Malakai no perdía de vista a Eris y pese a que le desagradó la idea de no poder apreciar las imperfecciones de su cuerpo o sentir el calor de su piel sobre la de ella, le dio una playera. Lo peor vino después, cuando ella insistió en caminar para ubicarse con agilidad en la zona y guiarlos al satélite. De una molestia, Malakai pasó al enojo, para terminar en frustración. Su fosas nasales se dilataron resoplando con fuerza, las ganas de montarla en sus brazos y hacerlo a su manera le estaba ganando.
—Cerca —le gruñó.
Eris se detuvo un momento para arrancar musgo y la gutural voz de Malakai la asustó. No queriendo enojarlo, tiró lo que cortó y siguió caminando. Sus heridas le dolían y el musgo le ayudaría a resfrescarla un poco.
El musgo café, que crecía específicamente debajo de las rocas blancas, al frotarse contra la piel le dejaba una sensación de alivio. El alivio que ella necesitaba para relajar sus adoloridas piernas y sobre todo, quería evitar a toda costa, deberles más si les pedía alguna crema o medicinas.
Eris miraba de reojo a Malakai. Sabía que estaba enojado, no dejaba de gruñir en un tono moderado, manteniendo los labios entreabiertos y los puños cerrados. Hacer una lista de lo que pudo haber hecho para ponerlo así, sería extensa, por lo que, a pesar de sentirse cansada se obligó a seguirles el paso.
Los minutos volaban y aun cuando un ligero escozor en el vientre, le impedía respirar con normalidad, no se quejó.
Malakai notó que la hembra alentaba su paso, quería cargarla, por supuesto, pero si la tocaba no podría parar y querría más de ella. Más de su olor, de su piel, de lo que sea que ella poseía para tenerlo embriagado y a sus pies. Recordar su respiración entrecortada y sus entreabiertos, cuando se atrevió a apretar su trasero lo mantenía duro. Deshacerse del enorme bulto en su pantalón, se volvió su calvario. Su erección le molestaba al caminar y no había forma de bajarse la calentura con ella a un lado.
—Camina —la empujo con el arma suavemente no queriendo tocarla.
Eris sintió el frío del arma en su espalda y temerosa se esforzó por apresurar el paso. Ella siendo humana no tenía la misma resistencia y ellos siendo humanos modificados, ni siquiera se detuvieron a pensar en ello. Ella quería vivir, pero la vida estaba siendo tan caprichosa que tal vez no vería el sol de nuevo, puesto que la lluvia comenzó a caer tan fuerte que les hizo imposible continuar y a ella ese ligero escozor se convirtió en punzadas que le cortaban el aire del dolor.
Malakai maldecía por tanto inconveniente. La misión, la ruta, la hembra, Ozul y los cambios drásticos de clima entorpecían todo. La única apuesta favorable era que así como ellos, los demás equipos que arribaron en busca de lo mismo, estaban en las mismas circunstancias.
—Señor...
Malakai medio volteó y suspiro para no volver sus deseos realidad. Es que la hembra lo ponía como piedra y el que le llamara así, malograba su fortaleza.
—Boss...
Insistió por segunda vez Eris tirando de su camisa.
—No me siento bien...
Malakai volteó para ver a la hembra apretarse el estómago y ver una delgada línea de sangre fluyendo de entre sus muslos.
—¡ Derian! —gritó Malakai y sostuvo a Eris antes de que cayera al suelo.
Derian al escucharlo acudió a su llamado y la imagen hablaba por sí sola. No perdió tiempo e inspeccionó el origen de la sangre. Maldijo en voz alta varias veces, ahora entendía la temperatura corporal elevada en esa zona, en su vientre y el porqué Alekseev le comentó, que en caso de que ella sobreviviera y después presentará síntomas propios de la fisionomía femenina, no hiciera conjeturas verbales.
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Eris
Ciencia FicciónLa madre de Eris solía decirle que nada dura para siempre. Sus años de soledad en el bosque estaban pronto a acabarse. La vida le enseñaría, que así como los humanos modificados traicionan, también aman. El amor se da de muchas formas. Inclusive vi...