9.- CONFIANZA

1K 85 0
                                    

La sangre no cesaba. Ron se desangraba bajo sus manos. Indecisa giró a todos lados buscando ayuda. Edmond, Riko, Wrad y Malakai, se encontraban en las mismas circunstancias, auxiliando a sus compañeros. Esas explosiones no solo los desangraba, sino también inhibían su cualidad regenerativa. En un intento por frenar la sangre, se quitó la camisa y la introdujo en el enorme agujero del pecho de Ron. Estaba vivo, pero se estaba ahogando y su pulso se tornaba lento.

Casi como un pequeño rayo de luz, sin esperarlo, Eris encontró la respuesta a unos metros.

—Aguanta unos minutos más —le dijo y corrió.

Malakai y Edmond observaron el regordete cuerpo desnudo de la hembra escapar. Incapaces de ir tras ella, la amenazaron, pero no desistió. El árbol de flores amarillas y pistilos azules estaba cerca y bajo la mirada de ambos, lo trepó. La corteza áspera no le impidió llegar a la cima y cortar con desesperación un ramillete de flores. No sabía si funcionaria en una especie, pero no perdía nada con intentarlo.

Pocas lunas después de llegar al bosque, en ocasiones miró varios animales masticando esa flor y untando los restos en sus heridas. Por casualidad una ave dejó caer una a sus pies y dado que tenía una herida en la rodilla, probó suerte y funcionó. La herida se sanó en menos de un día. El árbol era tan caprichoso que no siempre florecía y cuando le cortabas las flores, comenzaba a secarse. Tenerlo al alcance para Eris era una bendición y presurosa volvió con Ron.

—Mastica —le pidió metiéndole una flor en los labios—. Hazlo.

Ron no sabía que mascaba, pero al ver a Eris metiéndose un pedazo a la boca la copió. Su sabor era amargo y aun en su aturdimiento sintió el dolor en su cuerpo disminuir.

La culata de su arma servía a Eris para aplastar las flores arriba de la tablet que en segundos se convirtió en una pasta morada. Decidida, suspiró antes de quitar la camisa del agujero. La sangre brotó y con cuidado rellenó el agujero con la pasta, hasta que el sangrado paró. La camisa la rompió en largas tiras, con las que le envolvió el torso.

La sangre, el ruido y los gritos eran demasiado audibles, Malakai necesitaba tomar una decisión, o todos pronto morirían. Su teléfono vibraba sin cesar. Ignoró los llamados centrándose en Carlo, la detonación casi cercenó su cabeza, balbuceaba incoherencias y su cuerpo se convulsionaba sin parar. Tenían que irse, debía dejarlos, pero no era uno, sino cuatro de sus hombres y las inyecciones regenerativas no llegarían a tiempo.

—Júntenlos —ordenó.

Eris escuchó y vio la decisión en el rostro de Malakai. Todos se estaban dando por vencidos, dejaron de auxiliarlos e iniciaron lo que parecía una marcha fúnebre mientras la respiración de Ron aumentaba notablemente.

Edmond, Riko y Wrad frustrados, aceptaron la decisión del Boss. Sus compañeros no sobrevivirían y tampoco dejarían que se convirtieran en carroña. Uno al lado del otro colocaron a los heridos, mientras Malakai recargaba el arma, pero el grito de Eris lo detuvo. La hembra golpeaba a Edmond con el arma mientras este traía en brazos a Ron. Desafortunadamente, los reflejos de un soldado eran mejores que los de una mujer sin adiestramiento y de un tirón, Edmond le arrebató el arma y la mandó al suelo. Malakai sin dudarlo saltó justo antes que una patada cayera en el vientre de Eris.

—Sigue —le ordenó irritado—. Que sea rápido.

Eris comenzó a llorar mientras Malakai la sujetaba contra su torso. Observó cómo el cuerpo de Ron era depositado en el suelo junto a los otros tres y llena de desesperación pataleo sin lograr zafarse del brazo que rodeaba su cintura.

—Va a mejorar —sollozo removiéndose—. Por favor señor, no lo haga. No lo mate.

La sensación de piel desnuda contra la suya y el movimiento ondulante de su cadera, lo pusieron duro. Un ronroneo suave abandonó sus labios y sin pensarlo olisqueó su cuello.

ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora