18.- CRUELDAD

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Eris se incorporó asustada por una repentina explosión. No veía nada afuera, pero si escuchaba las detonaciones y gruñidos. A ciegas tanteó la bolsa y la ropa de Malakai, ansiaba encontrar otra bomba o cualquier artefacto para defenderse. La oscuridad era tal que justo cuando sintió algo pequeño, delgado y afilado entre sus dedos, el cierre de su tienda se abrió. Una enorme especie entró, el fuego le daba la suficiente luz para darse cuenta, que bajo esas facciones no existían buenas intenciones.

Las piernas de Eris esta vez no se quedaron paralizadas ante el miedo. Llena de una extraña energía, giró y se arrastró para escaparse por debajo de la tienda. Desafortunadamente, sus movimientos eran lentos comparados con la especie. De un tirón la sujetaron del pie, arrastrándola y volteándola. El impacto de un puño en su rostro la dejó aturdida. El golpe fue tan fuerte que saboreó su propia sangre y su vista se llenó de puntos negros. El pitido en sus oídos apagó las explosiones de afuera y sumida en el aturdimiento vió la tienda quemarse.

Luk se movió rápido con la hembra inconsciente en el hombro. Su especie le importaba, pero necesitaba el dinero. Estaba harto de la familia Domecq, por lo que a la primera oportunidad, comenzó a vender información interna. Cortarse el brazo era su plan de escape. El problema es que sin Ozul, no podía fingir su muerte. El macho huyó dejándolo atrás sin las claves de las transacciones. Sin eso, estaba en ceros. Nadie sabía que él era el principal vendedor de información. Por suerte, se enteró del paradero de la heredera Morelli.

Eris sentía su cuerpo menearse de un lado a otro. Logró esconder la navaja entre las lianas enredadas en su mano. El brillo de la luna resplandecía ante el filo. Su instinto de supervivencia se hizo cargo y arqueo su mano de tal forma que el cuchillo penetró su piel. Su coordinación era pésima, no logró herirse lo suficiente para sangrar, pero sí para notar una luz parpadeante proveniente del cuchillo. Poco a poco puntos negros nublaron su mirada y de nuevo se sumió la inconsiencia.



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—¿Que mierdas pasó aquí? —gritó Edmond.

Hombres heridos y el campamento destruido. Eso no detuvo a Malakai y se lanzó a buscar a la hembra. Con la tienda de acampar destruida, revisó indicios de lucha y no encontró nada. Ni siquiera su dulce aroma en el aire. El macho que hizo esto, rocío y prendió fuego a todo. Giró a todos lados buscando un rastro de ella y nada. Ni huellas, sangre, olor o su ropa. Es como si nunca hubiera estado ahí, pero él sabe que si. En su cuerpo sigue impregnado su aroma. La desesperación lo desbordó tanto que una advertencia ronca emergió de su pecho. Un rugido ronco, sordo y aterrador. Su mirada ambarina se estrechó, dejando sólo dos pequeñas líneas negras y el salvajismo amenazó con salir.

—¿Dónde está? —gruñó a nadie en particular—. ¿Dónde está?

Repasó la vista sobre todos, rodeándolos, acechándolos, como si de sus presas se tratara. El vibrar ronco de su pecho los obliga a bajar la mirada al suelo. Ellos saben que el Boss no es paciente, tampoco un santo. Está enojado y lo deja claro al tener entreabierta la boca, reluciendo sus largos colmillos. Ante el silencio de todos su pecho lanza ese vibrar aterrador que no es un gruñido, pero es igual de inquietante y su equipo se estremece. Ni siquiera Edmond quien no estaba ahí, se siente intimidado.

—Estamos drogados —respondió Riko entre balbuceos tallándose el rostro—. Lo huelo ahora que sudo. No sé dónde esta o cómo paso.

—Las tiendas —confirma Derian—. Debió rociarles dentro algún barbitúrico. Es lo único en común. El tiempo que pasé dentro de una, estuve teniendo acción y no me afectó. Edmond y Wrad no se metieron a una.

ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora