4.- MIEDO

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El antídoto en el cuerpo de Malakai desaparecía a medida que pasaban los minutos, con esto también su aspecto animal y razonamiento salvaje. Su cabeza tenía un solo objetivo: la hembra humana. Gran parte del velo animal que nublaba su mente se desvaneció, cuando ella gritó de dolor. Para no volver a lastimarla y que ella tampoco lo hiciera, Malakai decidió mantenerla inmóvil.

En sus brazos, justo como lo imaginó, era pequeña, muy suave y de embriagante aroma.

La mano dislocada le dolía a Eris y también sus piés latían por correr con todas sus fuerzas. Intentaba pensar en alguna salida, pero la amenaza de Malakai no abandonaba su cabeza. Él seguía parado donde mismo sin mover un músculo, mientras la mantenía sujeta contra su pecho provocando que Eris quedara suspendida en el aire. Sus esperanzas se desvanecían a medida que la angustia aumentaba. La respiración acelerada de la especie de más de dos metros contra su espalda, la estremecía. Su toque era rudo y tosco, provocándole varios rasguños con sus garras. La peor parte era ese rugido que salía de su pecho ronco y grave, que le provocaba escalofríos.

La primera impresión que Eris tuvo de la especie fue suficiente, ni siquiera le prestó atención a sus ojos o rostro. La blancura de esos enormes colmillos bastó para que oleadas de pánico se apoderaron de ella. Inmóvil, temblorosa y al mismo tiempo cautelosa se mantenía quieta. Estaba segura que no podría contra su fuerza y que tampoco sobreviviría a uno de sus golpes.

El ruido de botas contra la hojarasca poco a poco aumentaba. Eris angustiada comenzó a hiperventilar y esperó lo peor. Malakai notó su inquietud y en reflejo comenzó a peinar su cabello, intentando calmarla. No se tomó la molestia de levantar la vista, cuando un grupo de soldados se formaron frente a él. Por el olor, sabía de antemano que eran miembros de su escuadrón llegando al punto de encuentro seguro.

La hembra tenía absorto a Malakai. Tenerla contra si le daba una sensación de calidez y curiosidad. Intrigado, contó los lunares de la espalda de Eris, aquellas venas casi moradas, contrastantes con su piel bronceada, incluso se tomó el atrevimiento de sentir el peso de su regordete pecho recargado en su antebrazo.

La posición en la que estaban: ambos desnudos, piel contra piel, calentó la sangre de Malakai. Hizo un esfuerzo considerable, evitando que ella se diera cuenta de lo duro que estaba. Lo que menos quería era asustarla, después de todo, fué violentada.

—Perdimos a Dan y ellos a cinco Boss —Riko fue el primero que habló mientras su brazo colgaba en un ángulo anormal.

—El híbrido está herido... muy mal herido —secundó Edmond excusándose.

—Pero vivo —contestó serio Malakai contando nuevamente los lunares de Eris—. Muerto sirve. Vivo estorba.

La marcada erre inquietó a Eris. Era una mezcla de un ronroneo ronco, bajo y estremecedor que la hizo temblar. Recordó aquellas ocasiones en las que junto con sus hermanas acampaban en el bosque simulando ser monstruos, siendo ella la más valiente de las tres. Ahora lo único que hacía era morderse los labios para no llorar y seguir mirando el suelo.

—Cubrimos el rastro y en reserva queda un bloqueador de olor. Los siguientes insumos están a seis horas de camino al oeste. El Underboss espera confirmación de intrusión —continuó Ron revisando su tablet—. Nadie a la redonda en ochenta kilómetros, es seguro hacer el enlace. Tenemos como mínimo dos horas y máximo cuatro para recuperarnos.

"¿Cuál misión?". Se debatió Eris: ella, el satélite o... ambos. La idea de regresar con su familia no la hacía feliz y la llenó de preocupación. En cuanto la entregaran a los accionistas, la obligarían a renunciar a sus bienes, incluyendo al de sus hermanas. Su consuelo era saber que al menos en calidad de desaparecida, todas seguían vivas y sus hermanas seguían una vida normal.

ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora