede ahí unos minutos viendo a mi alrededor tratando de recordar las cosas que acabo de soñar, me levanté a darme una ducha, me cuestioné que pudo ser lo que me hizo soñar eso, pensé en el libro quizás leer sobre asesinatos antes de dormir no es una buena idea.

No puedo dejar de oír el tono de su voz, era un hombre, su voz era suave y profunda, no conozco a muchos hombres a parte de mi padre y los chicos de la escuela, con los que casi no hablé porque mi padre se encargó de alejar a cualquiera antes de mis 16 años así que no entablé una amistad verdadera con ninguno, por lo tanto no era una voz conocida, no puedo pensar en absolutamente nadie y ni siquiera darle un rostro a ese hombre de mi sueño.

Recuerdo que vestía una camisa blanca que estaba sucia por la ceniza que producía el fuego solo recuerdo un poco su espalda, era alto y recuerdo el recorrido de su brazo hasta la mano que llegaba a la mía sujetándola.

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AMALTEA - Eddie Munson |  [1ra 𝑬𝒅𝒊𝒄𝒊ó𝒏]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora