2.- PRESA

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El contingente de Darko, caminaba entre los árboles guiados por Eris. Tantos años viviendo en la zona le daban la facilidad para ubicarse. Y aunque luchaba contra el cansancio, llegó a un punto donde su cuerpo comenzó a responder con lentitud. Esto no fue bien recibido por los mercenarios, quienes ansiosos caminaban raṕido.

Lo que inició como un jalón para que caminara rápido, después se convirtió en bruscos empujones.

—¡Muévete perra! —el fuerte manotazo en su espalda, la hizo tropezar cayendo al suelo.

Sorprendida por la brusca reacción, Eris como pudo metió las manos para no golpearse la cara. Poco podía hacer para suavizar el impacto con las manos atadas y sus rodillas se llevaron el golpe contra las rocas.

Desde el suelo, el mismo sujeto que no le quitaba la mirada lasciva sobre su cuerpo, desde que se volvió prisionera y que la golpeó, la tomó del cabello.

—¿Te gusta el suelo perra? —preguntó lamiéndole el cuello—. ¿Quieres que te dé un motivo para no caminar?

El dolor que sentía era tan intenso, que escuchaba una a una las hebras que se arrancaban de su cabello. Y cuando apretó uno de sus pechos, relamiéndose los labios, comenzó a rezar. Sintió su aliento cerca de la punta del pecho, pero antes de que aquella asquerosa boca la probara, un pequeño rayo de esperanza la hizo respirar.

—Di una orden Ocho —la voz de Darko lo detuvo—. ¿Tu audición está decayendo?

El clic de las armas y que todo el contingente girara apuntando al mercenario que tenía a Eris agarrada, y que Darko llamó Ocho, bastó para que la dejara caer, mientras él se paró firme con las manos en el aire.

—Todos tienen claro su rol, no necesito repetirlo —sentenció Dako antes de disparar en dirección a Ocho y rozarle el cuello.

—Como órdenes —respondió Ocho avanzando y la mayor parte del contingente lo siguió.

Desde el suelo Eris veía a Darko y a otros dos, estáticos frente a ella. Las ganas de correr la invadieron y sus ojos la traicionaron mirando alrededor. Eso deseaba y al mismo tiempo, estaba consciente que el cansancio, no la dejaría llegar muy lejos.

—Ni lo intentes —la amenazaron—. Ven aquí hembra.

Eris no sabía si eran buenos o malos, no tenía la mínima idea de lo que querían con el satélite, pero portaban armas y no dejaban de verla como un trozo de carne. Hacía tanto tiempo que no sentía vergüenza al mostrar su piel y ahora no sabia que hacer para salir ilesa.

Darko es quien más miedo le daba y quiera o no, sabía que era el único con las facultades para detenerlos si intentaban hacerle algo. Todos parecían obedecerle sin refutar y al mínimo indicio de rebeldía, los colocaba en su lugar.

Temblando, Eris obedeció a Darko. Se levantó y caminó hasta llegar a él.

—¿Estás cansada? —su voz aterciopelada indicaba peligro—. Responde, muda no eres.

—Un poco señor —contestó rápido. No volvería a cometer el error de mentirle—. El camino es largo y...

—¿Falta mucho para llegar?

—Si señor —veía el enojo florecer y decidió ser sincera, buscando un poco de compasión—. No sé medirlo en horas o metros, pero me llevó menos de dos días visitar esa zona tomando descansos.

La sonrisa amplia que le dedicó Darko, es un aviso para lo que viene. Eris sabe que no será nada agradable.

—Entre más tardemos en llegar, menos podré detenerlos —le aclaró aflojando el amarre de sus manos—. ¿Comprendes? Venimos de una misión sin descanso y ellos... ellos necesitan divertirse.

ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora