Con una inmersión poco profunda y con menos de siete segundos aguantando la respiración, llegaron al interior de la cueva. El agua por la que entraron tenía caudal propio y salía por una grieta en la pared de la roca. Gracias a esto, con toda la lluvia cayendo, no subía el nivel del agua dentro.
El primero en inspeccionar el lugar fue Malakai y tras él, Riko. Ambos sin calzado, armas y bajo el consejo de Eris casi sin ropa. El pasaje subterráneo era estrecho y a lo largo varias rocas filosas podían herirlos o ahogarse si quedaban atorados en ellas. En vista de que la única que conocía el lugar era ella, accedieron a sus palabras. Un renuente Malakai la dejó liderar el camino, pese a que deseaba nadar con ella como mínimo, de la mano.
Eris desquitaba su molestia con cada zancada mientras nadaba. Su mal humor se debía a Edmond, porque aunque les compartió uno de sus lugares secretos, él continuaba hablando de su falta de criterio, debilidad y egoísmo. Pero sobre todo, le enojaba que el Boss no la defendiera o mínimo silenciara a su soldado. Muy dentro de ella, sabía que estaba mal pensar así. Ella y el Boss no eran nada a pesar de la intimidad que tuvieron. Hizo oídos sordos las palabras mal intencionadas y lo primero que hizo al entrar a la cueva es ir a su recámara para secarse.
La recamara de Eris consistía en una esquina de la cueva. En ella, con ramas y raíces armó un cuadro y dentro colocó flores de algodón. Rústico y grotesco a la vista, pero muy suave al tacto. Un pequeño tronco hueco se convirtió en alacena y estaba repleto de cáscaras de coco repletas de miel y fruta. Encima del tronco, una pila de sábanas tejidas acomodadas y varias piedras de colores. La pequeña decoración intrigó a Malakai. No comprendía porque teniendo un lugar así, donde estaría segura y con agua a la mano, prefería estar a kilómetros de distancia.
—Ve por los demás —ordenó Malakai a Riko confirmando la seguridad del lugar.
El lugar era extrañamente cálido y seco. Sin gotas de humedad a pesar del clima fuera. La tablet no marcaba nada que no fuera una simple roca y aun con su nivel de audición, no se escuchaba la tormenta.
—Un guardia en la entrada es suficiente —contestó Riko tocando el suelo y apuntando el techo—. Cuarzo blanco. Una pieza intacta de ese tamaño valdría mucho. Es sorprendente este lugar y no entiendo cómo es que nadie lo ha explotado.
—Trae a todos, no habrá guardias —se tocó el oído Malakai—. Nada entra o sale al exterior.
—¡¿Hay más como esta?! —gritó Riko a Eris—. ¡¿Cuarzos, cuevas o pasajes secretos?!
—Tal vez —contestó rápido Eris mientras se quitaba la playera que traía encima sin decoro y se envolvía en una sábana de lianas.
Riko quería apartar la mirada y no podía. Al final ella era hembra y él un macho. Los días sin una mujer en sus brazos le estaban afectando. Sumándole al hecho que ella no cuidaba sus pasos o movimientos, dejando su intimidad a la vista al inclinarse sobre las flores de algodón.
—Vete —le gruñó Malakai a Riko atravesándose en su campo de visión.
El sonoro gruñido del Boss era una clara advertencia. No perdió tiempo y sin despedirse se lanzó al agua antes de alguna represalia.
Malakai estaba celoso y duro. La imagen de ella quitándose la ropa, de espaldas y de cuclillas, era algo que deseaba solo para su disfrute visual. No para los demás. Ella actuaba frente a ellos como si no supiera lo que sus acciones lograban en machos activos. Malakai no sabía si ella era muy tonta o ingenua. Eso lo ponía al límite. Si esto fuera poco, el agua lavó el olor que él dejó en su cuerpo y sin su ropa, ahora nada le decía a todos, que ella le pertenecía.
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Eris
Science FictionLa madre de Eris solía decirle que nada dura para siempre. Sus años de soledad en el bosque estaban pronto a acabarse. La vida le enseñaría, que así como los humanos modificados traicionan, también aman. El amor se da de muchas formas. Inclusive vi...