35.- INCERTIDUMBRE

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Correr sin mirar atrás.

Correr, caer y levantarse.

Correr sin parar.

Eris seguía al pie de la letra las indicaciones del Boss. Sus pies dolían con cada rama y piedra pisada. Sus piernas eran dos pesados hierros que se anclaban en la tierra. Cada respiración era tan agitada que rompía el silencio, dejando entrar el aire frío en la boca y raspando su garganta.

La adrenalina en el cuerpo de Eris era tal, que con agilidad brincaba, derrapaba y se arrastraba ante los obstáculos en el camino, inmune a los raspones o golpes.

Si ella paraba, miraba atrás.

Si ella descansaba, el miedo la bloquearía.

Si una sola pizca de su fingida valentía se iba, el esfuerzo del Boss por mantenerla segura, se perdería. Eris no podía fallarle. No debía.

Los espasmos en el cuerpo de Eris aumentaban con cada paso. Tenía tanto miedo que sentía a alguien siguiéndola, acariciando la punta de sus cabellos y pisándole los talones. Sin embargo, después de lo que parecieron horas, poco a poco el bosque se callaba. El aire limpio de pólvora y cenizas, refrescaba bañando su rostro. La corteza intacta de los árboles, sin una sola bala incrustada y sin cortes, bailaban al ritmo de la cascada. "Estamos en casa". Se alegró. Aquella quietud demostraba que ella era la única en kilómetros a la redonda.

Como cuando se sabía sola.

Como cuando no había conocido al Boss.

La laguna frente a sus ojos, ya no le parecía tan cálida, ni tan bonita. Lo que consideró su hogar, ahora le provocaba un vacío en su interior, aumentando la nostalgia que inició cuando se separó del Boss. Pero no se iba a dejar caer por sentimientos negativos, todavía le faltaba el último tramo del camino. Y aun cuando sus piernas cedieron y cayó de rodillas sobre las rocas en la orilla de la laguna, se arrastró hasta llegar al agua. No volteó, no inspeccionó, no miró nada, seguía enfocada en la gruta. En no defraudar al Boss. El agua tibia alivió el temblor de su cuerpo y tras una bocanada de aire, obligándose a no cerciorarse de que era aquella sombra que se movía a su lado izquierdo, se sumergió.

La ruta a la cueva subterránea, la tenía tan bien memorizada, que incluso llegaba a ella con los ojos cerrados por lo que se confió. A medio camino, sus extremidades se negaban a responder, nadando con torpeza y pesadez. Sus pulmones le exigían oxígeno que no podía darles con tanta desesperación, que pataleó desenfrenada tragando agua en el proceso, poco antes de emerger.

Eris casi moría ahogada y se dejó caer en el suelo, golpeándose el pecho. Tosía con tal fuerza, que vomitó el agua que tragó con hilos de sangre. Ahí mismo se acurrucó. El cansancio le llegó de golpe.

Fatigada suspiró.

—Lo logré —susurró sonriendo.

Eris confiaba ciegamente en Malakai. Y ya sin energías, para poder moverse o calmar su hambre, se quedó dormida profundamente pensando en él.



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Las garras de Malakai rasgando su carne dejaban un rastro a conciencia. El maldito rastreador en su mano izquierda era tanto una ventaja como desventaja. Bien podría fácilmente dejarlo por ahí, arrojarlo donde cayera y aprovechar el tiempo para ir por la hembra y retornar con su equipo. Así como también podría colocarlo en algún animal y que este fuera perseguido, mientras él escapaba. Sin embargo, de ambas maneras corría el riesgo de que hallaran el rastreador sin tener el tiempo suficiente de llegar a Eris o de protegerla.

ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora