39.- SECRETOS

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Un cúmulo de sentimientos se arremolinaban en Eris cada vez que venía a su jardín secreto. Revivía, la angustia y el miedo que sintió, cuando su ciclo no llegó, confirmando sus sospechas de embarazo poco después del accidente, sin embargo, nada se comparó a la impotencia y desesperación después de perderlo.

Se culpaba, por aquellos días en que ante la angustia de saberse sola en medio de lo desconocido, pasando frío y hambre, pensaba que lo mejor era perderlo. En otras tantas aquella pequeña vida, era su única esperanza a lo que se aferraba a despertar cada mañana para seguir sobreviviendo.

Postrada ante el círculo de flores, con la mano derecha sobre el corazón, Eris lloraba en silencio. Su rostro serio, cubierto de lágrimas y con un nudo de dolor en la garganta, mientras acariciaba la tierra donde los perdió, reflejo de su amor maternal roto.

—Lo siento tanto —murmuró.

Con sus torpes manos, para darles un último adiós, armó una cruz. Seleccionó las mejores piedras y cubrió la tierra con flores. Fueron esas mismas manos las que intentaron detener una hemorragia imparable y de la que despertó horas más tarde, sólo para descubrir que sus ruegos a Dios fueron en vano.

—Pronto estaremos juntos.

Cada que perdía las ganas de vivir, venía a ver a sus bebés. Y aunque fueran dos coágulos de sangre del tamaño de una pelota de golf, para ella eran dos vidas. Esa pequeña tumba era un secreto que guardaría para sí misma, en lo profundo de su corazón, pero que a pesar de no visitarlo con regularidad por la peligrosa zona en la que se encontraba, nunca la olvidaría.

Por azares del destino, un árbol de flores amarillas y pistilos azules creció a un lado de la cruz y aunque en su momento le dió coraje ver esa planta arruinando su pequeño jardín, cuando lo vió florecer, lo dejó.

Aunque Eris no creía en Dios, cada que venía a su lugar secreto rezaba por sus bebés y su ex novio: su pequeña familia. También por el contador y el piloto. Con el dolor incrustado en su pecho, aceptó hace años que el llanto o la culpabilidad, no cambiarían el pasado, pero en ella estaba forjar su futuro y eso incluía, ayudar a las especies, a la que apodó su nueva familia.

Con firmeza y un hasta luego, dejó que el viento secara su rostro y arrancó la flor. Aprovechó también y cortó un pedazo de las ramas, raíces y hojas que sumergió dentro del traste con agua que armó. El agua prolongaba la vida de la planta de tal manera que podía beberla con seguridad o bañarse con ella hasta que se deshiciera.

El ulular de un búho, le recordó que la noche estaba a punto de caer y debía salir de esa zona. Ciertos topos carnívoros de tamaño mediano, les gustaba emerger de la tierra en las noches para cazar. Y aunque la copa de los árboles eran un sitio seguro, prefería correr aunque sus piernas dijeran lo contrario, hasta el próximo refugio y descansar por unas horas.

Eris sin perder tiempo, dejó un suave beso en su lugar secreto y comenzó a caminar a paso veloz. Sin embargo, lo que la impulsó a correr sin pausa, fueron los aullidos de los lobos e innumerables gruñidos. Cada minuto que sus piernas bajaban la velocidad ante el cansancio, podía costarle la vida, por lo que se obligó a continuar, aun cuando la oscuridad de la noche absorbió el bosque. Afortunadamente, como buena conocedora de años en esa zona, marcó los árboles insertando cristales de colores en la base, que brillaban en la oscuridad y la guiaron hasta el refugio.

A tan solo unos metros del refugio, varios ojos rojos relucían de entre los arbustos que casi paralizan sus piernas y aunque sabía que eran los murciélagos descansando, evitó mirarlos y derrapando sobre el suelo, con una patada abrió la corteza falsa del árbol y se introdujo dentro.

—Eso estuvo cerca —dijo entre jadeos revisando que estuvieran en perfectas condiciones el celular y la flor—. Otro poco y...

Eris ni siquiera se atrevió a pensarlo. No estaba segura, pero apostaba que esos murciélagos no comían frutos o bayas.

ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora