1.- LIBERTAD

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La mañana para Eris inició de una manera peculiar y muy diferente a las demás. Empezando por una bandada de patos, que escandalosos revoloteaban el cielo despertándola. Sobresaltada, salió de su pequeño refugio debajo del árbol, alborotando con su brusco movimiento a las aves que descansaban en las ramas. De acuerdo a su perspectiva del tiempo, faltaban muchas lunas llenas para la migración.

Quiso restarle importancia, pero conforme transcurría el día, los demás animales silvestres también parecían alejarse de algo o alguien, y los únicos depredadores que vió, eran el oso sin una pata y aquel felino color negro, que al verla se alejaron. Para su fortuna el gas pimienta y una pistola eléctrica quedaron intactas después del accidente. Esto la salvó de ellos en varias ocasiones. Ella no se acercaba a ellos y ellos tampoco, pero ninguno bajaba la guardia.

Cada día procuraba mantenerse en los alrededores de la laguna donde cayó la avioneta, cambiando de resguardo entre la copa de los árboles, troncos e incluso, encontró varias cuevas marinas, que se volvieron su escondite favorito.

La mañana se le hizo corta recolectando lianas y tejiendo con ellas unas sandalias. Sudada y cansada, necesitaba refrescarse. Confiada, se dirigió a la laguna a bañarse. A su lado, un ciervo se paró a beber agua y después, de la nada, corrió despavorido. Eris intrigada y cautelosa miró alrededor, pero no encontró nada que la hiciera esconderse, solo aquella pequeña serpiente verde que se adentraba al agua. Ignoró al asustadizo ciervo y continuó con su aseo personal. Desnuda, lavó con cuidado cada parte de su cuerpo y con ayuda de unas hojas de lirio a su alrededor, talló su piel. El cabello negro le llegaba a la mitad de los muslos y su piel antes morena clara, lucía bronceada y firme.

No muy lejos de ella, entre los arbustos, con un traje camuflaje verde se encontraba Malakai observándola con curiosidad. La reconoció al instante en que la vio adentrarse al agua. Su rostro seguía apareciendo en las juntas de industrias Cleveland, aun cuando seis años pasaron desde que la dieron por desaparecida. Pero Malakai no estaba interesado en cobrar la recompensa por su paradero, sino más bien absorto en ella. En su regordete pecho descubierto, en las lianas envueltas alrededor de sus muñecas y tobillos, en ese cabello negro que se le pegaba delineando sus redondeadas caderas y en lo pequeño que se veía su sexo, comparado con todo lo demás. Desde que la vio caminar al lago, le llamó la atención la tranquilidad con la que parecía coexistir con la naturaleza. ¿Cómo ha sobrevivido todo este tiempo?

Boss. La resistencia viene a nosotros —su segundo al mando hablándole por el auricular lo devolvió a la realidad—. ¿Órdenes?

Malakai lideraba un equipo de búsqueda. Se adentraron al bosque cuatro días atrás, para localizar un satélite que cayó por esas tierras. Este artefacto, extraoficialmente tenía en su interior información clasificada, sobre todo de los primeros científicos que experimentaron con el ADN mutado, y que, en manos equivocadas, amenazaba con erradicarlos. Mentira o verdad, no podían correr el riesgo y él mismo tomó la misión bajo su mando.

—Repliéguense por el oeste y sigan adelante —titubeó varios segundos sin perder de vista a Eris—. El cuadrante cinco, está limpio. No necesitan barrerlo de nuevo.

Por algún motivo ajeno a sus propias ideas, no quería que alguien más de su equipo la descubriera o reconociera. La misión era importante como para que su contingente se dividiera por distracciones. Una tentadora y excitante distracción, como ahora lo estaba siendo para su propia persona.

Pasando la mano sobre su erección se retiró. El deseo de masturbarse observándola a lo lejos, era tan intenso como degradante y no estaba dispuesto a ceder. Enojado consigo mismo dio la vuelta, no sin antes darle una última mirada a Eris que se acostaba desnuda sobre las rocas.

ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora